La niebla crece dentro del cuerpo
(Puertabierta Editores, 2019) es el poemario que acaba de publicar Nadia Contreras (Quesería,
Colima, 1976): una historia sobre la veladura en clave poética; es decir, una
bitácora de la pérdida de visión.
En
nueve partes se divide ese tratado sobre el que es quizá el más importante de
los sentidos: «Las cosas cambian de lugar», «Cubrir los ojos con los dedos.
Testimonios», «Proximidad del mar oscuro», «Consideraciones finales para
detectar el glaucoma», «Voy a poder recuperarme», «El fantasma de la voz», «Obsesión
por la blancura», «Anotaciones a partir del texto “Últimos momentos y funeral
de George Sand” de Henry Harrisse» y «Final». No obstante, la imagen se rescata
y se reemplaza por el oído. La cadencia recuerda a otros de sus poemarios al tiempo que ofrece un nuevo tono, más punzante e incluso
filosófico.
Según
Sugey Navarro en Godú: «La poeta, disecciona el mal que aquejará al ojo, y
resulta imposible no recordar Operación del cuerpo enfermo de Sergio Loo,
su introspección apoyada en partes del cuerpo y nombres de padecimientos a los
que se vio acercado en la agonía que lo llevara a la muerte».
A
modo de tratado o diario, la colimeña da cuenta de las sensaciones del cuerpo
cuando lo lejano le es ajeno. No es casual por tanto que el epígrafe del
principio, que da nombre a la primera serie, se deba al excelente poeta que ya
casi no ve Jorge Fernández Granados, del que hablaremos próximamente.
La
enfermedad ocular que es el glaucoma invade la página, el día a día. Son pasos
sobre la pérdida y el augurio de una nueva relación con el mundo, el lenguaje.
Es además, me parece, una poética: otra manera de acercarse al contorno. El
crepúsculo, por ejemplo, será a partir de hora, paradójicamente, menos
abstracto; más científico, dentro de la frialdad que en la lírica posibilita la
poesía. Y es imposible entonces no pensar en esa famosa escena de Un perro andaluz de Luis Buñuel;
cuando, según Contreras al final de esta primera parte: «Los ojos —dicen—, / se
llenarán de hormigas». «Las fibras nerviosas de la retina / rasgan el ataúd»
(19).
A
continuación, se parte de Elsa Cross para completar el espacio que se genera ante dicha pérdida. A la
manera de Esther M. García en Bitácora de mujeres extrañas, varias personas protagonizan diagnósticos,
sensaciones y evoluciones físicas que también tocan lo psíquico. Así termina «Agua
cerrada»: «El olfato. El olfato. // Es como salir / de una alucinación /
para entrar en otra» (28).
En
tercer lugar, Dolores Castro
abre la serie que continúa con el elemento natural que lagrimea mas no aclara.
Además de iluminar el sujeto poético desde diversos ángulos sin desatender el
tema central del libro, casi narrativo e incluso, por momentos, ensayístico o
teatral por los monólogos, La niebla crece dentro del cuerpo homenajea a
poetas básicos y en ocasiones velados por la crítica de la poesía mexicana. Conjetura
una conversación con Jorge Luis Borges o Astrid Lindgren para ver qué podría
haber ocurrido, sentido, expresado.
La
cuarta sección es abisal. Lo dice «Tonometría»:
Entre
12 a 22 mmHg
(“mmHg”
se refiere
a
milímetros de mercurio,
una
escala utilizada
para
medir la presión ocular),
el
cántaro limpio de los ojos,
su
arquitectura,
cristal
que
urde
los
reflejos.
Basta
el soplo
o
la voz
para
que su caída
no
tenga fin (41).
Después
de la operación florece el ánimo. La siguiente fase es de esperanza. Los
colores se imaginan como Cristina Rivera Garza en El disco de Newton. Se aprende a ver una fotografía
a reconocerse en ella. Los espacios se articulan con más pausa, con una
conciencia que desaparece por la gracia de tener cada día la base del poema.
Ahora mucho más que imágenes.
El
paso al oído en el silencio de la noche da por primera vez en este libro con
prosas, sin título, precisas y tajantes:
LA
ENFERMEDAD SE AFERRA, es como si ese laberinto de dolor te necesitara, ese
laberinto de gemidos, fiebre y labios resecos. «Llevo sin trabajar dos meses».
Contra los cristales arrojas el fantasma de la voz: «Pienso que voy a
recuperarme, pero aún no puedo concretar nada». La noche es una astilla de
niebla (60).
Son la blancura que se
vence al escribir, por la obsesión de la parte que antecede a las series finales.
La grisura ajena a la razón de poetas como Francisco Hernández se deja entrever en sinestesias familiares: «LA FIEBRE TIENE EL
OLOR a pájaro muerto. Es el olor de tu abuela cuando le fue imposible cerrar la
boca; había llegado al jardín de los que parten [...]» (68). La muerte da
entrada al último texto, breve, de nuevo en verso, en cuatro de ellos que
buscan, pese a todo, la verdura.
Nadia Contreras logra con
La nieble crece dentro del cuerpo un canto a la vista de referencias
literarias fundamentales para comprender la vida y el devenir de la poesía mexicana
contemporánea.
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