Ramón Martínez Ocaranza (pág. 39)
Ramón Martínez Ocaranza (1915-1982) integra el Archivo Negro de la Poesía Mexicana (Malpaís, 2015) con Patología del ser (1981): el canto entre grietas de la razón.
Uno de los académicos
que más está haciendo por la poesía en México, Israel Ramírez (Seminario de Investigación en Poesía Mexicana Contemporánea - UNAM [ahora en El Colegio
de San Luis (COLSAN)]), prologa la obra
del michoacano, un «obstinado olvido». Además de explicar quién era Ocaranza y
por qué es «único» (como lo define Enrique González Rojo Arthur en el video que
adjuntamos al final), Ramírez reflexiona sobre la poesía marginal o periférica
y lo necesario que resulta el trabajo que está llevando a cabo Malpaís
Ediciones.
Hace justo un año, en
septiembre de 2015, Enrique González Rojo Arthur, Roberto López Moreno, Evodio
Escalante, el propio Israel Ramírez e Iván Cruz (editor de Malpaís) rindieron
homenaje a Ocaranza en Bellas Artes. La crítica académica contrastaba aquella
tarde con alguien del público que gritaba: «¡los perros amarillos!» (tan
presentes en Patología del ser: cfr.
76, 78, 159, 162).
Tal equilibrio entre lo apolíneo y lo dionisíaco configura «esa suerte de
contenida bravía, de calma convulsa que habita sus versos» (10). Y continúa
Ramírez en la introducción señalando de manera conjunta «la tradición hermética
y la vocación social y crítica» (13) de un poeta que confirma la inviabilidad
de las etiquetas en la poesía; concluyendo que: «Martínez Ocaranza es un poeta
raro, pero no sólo por ser poco conocido, sino especialmente porque esa rareza
positiva que leemos en Patología del ser
lo hace al mismo tiempo atractivo» (26).
Uno de los pocos que
también se sintió atraído por este poeta fue Enrique González Rojo Arthur. Su
conferencia de 1995 al respecto es básica para leer el poemario del que destacamos brevemente
algunas notas.
La estructura de Patología del ser es compleja y variada.
Se inicia con «I. Prólogo del actor», donde el cuarto punto («Índice crítico»)
explica las partes sucesivas del poemario: la Introducción poética, el Poema
en siete novelas, Los tres Edipos,
Cantares de las negaciones y el Epílogo de El último profeta (cfr. 42-46). Con dichos epígrafes nos hacemos
una idea, como lectores, de los límites y las múltiples referencias que forman
la obra que leeremos, a poder ser, en voz alta y fuerte.
Ocaranza conjuga
tonos, temas y lecturas sobre los que arman su declaración poética. «Walking
around», de Neruda, o Muerte sin fin,
de Gorostiza, caben en una misma «estrofa patológica»: «“Sucede que me canso de
ser hombre...”/ “...Oh, inteligencia, soledad en llamas...”» (49). Uno de las
constantes es la muerte, la interrogación vital: «¿Qué es la muerte? No sé.
Quizás es una combinación de tiempo sin espacio» (104). Los versos medidos y
rítmicos se entrelazan con sentencias filosóficas no exentas de humor. En
cuanto a los recursos, destacan los juegos de palabras, expresando mediante
paronomasias las conexiones del lenguaje con la realidad: «¡Qué leyenda que
pudo ser de sexos encontrados./ De cesos encontrados./ Desesos encontrados!»
(59). El seseo americano extrema la sonoridad de estos versos que rondan, a
modo de estribillo, la tríada semántica. Por otro lado, resuena el retrato del
ser humano, animal y divino:
¡Versículo de amor
de perro muerto!
De god en dog el
hombre se transmigra. Para después oír el subterráneo conocimiento
de su podredumbre.
Metáforas de perros
y de gatos en el camino del conocimiento.
Los hombres
inventaron teoganías por miedo a los espejos.
Y la conciencia
humana se dio muerte cuando miró su imagen.
Que no hay ingenitud
en dog que mata un perro sobre otro.
El hombre reconoce
sus delitos en las tabernas del conocimiento (123).
La evolución de «teoganías» a la «ingenitud» es el filo conductor de Patología del ser: «Que poeta no es el
que conoce la ciencia de su Ser. Poeta quiere decir hacer un Ser./ Un Ser
ardiendo que arde y que se apaga eternamente» (140). El trabajo del SIPMC y Malpaís
ha avivado las brasas de la poesía mexicana.
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