Daniel Medina (Mérida, Yucatán, 1996) está incluido en el archivo de Poesía Mexa con su libro El sonido de los casos al chocarse (Poesía Mexa, 2020): trece poemas que permiten entender tanto la coherencia como la univocidad, en diálogo con otras fuentes de las que sin duda bebe el autor de Una extraña música (Sombrario, 2018), Médium (Sangre, 2018) y El dolor es un ensayo de la muerte (Fósforo, 2020); galardonado, entre otros, con el Premio Nacional de Poesía Joven Jorge Lara 2014, el Premio Peninsular de Poesía José Díaz Bolio 2017 y el Premio Nacional Universitario de Poesía José Emilio Pacheco 2019.
Esta publicación se debe al Consejo
Editorial que forman Luis Eduardo García, Jorge Posada, Diana Garza Islas,
Daniel Bencomo y Cindy Hatch. No es casual entonces que buena parte de la
frescura que destila Medina parta de referentes como los mencionados en este
blog: Luis Eduardo García y Diana Garza Islas; peculiaridad y atrevimiento que demuestra el yucateco en
poemas breves cuyos títulos aluden al tema que adelanta el que nos ocupa, los caballos,
de diferentes geografías (de la rusa a la inglesa, por ejemplo). Ahora bien, la
intrahistoria de tales especies funciona como reflexión metapoética del yo
lírico cercano y singular: como el de los poetas mencionados con los que es
posible, quizá de cara a un trabajo futuro, trazar vínculos.
Con el objetivo de ejemplificar la
atmósfera que construye y describe dicha voz, a la manera ecfrástica, puede
servir el poema «Fotografía del viejo oeste»:
Dos vaqueros
armados
a la vieja usanza
se miran.
Al fondo sus
vehículos:
caballos de
colores que no
pueden
distinguirse, pero
caballos al fin.
A la derecha un
establecimiento
de licores y
cerveza barata
en el que
seguramente hallamos
el origen de esta
historia.
A la izquierda, es
decir al oeste,
los aposentos del
sheriff:
los dos hombres
son quizá
los más buscados.
Más al fondo de
los animales
la razón del
problema:
uno de ellos
piensa que su caballo
es en realidad un
impostor.
Pero es un duelo,
y el impostor debe
morir
aunque no exista
entonces bala (10).
La
última palabra del poema, que va en un verso único, distante (echo en falta que
sangre), se entiende como verbo y no como sustantivo (habitual en referencias de
la poesía mexicana contemporánea como Armando Alanís Pulido). Dicho juego nos hace interpretar al caballo (asunto nuclear
del libro), esta vez ‒o entonces‒, como el sonido que emiten óvidos. Los
impostores, que también somos quienes leemos al imaginar lo que no es o está,
se convierten en ovejas mediante un certero cierre: técnica frecuente en demás
textos organizados en una precisa estructura circular (posiblemente asociada a
la perspectiva ecocrítica que vimos con Maricela Guerrero o Isabel Zapata) o a la hibridez genérica de poetas que se ligan con el ensayo
(pensamos, a propósito del dolor, en Alejandro Tarrab o Esther M: García).
El interés por disertar la poesía
desde la misma poesía, dentro de esta y las múltiples opciones que plantea el
verso, lleva a Medina ‒colaborador de Cracken Fanzine, director de Ediciones O
e integrante del Centro de Experimentación Literaria‒ cerca de la pragmática de
las artes poéticas que coordina Carmen Alemany en 2015. En este sentido destacan los veintidós puntos con que
cierra El sonido de los casos al chocarse, bajo el título de «Nuevo
manual de poesía» (16).
Me sumo a los argumentos que da Adán
Echeverría en su texto «¿Por qué leer a Daniel Medina?», publicado en Monolito;
del que para terminar extraigo unas líneas: «Medina demuestra que sabe leer,
que sabe imitar, que sabe asimilar conceptos, y entonces construye. Todo en
esta su primera obra se nota pensado y eso se agradece».
Pueden acercarse a la obra de Medina también en Carruaje de Pájaros, Otro páramo, Tierra Adentro, Metapoesía o Bitácora de vuelos.
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