domingo, 28 de febrero de 2016

En el huerto de Dios

La soledad es un tránsito
Silvia Tomasa Rivera

En el huerto de Dios (UANL, 2014) es el último libro de Silvia Tomasa Rivera (El Higo, Veracruz, 1955). La divinidad es terrestre en este homenaje a la pasión de Santa Teresa de Jesús.

            La Universidad Autónoma de Nuevo León publica este poemario «escrito gracias a una beca del Sistema Nacional de Creadores de Artes FONCA (2009-2012)» (7). Son cuatro las partes que la conforman, además del cuestionamiento inicial que presenta la metafísica humana como tema de Tomasa Rivera. Nos referimos a «Los destellos», «El barco de Ávila», «Como las uvas» y «En la boca de nadie». Entre estos textos, las ilustraciones de Iliana Pámanes nos muestran, por ejemplo, la luna enjaulada vista por unos ojos desdoblados, partidos en lágrimas de amor y resquemor.
            En los primeros poemas, En el huerto de Dios crece la semilla del «por qué». ¿Por qué «Caperucita roja/ toma cerveza/ en la cantina/ de la Plaza del Angel?» (19) –retomando la relectura del cuento tradicional que hacíamos con Daniel Téllez hace un par de semanas−. ¿Por qué «pido perdón y permiso/ perdón por quedarme callado;/ permiso para no decir nada» (41)? La palabra es un riesgo que no nos pertenece. ¿Por qué «el mundo es un pañuelo/ humedecido/ con lágrimas divinas» (53)? Creer es menos que crecer.
            Tras esta introducción −con poemas breves, llenos de pausas e interrogantes− la poeta adapta la tradición española a la actualidad mexicana, describiendo una duda que a todos nos surge.
            «Los destellos» comienza con tres versos que justifican su trabajo: «Yo amo a mi país/ mas su fea realidad/ saca lo peor de mí» (61). La preposición «a» que precede al objeto directo «mi país» personaliza la zona geográfica. Entendemos que el objetivo de Rivera, entre otros, es escribir un libro para niños y hablarles de la violencia sin que tengan miedo del presente (cfr. 88).
            «El barco de Ávila» navega entre México y España, o al revés. Los tres poemas que conforman esta parte no nos deja claro el trayecto, pero sí el naufragio en la noche estrellada. La primera persona del singular es triste y necesaria: «Voy a volver/ a mi agujero/ en el corazón de la montaña./ A la ciudad proscrita» (106-107). Las respuestas del cielo no siempre son las preguntas de la tierra.
            «Como las uvas» conjuga el arte poética de Tomasa (cfr. 115) con el erotismo y el humor. Uno de los pocos poemas que lleva título es «Cuestión de verbos». En él se parafrasea a Hugo Fernández Campos y se juega con las palabras para hacer una sátira casi aforística del sexo: «Nada es eterno:/ Cuando el amor se consuma/ el hombre se consume./ Todo es cuestión de tiempo» (144). El diálogo con Jaime Sabines también estará presente en dicha poesía «enhumorada».
            Por último, «En la boca de nadie» hace hincapié al destinatario de estas inquietudes y, posiblemente, también al remitente. La simbiosis entre el ser humano y el paisaje explica las virtudes y los defectos de Dios. «Todo lo que yo te escribo/ es ilegal» (186). Encontramos de nuevo el adjetivo cívico al que nos referíamos en «El barco de Ávila»: «Está proscrito,/ como tú» (187). La unión entre la tierra y el mar es un fenómeno indivisible.    
            Silvia Tomasa Rivera desacraliza En el huerto de Dios la conducta sumisa de antaño mediante imágenes internas y eternas, propias (cfr. 36). Es una poeta innovadora que no olvida los referentes clásicos. Es peculiar en la poesía mexicana. Nos invita a seguir sus versos. Tratamos de añadir, pues, uno al final de su poema «Otoño líquido» (172-173): «y si Madrid tuviera mar», y si Madrid te viera amar.
            Formalmente ocurre algo misterioso con este libro, como si de Cecilia Eudave se tratara. A la página 92 le siguen cuatro en blanco y la 105. ¿Qué ocurre con las ocho restantes? Este es otro interrogante, como el de algunas tildes que nos hacen dudar entre erratas o posibles interpretaciones. Metidos ya en lo esotérico, queremos destacar el final de dos versos continuos: «Es un gran lagarto/ que todo se lo traga» (165)[1]. No servirá de mucho esta lectura, pero puede que Rivera haya creado una figura retórica mediante la cual una palabra (lagarto) forma un sintagma a partir de la primera y última de sus letras, seguida del resto al revés (lo traga), como la piel de una serpiente al morder una manzana, y viceversa. ¿Llamémosla palindemos?


            Se rumorea que Silvia Tomasa Rivera solía iniciar los recitales de poesía con un par de sorpresas como respuesta a la eterna pregunta «¿Qué es poesía?». En este libro nos plantea el mismo interrogante. Intuimos que poesía es lo que no se ve, pero existe. Quizá en esta definición pueden caber muchas otras cosas que no tienen nada que ver con la literatura. Pero ahí ya entramos en un debate en el que, de momento, no podemos participar.




[1] La cursiva es nuestra podría iniciar un poema.

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