Irma Torregrosa (Mérida, Yucatán,
1993) incluye su reciente poemario Piélago (Cuadrivio,
2020) en el archivo de Poesía Mexa.
Con este libro advertimos algunos de los rasgos (claridad en las escenas descritas;
lenguaje coloquial, no exento de lirismo; precisión sintáctica; o multiplicidad
simbólica en elementos comunes) que la convierten en una escritora capaz de
conversar con otras y otros poetas de su promoción.
La edición que se encuentra en el
repositorio abierto no es la definitiva de la editorial, por lo que nos referimos
a textos cuya paginación no corresponde con el formato impreso.
Piélago se estructura en tres
partes: «Fotos y dibujos», «Metafísica del pez» y la que da nombre al libro. Arranca
con un epígrafe de Lêdo Ivo: «Jamás veremos el mar que el mar oculta» (6). Con
dicha máxima ofrece la declaración de intenciones un sujeto poético que en
plural profundiza en las diferentes capas abstractas e inasibles de la
naturaleza, consciente de que inviable será llegar al elemento que nos atrae.
La memoria familiar trae a colación
diferentes objetos (un bañador o un salvavidas, a través de las fotografías). Con
ese recurso se construye una historia personal que da pie a la comprensión
marina en el país con más hispanohablantes. En prosa, a la manera de un cuento,
se presenta a un personaje que dialogará mediante el verso con la familia en
torno a un hecho, parteaguas: el ahogamiento.
Tras esa primera sección en la que
se consolida la relación autobiográfica, entendemos, de la yucateca con el mar (hasta
el punto de ser un vínculo divino), el análisis del pez configura un nivel
superior de lectura y también de arte poética. En esta ocasión se toma como
punto de partida un par de versos de Balam Rodrigo: «Toda belleza es monstruosa, / aunque no hay más monstruo que el
corazón» (18). Cual sinécdoque leemos:
El
embrión humano es leve en fase temprana,
muy
similar al de otros mamíferos aves y anfibios
que
también han venido del agua.
Fuimos,
somos peces:
al
igual que en otras especies
el vientre de la
hembra humana es el primer océano (20).
Como si de un ecopoema de Isabel Zapata se tratara, la reflexión sobre las especies y nuestros orígenes en
relación con el medio acuático, sin abandonar el tono poético de los primeros
textos, también breves, en prosa, ahora destacan con más frecuencia los pasajes
en cursiva, propios del ensayo o escritura enciclopédica de la que se apropia con
éxito Torregrosa. Fluye la escena: profundiza en la disección del ser marino a
sabiendas de reconocer la inviabilidad de tal hondura. Junto a dicha técnica,
cobra importancia el uso de los dos puntos que veíamos, entre otros, con Antonio León. En el caso de la poeta, el signo de puntuación articula un diálogo
consigo misma: dos voces en torno a la lluvia, ahora, del ciclo del agua. ¿Se
trata de una conversación recíproca con nuestros ancestros?
Seguidamente queda explícita la crítica a
las políticas migratorias que abandonan a su suerte, en alta mar, a quienes buscan
refugio. Se acerca en este sentido al Clima
mediterráneo (Visor, 2017) de Luis Bagué Quílez. Leemos en Piélago: «calma la agonía de los niños a la deriva / les canta, los duerme / a la orilla
de las playas europeas / para que puedan ser reconocidos. // Los recibe de
vuelta si nadie los reclama» (26).
La alegoría desemboca en la parte
homónima. Piélago acaba siendo un círculo, agua que cae y se evapora y
no sabemos si es mar, realmente. Las alusiones a aquellas fotografías, en esta serie
final, dan cuenta de cinco figuras que a modo de diario discurren por la
belleza del mar que estuvo cerca de convertirse para siempre en un monstruo. Tamaño
episodio encierra sensaciones a favor del contacto humano con la naturaleza, a
pesar del daño que entre ambos pueda permear.
Torregrosa resulta ya una de las
referencias para quienes quieran aproximarse a la poesía mexicana
contemporánea. Pueden hacerlo en Círculo de Poesía, Punto de partida, Este País o Tierra Adentro; donde reseña Derrota de mar (Jaguar Ediciones, 2019), de Marco Antonio Murillo: un autor
con el que es fácil trazar nexos dentro del disperso y rico panorama que nos
ocupa. Sigamos tal maremágnum.
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