–Para las
mujeres –me dijo Berenice− la muerte es masculina, transparente y vendada.
Algún día todas llevaremos gafas, y saludaremos a nuestros amantes con gestos
asesinos
Homero Aridjis (2015: 35)
La poesía no es lo que se dice,
la poesía es lo que sucede
Aníbal Salazar Anglada
La poesía no es lo que se dice,
la poesía es lo que sucede
Aníbal Salazar Anglada
Mirándola dormir
(FCE, 2015) es el poemario que le valió a Homero Aridjis (Contepec, Michoacán, 1940)
el premio Xavier Villaurrutia (1964). Hace unas semanas, en el Museo de la Ciudad de México como marco de la XV Feria Internacional del Libro en el Zócalo de la Ciudad de México,
presentó la nueva edición que el Fondo de Cultura Económica ha publicado con
motivo de los cincuenta años del libro y de los setenta y cinco del poeta.
Dos días después de que el
michoacano presentara El silencio de Orlando y María la Monarca, ambos de la editorial Castillo, regresó al
centro de la antigua Tenochtitlan para el homenaje que le rindieron desde la
Secretaría de Cultura. José María Espinasa, Joaquín Díez-Canedo y Adriana
Konzevik explicaron por qué es importante sentir a Homero Aridjis y Mirándola
dormir.
De izquierda a derecha: José María Espinasa, Adriana Konzevik, Homero Aridjis y Joaquín Díez-Canedo |
Ahora el texto vuelve
a reeditarse, conmemorando no solo al autor, sino también al poemario: ese
librito que cabe en cualquier sitio y que puede leerse y releerse fácilmente
(según decía Odette Alonso al presentar Bailando a oscuras el mes pasado). Esta vez «Mirándola dormir» viene
acompañada por «Pavana por la amada presente», «Pavana por la amada difunta» y «La
tumba de Filidor». La prosa es parte de la poesía, la fealdad es parte de la
belleza:
En «Mirándola dormir» un
hombre retrata a una mujer «Con las manos tensas y el mentón altivo; los ojos
un poco inclinados hacia dentro, un poco de soslayo, un poco a la manera del
que mira sin mirar» (13); y, por tanto, el autor se dibuja a sí mismo. Los ojos de otro mirar (que darían título a su
recopilación poética) reflejan igualmente las razones y pasiones del que
escribe lo que mira. «Su vientre crece y crece y la decrece» (17), también su
verso. Como harían Francisco Hernández o George Trakl en Cuaderno de Borneo,
la mariposa monarca se ennegrece en el centro y a los lados: «[…] y en vano se
apunta mi mejor cuerpo hacia tu atmósfera, hacia el corazón de tu sexo: rosa
negra» (35). Este canto que es Mirándola dormir se despega de los tópicos y las
falsas alabanzas y llega a la crítica y a la alternancia del sujeto poético. El
monólogo desaparece. Aflora la naturaleza: «[…] pero no, sólo es incomodidad,
se te duermen los muslos, hay un peso excesivo en el brazo izquierdo, tienes la
mejilla lastimada, sudas y sudas, y desconfías de ti misma; […]» (56). La
realidad y la idealización se balancean en un cuerpo donde lo escatológico es,
finalmente, la razón de ser.
Por otra parte, los
poemarios que acompañan el texto clásico que ya es Mirándola dormir continúan esa
línea descriptiva y reflexiva sobre los temas universales (el amor y la muerte)
sin caer en el lugar común. El canto, al fin y al cabo, es un lamento.
En «Pavana por la
amada presente» el mejor de los sentidos nos acerca lo imaginado: «Mirándola
venir entre los espejos que infinitan su imagen, la aproximan con un pecho suyo
en su mano derecha: a diez centímetros, a dos metros, a lo que separa un
aliento de otro aliento; a un millón de kilómetros, de soles: aproximándose,
infinitándose» (71). El juego del lenguaje y las lenguas recorren el cuerpo «en
sus manos que miran y no miran» (87).
«Pavana por la amada
difunta» nombra nuestras peculiaridades, tanto externas como internas: «Con la
cabeza caída hacia atrás,/ como desnucada pero no desnucada:/ como si el
universo se hubiera inclinado en sentido contrario un poco,/ como si el miedo
de todas las veces que trataron de asesinarla se hubiera refugiado ahí» (95).
El temor y el amor riman tristemente.
Por último, en «La
tumba de Filidor» «−Lo que ahora te es extraño, te será familiar; y lo que te
es familiar, te será extraño. Este uso y desuso. Siempre. Estoy cansado y me es
más transparente» (105-106). Aridjis personaliza lo urbanamente tapatío: «Mientras tanto
Juan, sigue hablando de Guadalajara:/ Es una ciudad en la que se pierde la
gravedad. Hay una lentitud, un no poderse situar. Camina uno desplazado, fuera
de sí, y sin estar en los otros ni en las casas. Quieres pensar, ocuparte de
algo, y no puedes. Atmósfera, color, gentes, influyen. Como que tienes
necesidad de conquistar. Y señaló Foffeen: pero no sabes qué, estás ante lo
informe» (121-122). La unión de tales poemarios encaja hasta resolver o
desterrar la idea estética y ética de mirar y de dormir: «−¿Qué es la belleza? –me
preguntaron./ Tú respondiste, inopinadamente:/ −Quitarte los zapatos y caminar
por los charcos» (149). Ha llovido. ¿Por qué no nos quitamos los zapatos y
pisamos sin prisa? «La última puta se apaga con un fósforo./ Comparsa pasa.
Peón blanco come dama» (154). Lo que Aridjis no sabe es que si llegamos al
final del tablero, de Mirándola dormir, podemos recuperar esa dama negra, ese
cisne al que, desde hace cincuenta años, nosotros interrogamos.
Homero Aridjis firma libros en el Museo de la Ciudad de México |
Felicidades, maestro.
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