Raúl Garduño (pág. 78)
Raúl Garduño (1945-1980) integra
el Archivo Negro de la Poesía Mexicana (Malpaís, 2015) con Los danzantes Espacios estatuarios (1982): el
movimiento que la muerte añora ahora.
Uno de los críticos
más agudos, Alejandro Higashi (Seminario de Investigación en Poesía Mexicana Contemporánea - UAM-Iztapalapa [ahora también Academia Mexicana de la Lengua]), prologa la obra del chiapaneco en un título
que resume lo que fue su obra: «Derrames del ser, el tiempo y el espacio».
Higashi alude a algunas coincidencias que la escasa crítica ha reiterado entre
Raúl Garduño y José Carlos Becerra. Las menciona para re-enfocar el objetivo de
la investigación: el texto. Descarta la interpretación de una obra como augurio
de su temprana muerte (igual que le ocurrió a Becerra) para ahondar en la
complejidad de las metáforas (danzantes,
estatuarias) y partir de Martin Hedigger u Octavio Paz (cfr. 32-34) para
entender un canto a la muerte, que es la vida, inmóvil por su movimiento. Estas
palabras contienen
un fondo poético ajeno a corrientes contemporáneas a favor o en contra de Paz.
Higashi reflexiona sobre la presencia editorial, crematística al cabo, de este indispensable Archivo Negro de Poesía Mexicana Contemporánea, tal como hiciera en
PM / XXI / 360º. Dice la
introducción: «si el espacio, el tiempo y el ser eran las preocupaciones
principales del poemario, por la alquimia del verso largo y la concatenación
inmoderada de imágenes el lector podía llegar a sentir una verdadera y esencial
ocupación del tiempo a través de una recitación de largo aliento y de una
prosodia dilatada» (27). Higashi baraja varias opciones. Es objetivo, aunque su
tono irónico pueda hacernos pensar lo contrario: «En Garduño, la relación
solidaria entre la acumulación y la imagen garantizaban una semiosis infinita,
como una inagotable máquina productora de sentidos diversos para cada lector»
(44-45) Parte de los comentarios previos de un texto para ofrecernos al final
su interpretación justificada:
Su poesía no era una
experiencia de la síntesis y la conclusión, sino todo lo contrario: estética
que se nutría de la dispersión de la imagen y del sentido hasta la misma
obliteración cognitiva (y ontológica). Se lee a Garduño no para saber, sino
para dejarse ocupar por el ser y el tiempo de una estética que, mientras
existan los lectores tenaces, seguirá viva (46).
Los danzantes
Espacios estatuarios de Raúl Garduño apareció de forma póstuma en 1982, dos años después
de su muerte, gracias a la labor de sus amigos, entre los que se encuentra
Francisco Álvarez, quien firma la «Introducción a la primera edición» (cfr.
51). Cuenta con cuatro partes: «Danzantes espacios estatuarios», «Caballo de
espadas», «Conjeturas del divagante» y «Rocalla para la construcción» (cfr.
24). Los extremos se alejan del oxímoron en la medida en que el discurso del
chiapaneco crea una filosofía de la creación, que no una poética:
[...]
Estoy muerto...
Comienzo!
tomo el tiempo que
es,
resuelvo con mis
brazos
las hachas de la
nube que me tala,
soy el asalto a la
sangre de los hielos,
el toque de alarma
del origen,
la formación del
crimen en la mano que me piensa,
[...] (68)
La primera persona protagoniza el tono ¿autobiográfico? (no tiene por
qué). El trazo es de sangre cerebral, de «esta escrita cicatriz aguda» (82). ¿Todo
fluye? El poeta tiene la opción de fijar el curso vital: «va el duro río de
frío estatuario» (106). Garduño ofrece una sentencia general en una frase (en
una primera lectura) agramatical: «Donde nadie sabe nada todo está el poema» (137).
Los danzantes Espacios estatuarios
nos agita a través de términos sólidos. El choque se produce entre la
concatenación de sustantivos y adjetivos que por su sencillez (que no simpleza)
retrata la realidad urbana-(in)humana: «La gran ciudad duerme en el lecho
austero de la basura» (139). En plural:
[...]
Habitamos la
reyerta,
la noche sin la
ciudad, la ciudad sin la noche,
la huída, el no
moverse, las estatuas instantáneas
del pie
esforzándose aún
en alta mar
con su grillete de
nubes (145).
Escuchemos los versos que hablan por sí solos, que no mismos, únicos. «¿Qué
dice el fondo de la boca oscura?» (183). Habla de la veta que nos lleva al Ser
de no ser, «de ser sin ser» (diría Raquel López): «de la herida que dice al
mundo» (211).
Raúl Garduño fue un
poeta de otra dimensión, de la nuestra. Independientemente de su tragedia
vital, de las cábalas... su texto requiere otra lectura. La que le ha dado
Higashi y el Archivo Negro.
El omnipresente Círculo de Poesía también atiende a
esta periferia de la poesía mexicana y cuenta con algunos poemas de Raúl
Garduño.
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