domingo, 4 de octubre de 2015

Artes poéticas mexicanas (de los Contemporáneos a la actualidad)

XVII. No hay poeta feliz,
pero el poeta es el más feliz de los mortales.
VICENTE QUIRARTE

Artes poéticas mexicanas (de los Contemporáneos a la actualidad) −2015, Carmen Alemany (coord.)− repasa las reflexiones que sobre lo poético han llevado a cabo los mismos poetas mexicanos en su poesía. Todo ello a partir del prisma que la crítica de España, México, Italia y Estados Unidos ha reunido en este libro recién publicado por la Universidad de Guadalajara. Sergio Galindo ya lo reseñó en el Quinto Boletín del Centro de Estudios Iberoamericanos Mario Benedetti haciendo honor a la poética con estas palabras finales:


Artes poéticas mexicanas (de los Contemporáneos a la actualidad) nos sumerge en la poesía y en la reflexión sobre la labor del poeta y sobre el origen, los planteamientos, los modos y la finalidad de la obra poética de un conjunto de autores mexicanos a través de análisis bien documentados, más allá del enfoque historiográfico más habitual de la crítica y los estudios literarios.

            ¿Qué es la poesía? ¿Qué piensan los poetas sobre este arte? ¿Qué publican al respecto (de forma explícita y no tanto) los mexicanos de los últimos cien años? Estas preguntas, entre otras, fundamentan el estudio de la obra de los poetas (Xavier Villaurrutia, Jorge Cuesta, Gilberto Owen, Octavio Paz, Efraín Huerta, Rosario Castellanos, Jaime Sabines, Gabriel Zaid, José Emilio Pacheco, Homero Aridjis, Francisco Hernández, Alberto Blanco, Vicente Quirarte, Julián Herbert; y una reflexión sobre la poesía mexicana reciente a partir del estudio de los metapoemas de algunas poetas) que los críticos (Carmen Alemany Bay, Rosa García Gutiérrez, Selena Millares, Cecilia Eudave, Manuel Fuentes Vázquez, Luis Vicente de Aguinaga, Vicente Cervera Salinas, Eva Valero Juan, Aníbal Salazar Anglada, Francisca Noguerol Jiménez, Patrizia Spinato B., Ana Chouciño Fernández, Alejandro Piña, Ignacio Ballester Pardo, Francisco Estrada Medina, José Ramón Ruisánchez Serra), respectivamente, han reunido con la coordinación de Carmen Alemany en Artes poéticas mexicanas. Este es el índice:

-Palabras liminares (Carmen Alemany Bay).
-Reflexión y análisis de las artes poéticas mexicanas desde los Contemporáneos hasta las últimas tendencias (Carmen Alemany Bay).
-Xavier Villaurrutia: cartografía del misterio (Rosa García Gutiérrez).
-Jorge Cuesta: clasicismo y vanguardia. Aproximaciones a una poética fáustica (Selena Millares).
-Los desvelos de la pureza: acercamiento a las artes poéticas de Gilberto Owen (Cecilia Eudave).
-Para que al conocerte me conozca. Tentativas y persistencia. Aproximaciones a la poética de Octavio Paz (Manuel Fuentes Vázquez).
-Efraín Huerta y el «sentido humano» de la poesía (Luis Vicente de Aguinaga).
-Rosario Castellanos a la lívida luz del despojo (Vicente Cervera Salinas).
-Jaime Sabines: la poesía o el grano en la mazorca (Eva Valero Juan).
-Poiesis y dêmos: apuntes para una poética sui géneris de Gabriel Zaid (Aníbal Salazar Anglada).
-La llama frente al estrago: José Emilio Pacheco en su poesía (Francisca Noguerol Jiménez).
-El mundo poético de Homero Aridjis (Patrizia Spinato B.).
-Claves en la poética de Francisco Hernández (Ana Chouciño Fernández).
-Arte, poesía y conocimiento. Aproximación a la poética de Alberto Blanco en Un año de bondad (Alejandro Piña).
-Arte poética en Vicente Quirarte: decálogo entre el cielo y la tierra (Ignacio Ballester Pardo).
-Pensar la poesía a las afueras del poema: la reflexión extralírica en la obra de Julián Herbert (Francisco Estrada Medina).
-El arte poética está en otra parte: giros intersubjetivos en la poesía mexicana reciente (José Ramón Ruisánchez Serra).

            El hecho de que los Contemporáneos sea (hasta la actualidad) la primera y más importante “generación” poética de México no es casual. Ello se debe a la trascendencia que la estética de sus textos e ideas tuvieron y tienen para la configuración de los consiguientes movimientos. Tras Jaime Torres Bodet, José Gorostiza, Xavier Villaurrutia, Salvador Novo, Carlos Pellicer, Gilberto Owen, Jorge Cuesta, Bernardo Ortiz de Montellano y Enrique González Rojo…, Octavio Paz (junto a o pese a Efraín Huerta y Alberto Quintero Álvarez) protagonizará las artes poéticas de la poesía y de la literatura, enlazando con las generaciones del medio siglo (entre los que destacan, por supuesto, Jaime Sabines, Rubén Bonifaz Nuño, Jesús Arellano, Miguel Guardia, Jaime García Terrés y Rosario Castellanos, así como sus satélites Tomás Segovia, Eduardo Lizalde o Dolores Castro) y del 72 (con José Emilio Pacheco, Marco Antonio Montes de Oca, Hugo Gutiérrez Vega, Gabriel Zaid y Homero Aridjis a la cabeza y a los pies de la poesía; e incluso Sergio Mondragón y Ulalume González de León). Pasamos pues de la divinización y del hermetismo poético (en su creación y en su recepción) del primer tercio del siglo XX a la cercanía y a la apertura (en sus interpretaciones) de las poéticas que entre los años cuarenta y sesenta funcionarían de bisagra para la dimensión social que configura la literatura mexicana en los últimos cincuenta años: desde la de David Huerta, Coral Bracho, Elsa Cross, Elva Macías, Francisco Hernández, Vicente Quirarte, Eduardo Hurtado y Marco Antonio Campos; pasando por Alberto Blanco, Eduardo Langagne, Héctor Carreto, Jorge Esquinca, Mario Santiago Papasquiaro, Fabio Morábito, Pedro Serrano, Arturo Dávila, Carmen Villoro, Gabriel Trujillo Muñoz, Luis Armenta Malpica o Cristina Rivera Garza; hasta los recientes León Plasencia Ñol, Karla Sandomingo, Tania Favela Bustillo, Rodrigo Flores, Armando Alanís Pulido, Ángel Ortuño, Luis Vicente de Aguinaga, Gaspar Orozco, Julián Herbert, Luis Felipe Fabre, Álvaro Solís, Hernán Bravo Varela, Mijail Lamas, Alí Calderón, Alejandro Tarrab, Maricela Guerrero, Tedi López Mills, Josu Landa o Margarita Sayak Valencia-Triana, entre muchos otros.
            Como el propio Rubén Bonifaz Nuño afirmó en una entrevista a Marco Antonio Campos: «Las palabras llegan al lugar donde no se las espera. No me gusta teorizar, pero si tuviera que definir la poesía, diría: “Es un juego de palabras cuya finalidad es hacer que lo sin importancia parezca importante”» (2015).
            En palabras de la coordinadora del libro, siguiendo a Rosario Castellanos, «la poesía, el arte poética, es estímulo de libertad».
            Y esta libertad conlleva que a partir de 1975, pese a la apertura democrática y el auge del petróleo, la poesía mexicana sufra una crisis monológica y asocial que protagoniza las críticas de Ana Chouciño, Hermann Bellinghausen o Rocío Oviedo y Pérez de Tudela. Las vertientes de lo íntimo y lo social segregan también unas poéticas más apegadas ya a lo coloquial, lejos de lo divino: definitivamente, «los poetas bajaron del Olimpo»; y también la poesía.
            «El lenguaje se vuelve entonces un borde, un límite, una mancha», están acompañadas de reflexiones y situaciones de la vida cotidiana entreveradas por la intertextualidad (la apropiación de otros textos de las que hablábamos en líneas ulteriores). En definitiva, una especie de poética oriental llevada a lo cotidiano» (Alemany, 2015: 52).
            Según Rosa García Gutiérrez, Xavier Villaurrutia (al igual que Jorge Cuesta) hereda la noche, el sueño y la curiosidad de la primera poeta mexicana: sor Juan Inés de la Cruz. Esta evolución de las artes poéticas mexicanas parte del surrealismo y de lo onírico que Xavier Villaurrutia, sobre todos, recogería de André Breton y de Sigmund Freud, respectivamente. Como le ocurrirá posteriormente a Rubén Bonifaz Nuño y a Vicente Quirarte, entre otros, a Villaurrutia le influyó el postmodernismo de Ramón López Velarde. De este modo, en Villaurrutia se concentran los temas que sobre la poesía aparecerán en la mayor parte de la poesía mexicana: viaje, sueño, noche, desdoblamiento, muerte y nostalgia. Ejemplo de ello es su obra Nostalgia de la muerte (1938), de la cual presentamos unos versos:

No duermo para que al verte
llegar lenta y apagada,
para que al oír pausada
tu voz que silencios vierte,
para que al tocar la nada
que envuelve tu cuerpo yerto,
para que a tu olor desierto
pueda, sin sombra de sueño,
saber que de ti me adueño,
sentir que muero despierto.

¿Esta décima habla de la muerte o de la poesía? La vigilia, la sombra y los olores que estos versos conjugan describen una misma cosa: el proceso de creación por el que se sueña y se atiende, se es y se huye, se vive y se muere.
Para Selena Millares, Jorge Cuesta revoluciona lo poético y lo metapoético de tal manera, siguiendo también a los románticos franceses (Víctor Hugo, Nerval e incluso Baudelaire) y las innovaciones anglo-estadounidenses cuyo máximo exponente es T. S. Eliot, que la ciencia forma parte de las letras, y viceversa. La alquimia y lo demoníaco invaden un género per se cercano a dos pilares de la existencia: la locura y al suicidio, con el que el mismo Cuesta se (im)pondría fin en 1942.
Por su parte, Cecilia Eudave destaca la especularidad de Gilberto Owen a la hora de evidenciar su reflejo poético en la obra de quien, por su diferencia respecto al resto de Contemporáneos, quiso ser un desconocido. Para Owen, el bardo varado, la poesía es una paradoja, un juego de contrarios que se confiere como la única manera de alcanzar la uni(ci)dad: «unidad que da lugar a una suerte de equilibrio necesario para establecer la identidad en la diversidad que une y distancia» (Eudave ápud Alemany, 2015: 107), un fin en sí mismo (tal como dirá Aníbal Salazar al respecto de Gabriel Zaid) que requiere de caminos y de viajes para el desvelo poético y vital. Pues Owen y su Sindbad, el varado en particular no son solo un poema de amor (como argumentaría Vicente Quirarte en El azogue y la granada. Gilberto Owen en su discurso amoroso (1990)), sino que además es una revolución, social e intelectual.
Manuel Fuentes Vázquez sitúa a Octavio Paz en una dialéctica: «El poema será una tentativa; la poesía, la persistencia» (Fuentes Vázquez ápud Alemany, 2015: 110), pues como el Nobel mexicano reconocía al presentar sus obras: «cada poema es el borrador de otro que nunca escribiremos […] un objeto hecho de palabras, destinado a contener y secretar una substancia impalpable, reacia a las definiciones, llamada poesía».
A partir de Luis Vicente de Aguinaga damos con otro poeta poético, poemático y poesístico: Efraín Huerta. De nuevo lo contradictorio se entrecruza en su obra y en su arte poética: sentimos desde la ternura y la violencia hasta la humanidad y la barbarie en el proceso creativo. Sin embargo, su ideología política fue constante, sobre todo en el género periodístico y en sus poemínimos.
Vicente Cervera refleja a Rosario Castellanos. Como viene siendo habitual en la poesía mexicana, el azogue refracta la luz y la no luz de la poesía: tanto en su vínculo con la realidad como en su dimensión metapoética. «Una palabra es sólo/ la imagen deformada en un espejo» (Rosario Castellanos, 1998: 134). Al igual que le ocurría a Villaurrutia con Nostalgia de la muerte (1938) o a Gorostiza con Muerte sin fin (1939), Castellanos bebe del líquido insomne de la monja mexicana por antonomasia, llegando a la conclusión de que poesía no eres tú, sino el otro, lo otro, los otros, la tercera pata de una mesa cada vez más amplia.
En cuanto a Eva Valero Juan, el «yo» se corresponde con una pequeña parte del tiempo del poema que compone Jaime Sabines, incluyéndose en un tejido diverso y por tanto único, como comentábamos anteriormente con Gilberto Owen y Cecilia Eudave. Para el mexicano, la poesía es necesidad y destino, es parte de una ligazón indisoluble entre vida y literatura; por lo que se corrobora así la tesis de que la poesía mexicana desde 1960 crea y forma parte de una dimensión social que desde Contemporáneos radica en el gozo y el dolor, en la crítica y el elogio, en las artes y en las calles de sus obras y sus (meta)historias.
Aníbal Salazar justifica los referentes de la poesía y las reflexiones (si es que no son lo mismo) de Gabriel Zaid a partir de las disquisiciones sobre la estética de la recepción llevadas a cabo por Umberto Eco, Jorge Luis Borges o John Berger y, por supuesto, de su «promotor»: Octavio Paz; reivindicando de nuevo, en 1966, la interacción entre la vida y la poesía. Pese a que los poetas (y la poesía), por fin, ya bajaron del Olimpo: Zaid se pregunta, no sin sorna: «¿Hay alguna razón para que un poeta lo sea menos si practica seriamente algún deporte, sabe llegar puntualmente a una cita o administrar un presupuesto?» (1986: 77) (Salazar ápud Alemany, 2015: 186).
Francisca Noguerol Jiménez responde a esta pregunta de Zaid, seguramente de forma involuntaria, al situar a José Emilio Pacheco frente a la llama que busca iluminar el estrago. Ahora bien, como veremos posteriormente con Homero Aridjis, esta luz es efímera, gradual, intermitente y compleja:

La poesía es la sombra de la memoria
pero será materia del olvido.
No la estela erigida en plena selva
para durar entre sus corrupciones,
sino la hierba que estremece el prado
por un instante
y luego es brizna, polvo,
menos que nada ante el eterno viento ([Pacheco] 2000: 158).

La naturaleza y el tiempo pachequianos ubicarán espacio-temporalmente las artes poéticas de los discursos polí/éticos en el México reciente. Por otra parte, siguiendo el desdoblamiento oscuro y alargado que nos sigue (o al que seguimos, dependiendo de la iluminación), (en palabras de Noguerol) el poema de Pacheco «“Sombra en la nieve” plantea la capacidad del lenguaje para unir contrarios en la “fluidez en lucha contra la fijeza”», en aproximaciones.
Patrizia Spinato logra entrar en el arte poética de Homero Aridjis. Y facilita que el lector también lo haga, accediendo si quiere al portal que la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes le dedica a este poeta mexicano. Cabe destacar la ecología (donde cobran especial protagonismo los perros, como en Vicente Quirarte) y la recuperación histórica de esta tradición renovada que viene caracterizando las artes poéticas mexicanas. Prueba de este continuum es el final de su poema autobiográfico «Un momento»: «nací una y otra y otra vez»; estructura que ya aparecía, como se recoge en el libro que coordina Carmen Alemany, en el poema «El despojo» de Rosario Castellanos. Así pues, la poesía, el poeta y el poema (en último término por su máxima importancia e independencia) revive con cada lectura, lector y espacio-tiempo. Sus hojas (pese al libro electrónico al que se refería José Emilio Pacheco) son inmarcesibles.
Ana Chouciño, autora de un libro fundamental para la poesía mexicana de las últimas décadas (Radicalizar e interrogar los límites: poesía mexicana 1970-1990), nos da ahora (parafraseando el título de su artículo) las claves en la poética de Francisco Hernández. El desesperanzado Hernández trata el suicidio (al igual que Vicente Quirarte) en muchos de sus poemas «ya sea de modo explícito, como en «Bajo cero», ya a través de famosos suicidas, como Sylvia Plath, («la nieve caía dentro de sus pupilas», 342) la autodestrucción se presenta asociada a la sensación de frío» (Chouciño ápud Alemany, 2015: 243). Del mismo modo que lo hace Quirarte con Aníba Egea, el veracruzano se desdobla en la ficción de su «gemelo necesario»: Mardonio Sinta. El filo de la poesía hernandiana (nos referimos al mexicano) divide el gozo y el sufrimiento poéticos en partes iguales, como indica su famoso aforismo: «Amor/ taja/ dos».
La poesía y la pintura convergen en el estudio que Alejandro Piña hace de la poética de Alberto Blanco desde Un año de bondad (1989). Blanco extiende la obra de Max Ernst, Una semana de bondad (1933), en las cincuenta y dos semanas, cincuenta y dos citas textuales por tanto, que acompañan cada imagen propia. Es decir, Blanco selecciona el texto o los textos y crea la imagen o las imágenes; pues aunque, a priori, este arte poética pueda parecer independiente del otro arte, el pictórico, Piña nos demuestra con su estudio poético-pictórico o pictórico-poético que la obra de Blanco, Un año de bondad, es única, él es quien la ha creado (pese a que haya recurrido a textos de otros para componer o completar sus imágenes originales). Sin embargo, venimos viendo que la unicidad no es viable en las artes poéticas mexicanas, por lo que será el lector o los espectadores quienes continúen desarrollando la obra.
En cuanto a Vicente Quirarte, al que hemos aludido varias veces en este trabajo al hablar de desdoblamiento, suicidio o animales poéticos, trazamos un decálogo sobre las ideas de las que el poeta mexicano se sirve para crear y vivir (rescatando la máxima de Walt Whitman de «la vida como poesía»): 1. El mejor de los sentidos; 2. «Vivir es escribir con todo el cuerpo»; 3. «El peatón es asunto de la lluvia»; 4. Los bajos fondos; 5. «Sociudad»; 6. Yo es otra; 7. El azogue y la granada; 8. Poetas y poesía; 9. Separación, Inicio y Retorno de la poesía; 10. Entre el cielo y la tierra.
Francisco Estrada Medina exprime el arte poética personal de Julián Herbert a partir de su aparente oposición a la misma: «Los poemas me son laberintos portátiles, herramientas para construir atajos y callejones sin salida en la piel de las desapariciones. Escribo para volver al idioma del que nací» ([Herbert] 2002: 248) (Estrada ápud Alemany, 2015: 287). De nuevo partimos de una necesidad artística (escribir poesía) para regresar o recuperar el estado o rasgos primigenios. Nos separamos de lo común (no escribir o leer poesía), para iniciarnos en unos ritos de pasos (guiados por unos bastiones que son las artes poéticas) que terminan en el retorno (a lo Vicente Quirarte y a lo Arnold van Gennep). Julián Herbert poetiza (según Estrada) desde dos conceptos: ars combinatoria y tradición amplificada.
José Ramón Ruisánchez Serra concluye Artes poéticas mexicanas (de los Contemporáneos a la actualidad) con la intersubjetividad: «cada lectura re-traiciona la tradición» (Ruisánchez ápud Alemany, 2015: 296). El corn de Agamben, pasando por Freud o Butler, simboliza la rima huérfana de la actualidad de las artes poéticas mexicanas. Estos momentos, estas palabras, estas frases hechas pueden significar (cuando los ponemos en común, yo con mi escritura, tú con tu lectura) la búsqueda grupal de una respuesta subjetiva.
En definitiva, Artes poéticas mexicanas… nos lleva a la conclusión de que la creación y su modus operandi transitan entre dos contrastes que dejan de serlo al unirse no en la búsqueda de la verdad o el contacto con lo divino sino en el hallazgo y en la comprensión del mundo que creamos y nos soporta. A partir de los sesenta la poesía se abre al lector. Es él quien la completa, o mejor dicho, quien la compone, con sus lecturas, en su infinita amplitud; la cual viene definida y variada por el contexto de autor y lector, así como del propio texto. La bimembración de los opuestos (alegría-tristeza, vida-muerte, cordura-locura, paraíso-infierno…) trataba de hallar los límites del arte. Sin embargo, es necesario un tercer elemento que equilibre y rompa las pautas de unas artes poéticas que todavía tienen mucho que decir y que interpretar de lo dicho. Gabriel Zaiz y José Emilio Pacheco, entro otros, son muestra de la piedra de toque que es la poesía. La continua revisión de sus textos imposibilita, de nuevo, la finitud de las versiones. Cabe destacar, del mismo modo, a manera de conclusión, el regreso a la infancia y al origen que la mayor parte de los poetas mexicanos llevan a cabo en su vida y en su obra, siendo por tanto fieles a una defensa de las raíces propias y a una estructura circular de las mismas o de la misma. El rito de paso es común: separación, iniciación y retorno.
Estos tres pasos, necesarios para cualquier quehacer, se cumplen en este libro: los distintos estudios sobre distintos poetas desde distintas poéticas conllevan unas diferencias que permiten lo único: el arte/ lo poético.
Cabe destacar, como desarrollo, actualización y muestra de la viveza de las artes poéticas (no solo mexicanas), el proyecto que Francisco Estrada nos recomienda en su estudio sobre Julián Herbert: «Las afinidades electivas / Las elecciones afectivas» que coordina el poeta argentino Alejandro Méndez (@mouzaia).
Este tipo de publicaciones permite que la lectura sea compartida, logra que se establezca un diálogo entre artes y poéticas, y garantiza la vitalidad de un género que está (como todo) en constante movimiento.

BIBLIOGRAFÍA CITADA

ALEMANY BAY, Carmen, Artes poéticas mexicanas (de los Contemporáneos a la actualidad), Guadalajara: Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades Universidad de Guadalajara, 2015.
CASTELLANOS, Rosario, Obras II. Poesía, teatro y ensayo. Eduardo Mejía, comp. México: Fondo de Cultura Económica, 1998.
HERBERT, Julián. «Moscas y Dédalo». En Ernesto Lumbreras y Hernán Bravo Varela, eds., El manantial latente. Muestra de poesía mexicana desde el ahora: 1986-2002. México: Conaculta, 2002.
PACHECO, José Emilio. Tarde o temprano. Poemas 1958-2000. México: Fondo de Cultura Económica, 2000.
VILLAURRUTIA, Xavier, Obra poética. Rosa García Gutiérrez, ed. Madrid: Hiperión, 2006.
ZAID, Gabriel, La poesía en la práctica. México: Fondo de Cultura Económica, 1986.




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