que en la Nochebuena de 2011 se puso el sombrero charro y la máscara.
Este mes se presentó
el primer poemario sobre lucha libre, Arena mestiza
(Malpaís ediciones, 2018), de Daniel Téllez (Ciudad de México, 1972), en el Centro de Creación Literaria Xavier
Villaurrutia, con motivo del Ciclo «Cinco Semanas de Poesía» que coordina su director Alberto Rodríguez. En la lona
azul del sofá se sentaron con él Iván Farías, Dán Lee, Jorge Aguilera y, en el
taburete, como réferi, el editor, Iván Cruz.
De Aguilera es la mejor lectura de Cielo del perezoso, publicada hace
diez años en el Periódico de Poesía de la UNAM. La complejidad y el dificultismo de la poética de Téllez conectaba
en el fondo con la tradición de la poesía hispanoamericana. Ahora, como lo señalan
Iván Farías o Dán Lee, Arena mestiza, al menos en sus primeros poemas, expone
con claridad una serie de escenas que terminan generando ese mosaico de
referencias bien asentadas por la edición de Malpaís y hasta los collages del
propio autor. Como lo dijimos a propósito de Cielo del perezoso o Tiro de piedra, estamos ante uno de
los poetas más sugerentes de México.
Antes de ir a las luchas de los
lunes en el Arena Puebla, puedes sentarte
con uno de estos quinientos ejemplares numerados y firmados por Daniel Téllez. Con
ilustraciones de Édgar MT y con
algunos textos en inglés, traducidos por Javier González Cárdenas. Son numerosos
los comentarios que recientemente ha provocado a Alejo Santiago en Milenio,
a Marcos Daniel Aguilar en Crónica, con
una entrevista donde el poeta y luchador reivindica el asidero popular de la literatura en
las anécdotas, intrahistorias y mitos que conforman su última obra. Merece
rescatarse buena parte de sus palabras por el contagioso fervor con que habla:
la poesía está en los artefactos de uso de la lucha
libre, desde el imaginario colectivo que idealiza a sus héroes, en el matiz
histórico y antropológico, en el arte del llaveo y contrallaveo a ras de lona,
en la condición físicoatlética de los gladiadores, en los vistosos estilos de
luchar, los nombres y máscaras y su descendencia, apropiación y arraigo en lo
popular, hasta los equipos luchísticos —simples o vistosos— que enmarcan el
escenario ideal para que la lucha libre se haga. Mención aparte merece el
ritual del caos luchístico, aquel que comienza con la llegada a la arena y el
barroquismo que ahí impera con sus personajes entrañables: el anunciador, el
mascarero, la edecán y las tres caídas de rigor.
Esta semana, después de hacer lo propio en Sin Embargo, sostiene José Manuel Vacah en Superluchas: «Un
verdadero poeta convierte lo profano en sagrado y viceversa. […] sobre la
máquina de coser va confeccionando maravillosas piezas artísticas inspiradas en
diferentes mitologías de la lucha libre».
Iván Farías, Dán Lee, Daniel Téllez, Jorge Aguilera e Iván Cruz en el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia |
En cuatro partes («a ras de lona», «primera plana», «idilio y lentejuela» y la que da título al libro) se suceden figuras de la historia de la lucha libre, referentes de México, anécdotas y personajes aparentemente secundarios que hacen con razón la pasión. La dicotomía nietzschiana de lo apolíneo y lo dionisíaco es el hilo conductor. Este me parece uno de los triunfos de Téllez y Arena mestiza, conjuntar con naturalidad una variada muestra de tonos de la memoria personal y colectiva.
En su poesía libran y conviven con
gusto las referencias más variadas de México hasta reivindicar, por ejemplo, el
personaje femenino en el poema «Martha Villalobos»:
Es mentira que con la lucha libre
se pierde el feminismo:
mi atuendo de pintura y maquillaje
es la chispa de mi vanidad.
Quise ser diferente
a todas las briosas mexicanas.
Mi personaje es copia
de Tam Matsumoto,
una luchadora japonesa
que hizo época.
Aunque embarnecí
y me excedí en el peso ideal
tengo una agilidad que sorprende:
“este peso no cualquiera lo aguanta”.
Nada es premeditado arriba del ring,
porque este esqueleto rumbero,
como expresan mis hermanos,
sabe de técnica
y el espectáculo que doy es natural.
Admiré lo justo a Chabela Romero,
la mejor gladiadora del orbe,
y desde su ejemplar pericia
me juego la vida en el encordado
porque si no luchara me moriría de tristeza (24).
Las sensaciones de
quien lucha en el cuadrilátero fluyen por quien se ha dedicado profesionalmente
a ello. El desdoblamiento, como señalan en el CCLXV, es posible gracias a esa
franqueza y a ese infinito respeto por la tradición mexicana. El poeta no solo
hace un homenaje a la lucha libre mediante la crónica,
sino que narra el espectáculo que es también para EUA o Japón y que pude
disfrutar en 2011 con una conclusión: efectivamente, «Nada es premeditado arriba
del ring».
Daniel Téllez logra un libro de
poesía que acerca el arte de la lucha libre mediante imágenes certeras que
enganchan al público de uno y otro lado, que no están tan lejos. Como decía Jorge
Aguilera, con la literatura y con el deporte rey de México sabemos que lo que
se representa es una ficción, aun así (o por ello) nos sorprende. En este caso las máscaras y los sujetos poéticos son
realmente asombrosos. Disfruten ahora «Por un mundo sin muros» con la revista La Otra, en la 40 Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería o en la Presentación de Parentalia Ediciones en su séptima tanda de Fervores con Israel Ramírez
y demás poetas. Este libro es único en la poesía mexicana contemporánea, aunque seguro que abre un camino para lo que sigue.
Recientemente entrevistaron a Daniel Téllez sobre poesía y lucha libre en Radio Faro 90.1 F.
Recientemente entrevistaron a Daniel Téllez sobre poesía y lucha libre en Radio Faro 90.1 F.
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