martes, 20 de octubre de 2015

Cuaderno de Borneo

Aparece el rostro de la muerte.
Es una página en blanco.
Una página en blanco mira igual que la muerte.
Francisco Hernández, Cuaderno de Borneo

El martes 13 se presentó el Cuaderno de Borneo (Cuadrivio, 2015) de Francisco Hernández (San Andrés Tuxtla, 1946) en el Palacio de Bellas Artes. La exploración del poeta mexicano profundiza en el negror de los tabúes y la soledad.

            Jocelyn Martínez y Christian Peña acompañaron al autor y a Alejandro Baca, representante de Cuadrivio, una editorial que, junto con Malpaís, Almadía o Verso Destierro, más está apostando por la poesía en México.
            Jocelyn se abrió ante el objeto de su tesis doctoral, se desnudó. Siguiendo la misma estructura de diario o de cuaderno, nos compartió un texto muy limpio que recupera y actualiza una obra que se reedita después de veintiún años. Por su parte, el poeta Christin Peña reflexionó en torno a la trilogía de la que Cuaderno de Borneo formó parte en Moneda de tres caras. Christian destacó la música de la poesía hernandina como el verdadero canto de esta moneda, aún lejos de devaluarse.


Alejandro Baca, Francisco Hernández, Jocelyn Martínez y Christian Peña
            Francisco Hernández se parece físicamente al poeta Georg Trakl. No sé cómo era este, pero seguro que coincidirían en camisa a cuadros y sombrero silvestre, con el mismo tono inglés de los zapatos. Su voz es la única que puede explorar realmente esos poemas en prosa que, de mayo a abril, dibujan la isla de quien se enamora de su mitad.
            Heráclito también naufragó en la misma laguna: “Hoy me he bañado dos veces en el mismo río. Bajo el agua me llené la boca de piedras y pude contemplar la orfebrería de mi respiración”. La plasticidad y la crueldad de las imágenes desatan el nudo de una sociedad que contrasta en geografía pero no en instintos. Así empieza “Junio”:

A la sombra de un helecho gigante, una mujer sin dientes quita piojos a una niña con los ojos llenos de nubes. Dos niños esperan su turno. Me siento junto a ellos y aguardo las manos de la espulgadora.
No tengo piojos, pero no se puede viajar hacia la muerte sin caricias (23).


La desazón no se explica. La poesía tampoco. Por eso las palabras de Francisco Hernández bastan. Ellas son suficientes para acercarnos a Borneo, al menos a su orilla.

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