León Plascencia Ñol
León Plascencia Ñol (Ameca, Jalisco,
1968) es un poeta que ha estudiado teatro y cine, es un artista visual. Dirige
la editorial filodecaballos y, entre otros muchos libros, ha publicado los
poemarios que comentaremos gracias a su disponibilidad en el Archivo de Poesía Mexa: Zoom (Aldus,
2006), Revólver rojo (Consejo Nacional
para la Cultura y las Artes / Bonobos / Fondo Nacional para la Cultura y las
Artes, 2011) y El lenguaje privado (filodecaballos,
2014). Dichas versiones no son las finales, por lo que la paginación no
coincidirá con el libro físico.
Publicó su primer poemario en 1989: El desorden de tu nombre, título
homónimo (posterior al de Plascencia) de la novela de Juan José Millás, de 1997.
Obtuvo el Premio Iberoamericano de Poesía Jaime Sabines para obra publicada
2010 por Satori. Está traducido
parcialmente al francés, inglés, coreano y portugués. Es miembro del Sistema de
Creadores de Arte de México y realizó con Rocío Cerón y Julián Herbert la
antología El decir y el vértigo. Panorama
de poesía Hispanoamérica 1965-1979 (filodecaballos, 2005). En su blog encontramos algunos
de los textos que también aparecen en Letras Libres, Luvina,
Las afinidades electivas / Las elecciones afectivas o Transtierros.
Como es habitual en la poesía mexicana, no proliferan los estudios, críticas o
reseñas sobre León Plascencia.
Zoom (2006) también se editó en Ángeles de Hierro,
República Dominicana, en 2010, e IVEC, en 2013. Está dividido en cuatro partes
(«uno: entre los restos de café», «dos: la velocidad», «tres: historias
contadas» y «cuatro: escritura que llega un poco tarde»), además del exquisito
prólogo (de Eduardo Chirinos) y del epílogo panóptico (de Eduardo Milán, Julio
Trujillo y Ángel Ortuño). Este poemario focaliza el instante a ojos del poeta
que ve e imagina más allá de lo aparente. Estamos, pues, ante la «Ahoridad de
aquí» (7). Pero no solo el presente es el tiempo que goza de ubicuidad y
dromomanía. Retroceder al pasado explica el devenir y confiere un valor a la
tradición que integra las artes que confluyen en la poesía: la música, el cine
o la pintura, principalmente. Veamos el lirismo de Plascencia. Así
termina «A la carta»: «Una botella, sin agua; un jarrón, sin flores; unas
sábanas, / con ella estirándose y tú me adamabas» (48). El desdoblamiento, la
duda, los espacios (Roma, Granada, Praga, Nueva York...) nos hacen
replantearnos, al cabo, una poética del recorrido que bebe de Gerardo Deniz a
Eduardo Milán y de la plástica que conformará los dos siguientes libros que
comentaremos.
Revólver
rojo (2011) está formado por siete partes cuyos títulos ya aluden a los
temas que veíamos anteriormente, las marcas del viaje que evidenciamos con el
idioma: «Cruce de caminos», «Guijarros», «El secreto del lenguaje», «Poetry
(estudio visual para una sintaxis perdida)», «Zona minada», «Anotaciones sobre
papel de arroz», «Seúl 5:30 A.M.» y «Adenda». Más allá de los poemas breves y
los versos que dialogan con otras culturas y lecturas, lo que más me sorprende
de Plascencia es su capacidad para desmenuzar el lenguaje a través de imágenes
que, desde la tercera parte, «Poetry (estudio visual para una sintaxis perdida)»,
añade y multiplica en distintos tamaños. Por ejemplo, las letras de Poetry
llenan la página casi por completo. El pie de foto, podríamos decir, explica
desde esa letra lo que significa la poesía. Seguidamente se reflexiona sobre la
poesía desde la poesía, como veíamos en Artes poéticas mexicanas, pero ahora el poema objeto permite una
compenetración artística que acelera las interpretaciones. El autor de Revólver rojo se atreve a disparar
contra el artefacto que fue el antipoema de Parra y lo enriquece con un humor
más elegante. La bala es muda pero provoca infinitas partes que descomponen la
imagen de unas páginas logradas también por la fantástica edición de Bonobos.
Los géneros literarios permiten entonces que un poema esté formado por un
extracto de una entrevista al poeta peruano Luis Hernández por Alex Zisman
(104).
El
lenguaje privado (2014), por último, viene con «Paisajes sin habitaciones
blancas y un jabalí asustado», «Jeong-won Señales de una carretera con rastros
de follaje», «Escenas movidas de algo llamado patria y una sensación difusa de
melancolía», «El alfabeto de una lengua extranjera» y la habitual «Adenda» que
explica la influencia de la precisión oriental en la experiencia poético-visual
de Plascencia. La primera parte destaca por el uso de la tachadura que también
ha estudiado Higashi y el tono más claro en
algunos términos que permiten llenar de sentidos y significados partes
presentes u ocultas (a elección de quien lee). Los versos se convierten cada
vez más en largas tiradas de imágenes o prosas que protagonizan los animales
que en un primer momento parecían simplemente símbolos o metáforas. Nos
referimos, cómo no, a las hormigas. Se esparcen en el texto como las letras que
analiza el poeta desde imágenes yuxtapuestas. Las enumeraciones o desgloses
discursivos coinciden en «Bandada nerviosa de papagayos» con las letras del
alfabeto (99-102). Me quedo con el poema «Fotografía saturada de color»:
Caminamos en futuro.
El lenguaje es una huella de arenas movedizas.
El árbol que vimos es una representación o un
pequeño trazo hecho con movimientos leves.
El poema, dices, es un urogallo asustado, tu
cuerpo en la bañera, tu boca detenida en un
objeto y el agua hirviendo.
¿Recuerdas los colores estridentes de la
iglesia, los mayordomos con chalecos de
pelibuey, los cohetes minúsculos de los niños
minúsculos?
Hay esperanza y óxido en el abrazo.
La poesía mexicana contemporánea
gana mucho con Plascencia Ñol. Los tres poemarios podrían estar vinculados por
la fijación en la anécdota doméstica. La poesía inyecta el color a la realidad
gris, átona. El poeta explota las posibilidades editoriales hasta el punto de
ofrecer su trabajo en su filodecaballos. Su labor va más allá de los límites
del verso o la estrofa o la página para recuperar la plasticidad de
Contemporáneos y dialogar con artistas que obviamente ya sobrepasan los límites
de naciones o generaciones.
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