pero el poeta es el más feliz de los mortales.
VICENTE QUIRARTE
Artes poéticas mexicanas (de los Contemporáneos a la actualidad) −2015, Carmen Alemany (coord.)−
repasa las reflexiones que sobre lo poético han llevado a cabo los mismos
poetas mexicanos en su poesía. Todo ello a partir del prisma que la crítica de
España, México, Italia y Estados Unidos ha reunido en este libro recién publicado por la Universidad de Guadalajara. Sergio Galindo ya lo reseñó en el
Quinto Boletín del Centro de Estudios Iberoamericanos Mario Benedetti haciendo honor a la poética con estas palabras finales:
Artes poéticas
mexicanas (de los Contemporáneos a la actualidad) nos sumerge en la poesía y en la reflexión sobre la labor
del poeta y sobre el origen, los planteamientos, los modos y la finalidad de la
obra poética de un conjunto de autores mexicanos a través de análisis bien
documentados, más allá del enfoque historiográfico más habitual de la crítica y
los estudios literarios.
¿Qué
es la poesía? ¿Qué piensan los poetas sobre este arte? ¿Qué publican al
respecto (de forma explícita y no tanto) los mexicanos de los últimos cien
años? Estas preguntas, entre otras, fundamentan el estudio de la obra de los
poetas (Xavier Villaurrutia, Jorge Cuesta, Gilberto Owen, Octavio
Paz, Efraín Huerta, Rosario Castellanos, Jaime Sabines, Gabriel Zaid, José
Emilio Pacheco, Homero Aridjis, Francisco Hernández, Alberto Blanco, Vicente
Quirarte, Julián Herbert; y una reflexión sobre la poesía mexicana reciente a
partir del estudio de los metapoemas de algunas poetas) que los críticos (Carmen Alemany Bay, Rosa García Gutiérrez, Selena Millares,
Cecilia Eudave, Manuel Fuentes Vázquez, Luis Vicente de Aguinaga, Vicente
Cervera Salinas, Eva Valero Juan, Aníbal Salazar Anglada, Francisca Noguerol
Jiménez, Patrizia Spinato B., Ana Chouciño Fernández, Alejandro Piña, Ignacio
Ballester Pardo, Francisco Estrada Medina, José Ramón Ruisánchez Serra), respectivamente, han
reunido con la coordinación de Carmen Alemany en Artes poéticas mexicanas. Este es el índice:
-Palabras
liminares (Carmen Alemany Bay).
-Reflexión
y análisis de las artes poéticas mexicanas desde los Contemporáneos hasta las
últimas tendencias (Carmen Alemany Bay).
-Xavier
Villaurrutia: cartografía del misterio (Rosa García Gutiérrez).
-Jorge
Cuesta: clasicismo y vanguardia. Aproximaciones a una poética fáustica (Selena
Millares).
-Los
desvelos de la pureza: acercamiento a las artes poéticas de Gilberto Owen
(Cecilia Eudave).
-Para
que al conocerte me conozca. Tentativas y persistencia. Aproximaciones a la
poética de Octavio Paz (Manuel Fuentes Vázquez).
-Efraín
Huerta y el «sentido humano» de la poesía (Luis Vicente de Aguinaga).
-Rosario
Castellanos a la lívida luz del despojo (Vicente Cervera Salinas).
-Jaime
Sabines: la poesía o el grano en la mazorca (Eva Valero Juan).
-Poiesis y dêmos: apuntes para una poética sui géneris de Gabriel Zaid (Aníbal
Salazar Anglada).
-La
llama frente al estrago: José Emilio Pacheco en su poesía (Francisca Noguerol
Jiménez).
-El
mundo poético de Homero Aridjis (Patrizia Spinato B.).
-Claves
en la poética de Francisco Hernández (Ana Chouciño Fernández).
-Arte,
poesía y conocimiento. Aproximación a la poética de Alberto Blanco en Un año de bondad (Alejandro Piña).
-Arte
poética en Vicente Quirarte: decálogo entre el cielo y la tierra (Ignacio
Ballester Pardo).
-Pensar
la poesía a las afueras del poema: la reflexión extralírica en la obra de
Julián Herbert (Francisco Estrada Medina).
-El
arte poética está en otra parte: giros intersubjetivos en la poesía mexicana
reciente (José Ramón Ruisánchez Serra).
El hecho de que los Contemporáneos
sea (hasta la actualidad) la primera y más importante “generación” poética de
México no es casual. Ello se debe a la trascendencia que la estética de sus
textos e ideas tuvieron y tienen para la configuración de los consiguientes
movimientos. Tras Jaime Torres Bodet, José Gorostiza, Xavier Villaurrutia, Salvador
Novo, Carlos Pellicer, Gilberto Owen, Jorge Cuesta, Bernardo Ortiz de
Montellano y Enrique González Rojo…, Octavio Paz (junto a o pese a Efraín
Huerta y Alberto Quintero Álvarez) protagonizará las artes poéticas de la
poesía y de la literatura, enlazando con las generaciones del medio siglo (entre
los que destacan, por supuesto, Jaime Sabines, Rubén Bonifaz Nuño, Jesús
Arellano, Miguel Guardia, Jaime García Terrés y Rosario Castellanos, así como
sus satélites Tomás Segovia, Eduardo Lizalde o Dolores Castro) y del 72 (con José
Emilio Pacheco, Marco Antonio Montes de Oca, Hugo Gutiérrez Vega, Gabriel Zaid y
Homero Aridjis a la cabeza y a los pies de la poesía; e incluso Sergio
Mondragón y Ulalume González de León). Pasamos pues de la divinización y del
hermetismo poético (en su creación y en su recepción) del primer tercio del
siglo XX a la cercanía y a la apertura (en sus interpretaciones) de
las poéticas que entre los años cuarenta y sesenta funcionarían de bisagra para
la dimensión social que configura la literatura mexicana en los últimos
cincuenta años: desde la de David Huerta, Coral Bracho, Elsa Cross, Elva
Macías, Francisco Hernández, Vicente Quirarte, Eduardo Hurtado y Marco Antonio Campos; pasando
por Alberto Blanco, Eduardo Langagne, Héctor Carreto, Jorge Esquinca, Mario
Santiago Papasquiaro, Fabio Morábito, Pedro Serrano, Arturo Dávila, Carmen
Villoro, Gabriel Trujillo Muñoz, Luis Armenta Malpica o Cristina Rivera Garza;
hasta los recientes León Plasencia Ñol, Karla Sandomingo, Tania Favela
Bustillo, Rodrigo Flores, Armando Alanís Pulido, Ángel Ortuño, Luis Vicente de
Aguinaga, Gaspar Orozco, Julián Herbert, Luis Felipe Fabre, Álvaro Solís,
Hernán Bravo Varela, Mijail Lamas, Alí Calderón, Alejandro Tarrab, Maricela
Guerrero, Tedi López Mills, Josu Landa o Margarita Sayak Valencia-Triana, entre
muchos otros.
Como el propio Rubén Bonifaz Nuño
afirmó en una entrevista a Marco Antonio Campos: «Las palabras llegan al lugar
donde no se las espera. No me gusta teorizar, pero si tuviera que definir la
poesía, diría: “Es un juego de palabras cuya finalidad es hacer que lo sin
importancia parezca importante”» (2015).
En palabras de la coordinadora del
libro, siguiendo a Rosario Castellanos, «la poesía, el arte poética, es
estímulo de libertad».
Y esta libertad conlleva que a
partir de 1975, pese a la apertura democrática y el auge del petróleo, la
poesía mexicana sufra una crisis monológica y asocial que protagoniza las
críticas de Ana Chouciño, Hermann Bellinghausen o Rocío Oviedo y Pérez de
Tudela. Las vertientes de lo íntimo y lo social segregan también unas poéticas
más apegadas ya a lo coloquial, lejos de lo divino: definitivamente, «los
poetas bajaron del Olimpo»; y también la poesía.
«El lenguaje se vuelve entonces un
borde, un límite, una mancha», están acompañadas de reflexiones y situaciones
de la vida cotidiana entreveradas por la intertextualidad (la apropiación de
otros textos de las que hablábamos en líneas ulteriores). En definitiva, una
especie de poética oriental llevada a lo cotidiano» (Alemany, 2015: 52).
Según Rosa García Gutiérrez, Xavier
Villaurrutia (al igual que Jorge Cuesta) hereda la noche, el sueño y la
curiosidad de la primera poeta mexicana: sor Juan Inés de la Cruz. Esta
evolución de las artes poéticas mexicanas parte del surrealismo y de lo onírico
que Xavier Villaurrutia, sobre todos, recogería de André Breton y de Sigmund
Freud, respectivamente. Como le ocurrirá posteriormente a Rubén Bonifaz Nuño y
a Vicente Quirarte, entre otros, a Villaurrutia le influyó el postmodernismo de
Ramón López Velarde. De este modo, en Villaurrutia se concentran los temas que
sobre la poesía aparecerán en la mayor parte de la poesía mexicana: viaje,
sueño, noche, desdoblamiento, muerte y nostalgia. Ejemplo de ello es su obra Nostalgia de la muerte (1938), de la
cual presentamos unos versos:
No duermo para que al verte
llegar lenta y apagada,
para que al oír pausada
tu voz que silencios vierte,
para que al tocar la nada
que envuelve tu cuerpo yerto,
para que a tu olor desierto
pueda, sin sombra de sueño,
saber que de ti me adueño,
sentir que muero despierto.
¿Esta
décima habla de la muerte o de la poesía? La vigilia, la sombra y los olores
que estos versos conjugan describen una misma cosa: el proceso de creación por
el que se sueña y se atiende, se es y se huye, se vive y se muere.
Para
Selena Millares, Jorge Cuesta revoluciona lo poético y lo metapoético de tal
manera, siguiendo también a los románticos franceses (Víctor Hugo, Nerval e
incluso Baudelaire) y las innovaciones anglo-estadounidenses cuyo máximo
exponente es T. S. Eliot, que la ciencia forma parte de las letras, y
viceversa. La alquimia y lo demoníaco invaden un género per se cercano a dos
pilares de la existencia: la locura y al suicidio, con el que el mismo Cuesta
se (im)pondría fin en 1942.
Por
su parte, Cecilia Eudave destaca la especularidad de Gilberto Owen a la hora de
evidenciar su reflejo poético en la obra de quien, por su diferencia respecto
al resto de Contemporáneos, quiso ser un desconocido. Para Owen, el bardo
varado, la poesía es una paradoja, un juego de contrarios que se confiere como
la única manera de alcanzar la uni(ci)dad: «unidad
que da lugar a una suerte de equilibrio necesario para establecer la identidad
en la diversidad que une y distancia» (Eudave
ápud Alemany, 2015: 107), un fin en sí
mismo (tal como dirá Aníbal Salazar al respecto de Gabriel Zaid) que requiere
de caminos y de viajes para el desvelo poético y vital. Pues Owen y su Sindbad, el varado en particular no son
solo un poema de amor (como argumentaría Vicente Quirarte en El azogue y la granada. Gilberto Owen en su
discurso amoroso (1990)), sino que además es una revolución, social e
intelectual.
Manuel
Fuentes Vázquez sitúa a Octavio Paz en una dialéctica: «El poema será una tentativa; la poesía, la persistencia»
(Fuentes Vázquez ápud Alemany, 2015: 110), pues como el Nobel mexicano
reconocía al presentar sus obras: «cada poema es el borrador de otro que nunca
escribiremos […] un objeto hecho de palabras, destinado
a contener y secretar una substancia impalpable, reacia a las definiciones,
llamada poesía».
A
partir de Luis Vicente de Aguinaga damos con otro poeta poético, poemático y
poesístico: Efraín Huerta. De nuevo lo contradictorio se entrecruza en su obra
y en su arte poética: sentimos desde la ternura y la violencia hasta la
humanidad y la barbarie en el proceso creativo. Sin embargo, su ideología
política fue constante, sobre todo en el género periodístico y en sus
poemínimos.
Vicente
Cervera refleja a Rosario Castellanos. Como viene siendo habitual en la poesía
mexicana, el azogue refracta la luz y la no luz de la poesía: tanto en su
vínculo con la realidad como en su dimensión metapoética. «Una palabra es sólo/
la imagen deformada en un espejo» (Rosario Castellanos, 1998: 134). Al igual
que le ocurría a Villaurrutia con Nostalgia
de la muerte (1938) o a Gorostiza con Muerte
sin fin (1939), Castellanos bebe del líquido insomne de la monja mexicana por
antonomasia, llegando a la conclusión de que poesía no eres tú, sino el otro,
lo otro, los otros, la tercera pata de una mesa cada vez más amplia.
En
cuanto a Eva Valero Juan, el «yo» se corresponde con una pequeña parte del
tiempo del poema que compone Jaime Sabines, incluyéndose en un tejido diverso y
por tanto único, como comentábamos anteriormente con Gilberto Owen y Cecilia
Eudave. Para el mexicano, la poesía es necesidad y destino, es parte de una
ligazón indisoluble entre vida y literatura; por lo que se corrobora así la
tesis de que la poesía mexicana desde 1960 crea y forma parte de una dimensión
social que desde Contemporáneos radica en el gozo y el dolor, en la crítica y
el elogio, en las artes y en las calles de sus obras y sus (meta)historias.
Aníbal
Salazar justifica los referentes de la poesía y las reflexiones (si es que no
son lo mismo) de Gabriel Zaid a partir de las disquisiciones sobre la estética
de la recepción llevadas a cabo por Umberto Eco, Jorge Luis Borges o John
Berger y, por supuesto, de su «promotor»: Octavio Paz; reivindicando de nuevo,
en 1966, la interacción entre la vida y la poesía. Pese a que los poetas (y la
poesía), por fin, ya bajaron del Olimpo: Zaid se pregunta, no sin sorna: «¿Hay
alguna razón para que un poeta lo sea menos si practica seriamente algún
deporte, sabe llegar puntualmente a una cita o administrar un presupuesto?»
(1986: 77) (Salazar ápud Alemany, 2015: 186).
Francisca
Noguerol Jiménez responde a esta pregunta de Zaid, seguramente de forma
involuntaria, al situar a José Emilio Pacheco frente a la llama que busca
iluminar el estrago. Ahora bien, como veremos posteriormente con Homero
Aridjis, esta luz es efímera, gradual, intermitente y compleja:
La
poesía es la sombra de la memoria
pero
será materia del olvido.
No
la estela erigida en plena selva
para
durar entre sus corrupciones,
sino
la hierba que estremece el prado
por
un instante
y
luego es brizna, polvo,
menos
que nada ante el eterno viento ([Pacheco] 2000: 158).
La
naturaleza y el tiempo pachequianos ubicarán espacio-temporalmente las artes
poéticas de los discursos polí/éticos en el México reciente. Por otra parte,
siguiendo el desdoblamiento oscuro y alargado que nos sigue (o al que seguimos,
dependiendo de la iluminación), (en palabras de Noguerol) el poema de Pacheco «“Sombra
en la nieve” plantea la capacidad del lenguaje para unir contrarios en la “fluidez
en lucha contra la fijeza”», en aproximaciones.
Patrizia
Spinato logra entrar en el arte poética de Homero Aridjis. Y facilita que el
lector también lo haga, accediendo si quiere al portal que la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes le dedica a este poeta mexicano. Cabe destacar la
ecología (donde cobran especial protagonismo los perros, como en Vicente
Quirarte) y la recuperación histórica de esta tradición renovada que viene
caracterizando las artes poéticas mexicanas. Prueba de este continuum es el final de su poema
autobiográfico «Un momento»: «nací una y otra y otra vez»; estructura que ya
aparecía, como se recoge en el libro que coordina Carmen Alemany, en el poema
«El despojo» de Rosario Castellanos. Así pues, la poesía, el poeta y el poema
(en último término por su máxima importancia e independencia) revive con cada
lectura, lector y espacio-tiempo. Sus hojas (pese al libro electrónico al que
se refería José Emilio Pacheco) son inmarcesibles.
Ana
Chouciño, autora de un libro fundamental para la poesía mexicana de las últimas
décadas (Radicalizar e interrogar los
límites: poesía mexicana 1970-1990), nos da ahora (parafraseando el título
de su artículo) las claves en la poética de Francisco Hernández. El
desesperanzado Hernández trata el suicidio (al igual que Vicente Quirarte) en
muchos de sus poemas «ya sea de modo explícito, como en «Bajo cero», ya a
través de famosos suicidas, como Sylvia Plath, («la nieve caía dentro de sus
pupilas», 342) la autodestrucción se presenta asociada a la sensación de frío»
(Chouciño ápud Alemany, 2015: 243). Del mismo modo que lo hace Quirarte con Aníba Egea, el
veracruzano se desdobla en la ficción de su «gemelo necesario»: Mardonio Sinta.
El filo de la poesía hernandiana (nos referimos al mexicano) divide el gozo y
el sufrimiento poéticos en partes iguales, como indica su famoso aforismo:
«Amor/ taja/ dos».
La
poesía y la pintura convergen en el estudio que Alejandro Piña hace de la
poética de Alberto Blanco desde Un año de
bondad (1989). Blanco extiende la obra de Max Ernst, Una semana de bondad (1933), en las cincuenta y dos semanas,
cincuenta y dos citas textuales por tanto, que acompañan cada imagen propia. Es
decir, Blanco selecciona el texto o los textos y crea la imagen o las imágenes;
pues aunque, a priori, este arte poética pueda parecer independiente del otro
arte, el pictórico, Piña nos demuestra con su estudio poético-pictórico o
pictórico-poético que la obra de Blanco, Un
año de bondad, es única, él es quien la ha creado (pese a que haya
recurrido a textos de otros para componer o completar sus imágenes originales).
Sin embargo, venimos viendo que la unicidad no es viable en las artes poéticas
mexicanas, por lo que será el lector o los espectadores quienes continúen
desarrollando la obra.
En cuanto a Vicente Quirarte, al que hemos aludido varias veces en este trabajo al
hablar de desdoblamiento, suicidio o animales poéticos, trazamos un decálogo
sobre las ideas de las que el poeta mexicano se sirve para crear y vivir
(rescatando la máxima de Walt Whitman de «la vida como poesía»): 1. El mejor de
los sentidos; 2. «Vivir es escribir con todo el cuerpo»; 3. «El peatón es
asunto de la lluvia»; 4. Los bajos fondos; 5. «Sociudad»; 6. Yo es otra; 7. El
azogue y la granada; 8. Poetas y poesía; 9. Separación, Inicio y Retorno de la
poesía; 10. Entre el cielo y la tierra.
Francisco
Estrada Medina exprime el arte poética personal de Julián Herbert a partir de su
aparente oposición a la misma: «Los poemas me son laberintos portátiles,
herramientas para construir atajos y callejones sin salida en la piel de las
desapariciones. Escribo para volver al idioma del que nací» ([Herbert] 2002:
248) (Estrada ápud Alemany, 2015: 287). De nuevo partimos de una necesidad
artística (escribir poesía) para regresar o recuperar el estado o rasgos
primigenios. Nos separamos de lo
común (no escribir o leer poesía), para iniciarnos
en unos ritos de pasos (guiados por unos bastiones que son las artes poéticas)
que terminan en el retorno (a lo
Vicente Quirarte y a lo Arnold van Gennep). Julián Herbert poetiza (según
Estrada) desde dos conceptos: ars
combinatoria y tradición amplificada.
José
Ramón Ruisánchez Serra concluye Artes
poéticas mexicanas (de los Contemporáneos a la actualidad) con la intersubjetividad: «cada lectura
re-traiciona la tradición» (Ruisánchez ápud Alemany, 2015: 296). El corn de Agamben, pasando por Freud o
Butler, simboliza la rima huérfana de la actualidad de las artes poéticas
mexicanas. Estos momentos, estas palabras, estas frases hechas pueden
significar (cuando los ponemos en común, yo con mi escritura, tú con tu
lectura) la búsqueda grupal de una respuesta subjetiva.
En
definitiva, Artes poéticas mexicanas…
nos lleva a la conclusión de que la creación y su modus operandi transitan
entre dos contrastes que dejan de serlo al unirse no en la búsqueda de la
verdad o el contacto con lo divino sino en el hallazgo y en la comprensión del
mundo que creamos y nos soporta. A partir de los sesenta la poesía se abre al
lector. Es él quien la completa, o mejor dicho, quien la compone, con sus
lecturas, en su infinita amplitud; la cual viene definida y variada por el
contexto de autor y lector, así como del propio texto. La bimembración de los
opuestos (alegría-tristeza, vida-muerte, cordura-locura, paraíso-infierno…)
trataba de hallar los límites del arte. Sin embargo, es necesario un tercer
elemento que equilibre y rompa las pautas de unas artes poéticas que todavía
tienen mucho que decir y que interpretar de lo dicho. Gabriel Zaiz y José
Emilio Pacheco, entro otros, son muestra de la piedra de toque que es la
poesía. La continua revisión de sus textos imposibilita, de nuevo, la finitud
de las versiones. Cabe destacar, del mismo modo, a manera de conclusión, el
regreso a la infancia y al origen que la mayor parte de los poetas mexicanos
llevan a cabo en su vida y en su obra, siendo por tanto fieles a una defensa de
las raíces propias y a una estructura circular de las mismas o de la misma. El
rito de paso es común: separación, iniciación y retorno.
Estos
tres pasos, necesarios para cualquier quehacer, se cumplen en este libro: los
distintos estudios sobre distintos poetas desde distintas poéticas conllevan
unas diferencias que permiten lo único: el arte/ lo poético.
Cabe
destacar, como desarrollo, actualización y muestra de la viveza de las artes
poéticas (no solo mexicanas), el proyecto que Francisco Estrada nos recomienda
en su estudio sobre Julián Herbert: «Las afinidades electivas / Las elecciones afectivas» que coordina
el poeta argentino Alejandro Méndez (@mouzaia).
Este
tipo de publicaciones permite que la lectura sea compartida, logra que se
establezca un diálogo entre artes y poéticas, y garantiza la vitalidad de un
género que está (como todo) en constante movimiento.
BIBLIOGRAFÍA
CITADA
ALEMANY BAY, Carmen, Artes
poéticas mexicanas (de los Contemporáneos a la actualidad), Guadalajara: Centro
Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades Universidad de Guadalajara,
2015.
CASTELLANOS, Rosario, Obras II. Poesía, teatro y ensayo. Eduardo
Mejía, comp. México: Fondo de Cultura Económica, 1998.
HERBERT, Julián. «Moscas y Dédalo». En Ernesto Lumbreras y Hernán
Bravo Varela, eds., El manantial latente. Muestra de poesía mexicana desde
el ahora: 1986-2002. México: Conaculta, 2002.
PACHECO, José Emilio. Tarde o temprano. Poemas 1958-2000.
México: Fondo de Cultura Económica, 2000.
VILLAURRUTIA, Xavier, Obra poética. Rosa García Gutiérrez,
ed. Madrid: Hiperión, 2006.
ZAID, Gabriel, La poesía en la práctica. México: Fondo de
Cultura Económica, 1986.
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