Consomé de piraña (Carruaje de Pájaros / Instituto
Sinaloense de Cultura, 2020) es el reciente poemario de Antonio León (Maneadero,
Ensenada, Baja California, 1977): frescura para quienes lo leemos con la seguridad
de que no deja de ser fiel a sí mismo.
Como
vimos hace unos meses gracias al archivo de Poesía Mexa,
la fuerza narrativa atraviesa la poética del mexicalense también en este título.
Ahora bien, a diferencia de la voz descarnada que se valía del humor y de
múltiples referencias para crear con atrevimiento tanto una enunciación ya
reconocible en León como una atmósfera irreverente y crítica, en Consomé de
piraña se advierte un tono de mayor hondura. No se abandonan estas virtudes
anteriores, sino que se desarrollan mediante construcciones verbales cuyo
núcleo podría ser la reflexión sobre la poesía desde la misma poesía. Los mecanismos
devoradores de la cultura y las malas lenguas para quien «se doctora en uno mismo»
(18) dan sabor a este plato que se sirve caliente. Estamos ante un
nuevo uso de la metáfora (diría, quizá, irónicamente el sujeto poético). En
cada imagen hay un matiz a propósito del viaje que motivó la escritura hace un
par de años, sin desatender esa reflexión sobre la caricatura de los
estereotipos: «un poeta heterosexual es el gran verso blanco / todo a largo
plazo / siempre en contra del trabajo remunerado» (23).
En
este universo literario que el yo lírico baja a la tierra destacan los poemas «las
obras de teatro universitario no son fotogénicas» (31-34), «paty chapoy» (35-38)
o «henry rollins» (39-40) hasta «la mufasa de bernarda alba» (90-91), cuyos
títulos ya son parodia de la intrahistoria que van a representar. Se trata de
una crítica de la crítica. Por la boca muere el pez.
Entre
los temas que conforman dicha tragicomedia mexicana se encuentra uno que
protagonizará, como veremos la próxima semana, el libro 121:08 (2020) de
Luis Eduardo García. Además del periodismo, la televisión, los festivales de
poesía o la música, el séptimo arte motiva el poema de Antonio León titulado «cine
mexicano» (43-45), «para ánuar zúñiga naime». La metáfora comparte en la mayoría de los casos una
atmósfera cotidiana que convive con la tradición que nos conforma. Se produce
una simbiosis exitosa, extraña (en el mejor sentido), entre la cosmovisión que
reconocemos al leerlo y los detalles inesperados que oscilan en los (aparentemente)
márgenes del arte. Esta es una de las secciones que componen el poema anterior:
3.
dije
en una reunión
que
la película era horrible
como
el lazo blanco de hierro
que
sostiene al dios tláloc por la espalda
en
el museo de antropología (44).
Los motivos continúan hasta el final, es
ahí, en los últimos versos, donde se consolida la estructura que se ha ido
trazando desde elementos que en un principio pudieran parecer banales o
únicamente dirigidos a recursos coloquiales. Nada de eso.
El
lenguaje es el arma de doble filo. Nos sirve para nombrar la realidad (o eso
dicen), pero también para burlarnos de ella. Es recíproco, como un premio de poesía:
«el siguiente hace poesía de género / es una suerte que no sea de número» (54).
Un
poema puede hablar de travestismo y recoger una cifra que se opone totalmente a
la comedia: «en aquel año de fiestas / se registraron cerca de dos mil
quinientas muertes
relacionadas con el narcotráfico / en la
ciudad de tijuana» (65). Por datos como este es necesario Consomé de piraña.
El humor a veces permite digerir el desastre. Las minúsculas no le quitan
importancia a ciertos términos; permiten llegar a ellos. La ausencia de signos
de puntuación libera versos largos que mantienen el ritmo pese a ser cortados
por la estrechez de la página. El chiste se genera en varias cápsulas, cercanas
todavía a esa dimensión cívica, libre, reclamo de la habitabilidad en un mundo
que invita a todo lo contrario. La risa no exime de compromiso. De tal modo
termina el poema «grillo poeta»: «quiero decir que no deseo cambiar al mundo / sin
haberlo rasurado de hermosos sicarios desde la nuca» (68); o el titulado «florilegio
de chacales en cloro»: «bajo el amparo de las noticias acerca del hundimiento
del mundo / en el mar de cortés / se depila el muslo ácido de nuestro suspiro» (94).
Concluye con el apocalipsis en «2050» (101-103) y demuestra de tal modo que la
solemnidad ya se perdió en buena parte de la lírica; pero también va jodiéndose
el mundo que nos ocupa, sin perder el humor, con un notable tono melancólico.
Son
estas algunas notas que nos despierta nuevamente la lectura de Antonio Léon.
Las tendremos en cuenta para seguir las atrevidas y genuinas propuestas que desde
la narrativa y el humor ofrece con la poesía. En Carruaje de Pájaros termina preguntándose Jesús de la Garza en una excelente reseña: «¿se puede hacer camp en Mexicali después de la guerra contra el narco?». Para comprobarlo, este poeta. De él habla Jorge Ortega como «Mascarada y catarsis» en El Septentrión.
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