El
cuarto de la luna (Literal, 2020) es la ópera prima de Violeta
Orozco (Ciudad de México, 1989), que sale casi a la vez que su libro As Seen by Night
/ La edad oscura (en prensa). Parece que ambas obras no siguen una misma
postura ante el oficio que nos ocupa; ahora bien, este poemario inicial establece
algunos rasgos que podrían ser característicos de su poética y la relación que
establece con otras referencias de la lírica mexicana.
Las cuatro secciones que componen esta, valga el símil, habitación propia se complementan con fotografías de Marco Antonio Posada Pedroza:
I. Tiempo robado; II. Terrenos del insomne; III. Espejismos del desierto; IV.
El incierto territorio. Inicia del siguiente modo:
A la manera de Rubén Bonifaz Nuño o Coral Bracho, el poema, al fijarse, funda un tiempo; y un espacio, en la página.
La palabra discurre entre el pensamiento de quien la expresa y quien la recibe,
rebotando en múltiples interpretaciones que conectan uno y otro balcón, en el
vacío.
En primera persona, el sujeto poético pasa
revista al exterior en la noche. La oscuridad, excepcionada por el cielo, invoca
al interior del ser humano. Ahora bien, no se trata del hermetismo; sino de
otra forma de mirar lo no mirado, la tradición, nuestras emociones, como colectivo.
Así termina uno de los poemas que, en mi opinión, mejor refleja lo que
lleva a cabo quien escribe, «El ojo» (s. p.):
[...]
Un
poeta es un ojo
expulsado
al polvo de las épocas
después
de haber arrojado
el
testimonio del incendio.
Nadie
quiere ver
ni
su muerte ni su vida,
ver
el tiempo que en su ojo se coagula.
El
tiempo me pidió
verse
en mi espejo.
No
le di tiempo.
Me
escondí en él,
lo
usé para cubrirme.
El
poema corre contra el tiempo. Lo fija y se escabulle. El transcurso, el
tránsito, sucede al cabo por la vista, el sentido que da fe del movimiento y
los cambios a nuestro alrededor. En ese
sentido, la serie de poemas breves articula una continuidad que nace y renace
como la vorágine que orbita, onírica, desde Cernuda al final de la primera
parte: «en su vaivén entre el sueño y el deseo».
En segundo lugar, la luna cobra
forma mediante la personificación. La aparente referencia abstraída sufre los
males del mundo; de este planeta llamado Tierra en lugar de Agua. Cada verso
suena a tenor de un logrado esquema de once y siete sílabas con acentos en
tercera y sexta especialmente: «Y mi lengua dejó de hablar y se puso a lamer / herida
el alarido / Soy un alarido / que rompió el muro del silencio y se hizo sangre
/ rasgada en el cielo / Yo soy la venida, yo soy la avenida violada / en su
primera noche a la intemperie». Entonces se recobra el sentido de la gravedad,
como ley vertical que atiende a la luz y sus significados. Se afianza el
concepto del deseo entre detalles en apariencia inconexos que funcionan en una
lectura conjunta del texto. Por ejemplo, el mosquito no atiende a una anécdota
sino a una pasión: molestia y supervivencia. Me viene a la cabeza por ello la
resignificación que le da a tópicos como el horaciano en «Carpe noctem» o «Insurgentes
Sur», que Vicente Quirarte retomó con Quevedo en «Amor constante más allá de Insurgentes». En
Orozco, conforme avanza la lectura, la ciudad se convierte en ese personaje,
una sinécdoque del vacío, nictálope.
En tercer lugar, el espacio se abre a
un ámbito rural, no por ello específico, como veíamos anteriormente. Se crea un
espacio onírico en el que siguen operando los motivos apuntados: el tiempo, la
caída, la violencia. Esta vez, en relación con propuestas del tipo de Cristina Rivera Garza, se despersonaliza el sujeto, la enunciante, voz diluida por
el tiempo. El ritmo, mudo, explica el rito.
Finalmente, los juegos de palabras van
de la urbe a la naturaleza. La madre que nos amamanta y nos devora, como
espacio, se vence por el tiempo en la distopía: «Todo nos perfora desde
adentro, / somos dolor desplegado en un desierto / un gran mapa de homicidios
miniatura / como un hormiguero desangrado». La poesía, individual (o a cuatro
manos, como el proyecto que lleva a cabo ahora mismo Orozco), se dirige a un
sentimiento de insurrección y disidencia colectiva. Estamos ante una referencia
para lo que llamamos dimensión cívica, «cuya voz [según Iván Cruz Osorio en la contracubierta de El cuarto de la luna] transcurre
entre el vértigo, de un tiempo de deshumanización y barbarie, y también la
subversión para señalar la inconformidad para develar nuestro propio descascare
como seres». Sirva como muestra de su labor el trabajo que presentó con Nadia Contreras en Bitácora de vuelos.
Violeta Orozco, activa poeta y ensayista, lleva a cabo una tesis doctoral en la Universidad de Rutgers sobre poetas
chicas y mexicanas. Parte de su obra aparece en el Periódico de Poesía de la UNAM, Carruaje de Pájaros, Tercera Vía,
Otro páramo, Círculo de Poesía, La Poesía Alcanza o Literariedad.
Hace unos meses la autora presentó el libro con Iván Cruz Osorio y Manuel de J.
Jiménez (coordinador de la colección). Está disponible en Facebook, donde es posible seguir a una de las personas que más está
haciendo ahora mismo por la poesía mexicana desde EUA.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario