Fotografía de Zeta Tijuana |
El ancla y el arado (pág. 160)
Algo inaudito está por suceder
pero puede que no nos enteremos.
Guía de forasteros (pág. 13)
El momento esperado
llega cuando partimos.
Devoción por la piedra (pág. 29)
Jorge Ortega es
uno de los poetas que más se está moviendo fuera de México. A continuación
trataremos de esbozar una panorámica del autor de los ensayos El ancla y el arado. Apuntes sobre poesía iberoamericana y otras afinidades (Conaculta, 2014) y sus recientes poemarios Guía de forasteros (Bonobos/ Conaculta, 2014) y Devoción por la piedra (Mantis Editores, 2016). Este último libro mereció
el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines en 2010.
Seguiremos un orden inverso al
de publicación. Partiremos de los estudios que Jorge Ortega recopiló a finales de
2014 sobre escritores mexicanos o cercanos al fondo y la forma de México, para
llegar al poemario que meses antes vio la luz: Guía de forasteros, su más reciente trabajo. Terminaremos
comentando Devoción por la piedra,
reeditado este año por Mantis y galardonado en 2010, según decíamos, con el Premio de Poesía
Jaime Sabines. De este modo, analizaremos la relación entre el ensayo y la
poesía, dos virtudes de quienes se dedican a la poesía mexicana contemporánea,
tal como ya advertía Vicente Quirarte al hablar de su generación.
Jorge Ortega (Mexicali, Baja California, 1972) es Doctor en
Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Barcelona y autor de una
docena de libros de poesía en México, Argentina, España o Estados Unidos.
Destacan Ajedrez de polvo (tsé-tsé,
Buenos Aires, 2003), Estado del tiempo
(Hiperión, Madrid, 2005) o Catenaria
(Pen Press, Nueva York, 2009). Desde 2007 es miembro del Sistema Nacional de
Creadores de Arte de México. Vive a caballo entre distintas geografías, siempre
vinculadas a la poesía.
El
ancla y el arado.... remite desde el título al soporte que nos fija en la
tierra a la vez que crecemos en ella mediante el agua. Dieciséis ensayos,
artículos, conferencias o notas se reúnen en este libro indispensable para
entender la poesía que permea en México y en Jorge Ortega, quien nos brinda
algunas reflexiones sobre el doble oficio que supone la lectura y la escritura.
A José Gorostiza, Gilberto Owen, Lezama Lima, Octavio Paz, Eugenio Montejo,
Fray Luis de León, Góngora, Ramón Xirau o Francisco Brines les une el agua como
naturalidad cambiante que conecta y discurre entre generaciones. Ortega se
dedica al estridentismo, ese movimiento ensombrecido por Contemporáneos y
fundamental para el posterior infrarrealismo, según también estudió Francisco Javier Mora Contreras en la Universidad de Alicante. En estos ensayos el poeta, como filólogo, se
centra en el texto, lo analiza y lo comenta. Desde lo particular establece una
visión panorámica y distinta a la general o tradicional. Los finales de sus
trabajos cierran, como ocurrirá con sus poemas, una serie de ideas e imágenes
totalizadoras. Así concluye el que quizá sea el más exhaustivo texto, «Viaje
redondo. Poesía española contemporánea en la revista Vuelta»: «[...] la teoría del retorno de los galeones, formulada
por Max Henríquez Ureña en 1930 para encomiar la cobertura del modernismo, es
ahora la del boleto redondo en cualquier dirección. Desde México o España la
revista Vuelta fue durante casi un
cuarto de siglo un trayecto de ida y vuelta que traficaba con lo mejor de ambos
mundos» (124). Los dos capítulos finales, «Poesía y mercadotecnia» y «De poemas
y poéticas», hacen hincapié respectivamente en la crematística de Alejandro Higashi y en las Artes poéticas de Carmen Alemany, según vimos en este blog. En definitiva, la poesía
hay que estudiarla pero, sobre todo, sintiéndola: «la poesía es lo que acaba de
esfumarse, lo que estaba y ya no está, lo que está siempre por ser, lo que
ahora mismo es sin revelarse» (173).
Tanto Guía de forasteros como Devoción
por la piedra se componen de seis partes, formadas a su vez (en la mayoría de los casos) por diez poemas breves con título y (muchas veces) exergo
claves para comprender la imagen reflexiva de Ortega. Su poesía va de los
metros tradicionales de influencia italiana a la sonoridad y trasfondo
intertextual que abarca, incluso, a sus prosas.
Guía
de forasteros (2014) es, de nuevo, un apoyo sobre el que recorrer el
espacio y el tiempo que genera la obra-vida. Luis Vicente de Aguinaga es autor
de una de las mejores reseñas al respecto, disponible en Revista Crítica: «Es probable que Guía de forasteros quepa, después de todo, en un solo verso, en un
endecasílabo particularmente sonoro, con peculiares acentos en la quinta y
séptima [será la octava] sílabas: “Voy por la intemperie tocando puertas”. En
ese verso hay lugar para la identidad, para el viaje y para la tradición
poética. Y lo hay también para la inminencia, para esa puerta, la indicada, la
que se abrirá de un momento a otro». Las seis partes («Ritos iniciales», «La
flama en la penumbra», «Ley de lares», «Materia oscura», «Saberes de lo real» y
«Matrícula de tributos») son la naturaleza en arte menor, lo doméstico desde
endecasílabos, la anatomía cívico-humana, la circularidad de las cosas que
permanecen y la magia abstracta. El viaje se aleja a la vez que nos acerca al
núcleo del instante poético. El ritmo, la sintaxis y los juegos de palabras
vertebran el tono homogéneo de Ortega. De la primera a la segunda persona,
vemos a Góngora, López Velarde, Cernuda o Xirau). El mexicano resemantiza el
tópico de Fray Luis de León en su «Oda a la vida retirada». Esta es la primera
estrofa de «Coplas del buen retiro», de Ortega:
Qué descansada vida
la del que sale huyendo temprano del hotel
y toma la estruendosa senda
de las rutas alternas
y los pasos de zebra
hasta topar el eje del tornado
en que palpita el núcleo
de una calma absoluta (23).
En este caso la
esticomitia marca el ritmo que, en otros casos, mantienen de igual manera los
encabalgamientos. La predilección por la superficie fragmentada aparece de
nuevo al final de «Numulites»: «Devoción por la piedra/ sin ofrecer
resistencia/ una vez más abdico/ a la convocatoria de las ruinas,/ desenlace y
raíz/ de nuestro pasajero señorío» (50). De nuevo la referencia a los clásicos
forma el final del poema «Museo marítimo», en clara alusión al universal de
Quevedo («polvo serán, mas polvo enamorado»): «Hongo serán, mas hongo
emocionado siempre» (59), dice Ortega. El caso del soneto «Amor constante más
allá de la muerte» inspira a otros poetas mexicanos, como es el caso de Vicente
Quirarte en su cívico «Amor constante más allá de Insurgentes». El mito de
Sísifo conecta Guía de forasteros con
Devoción por la piedra. Los dos
poemarios remiten a una imagen tan bella como terrible. Este es el final de «Puntos
sobre las íes»: «Jamás saldremos del hoyo/ ni haremos rodar la roca/ más allá
de la cuesta» (76). Los límites y el tránsito entre el aquí y el allá, el
margen y el centro, lo conocido y lo inviable, lo visible y lo palpable
dialogan con esta guía para extranjeros cuyo pasado no es tan extraño como el
futuro: «Es más difícil regresar que irse» (68).
Devoción
por la piedra ([2010] 2016) es un canto a la partícula sólida que se
disuelve y rueda entre y más allá de nosotros. En ocasiones recuerda al tono
mí(s)tico de Efraín Bartolomé y en otras a la textura de Francisco Hernández,
pero siempre hereda y renueva la tradición prehispánica, aurisecular o
ramonlopezvelardeana. En este caso, cada parte («Levadura», «Resistencia de
materiales», «Diapositivas», «Cantares de gesta», «Breve curso de historia
natural» y «Brisa de resurrección») alude a la infancia indispensable para
crecer y asentar (1) los cambios físicos y psíquicos (2) mediante prosas
instantáneas e imperecederas (3) en contraste con la época moderna (4) donde el
amor es germen de la vida (5). La última de estas seis partes formadas de nuevo
por diez poemas hace converger tales contrastes y recapitula los rites de passage que estructuran la
poética de Ortega. Un ejemplo del lenguaje claro para abordar las complejas abstracciones
del ser humano es la prosa «Año cero», donde describe y recuerda el almuerzo en
el recreo: «Era viernes. Comenzaba la Pascua. Y cuán poco nos bastaba. Un
balón, el sabor del chorizo después de un largo examen, la escharcha sobre el
pasto, el granizado de ciruela, el fin de semana que se hendía ante nosotros
como el acantilado al ave, [...]» (25). La yuxtaposición ofrece una cadena de
imágenes cercanas a la vida pero alejadas, por lo común, de lo que se venía
entendiendo como poesía. Ortega logra, pues, unir experiencia vital y expresión
literaria. Pese a su versatilidad, no abandona el registro propio que dialoga
entre lo culto y lo popular: «Mucha tinta ha corrido/ y seguimos en ascuas»
(51). La piedra durará más que el ser humano, seguirá ahí cuando nos vayamos.
Servirá para fundar nuevas ciudades y guiar a otros forasteros que seguirán
rindiéndose ante ella. El último poema, «Rutas alternas» incide en tal
tránsito, consolidando su poiesis:
[...]
No renuncies al margen
de azar que te convida el desacierto:
detrás del promontorio de la duda
aguarda la ganancia
de la revelación o el desengaño.
Anclado en la escasez y su llanura
no habrá ya laberinto en el cual extraviarse.
Elige, pues, el más largo trayecto
para volver a casa (130).
Para volver a
casa, al hogar, al origen (como veremos con Daniela Sol)... debemos de tener en
cuenta a poetas jóvenes pero ya consolidados por su labor como escritores y
también como profesores o investigadores. David Huerta y Jorge Fernández
Granados avalan con razón la pasión de Ortega. Si uno destaca la lúcida
madurez, el otro se queda con la capacidad de ver lo invisible. Así lo explica Fernández Granados también en la Revista Crítica.
En definitiva, Jorge Ortega
representa la formación que caracteriza a poetas de México que vienen leyendo y
escribiendo la realidad del país desde una voz particular y ajena al lugar
común. Mediante la narratividad, el desdoblamiento, la intertextualidad y,
especialmente, la plasticidad de las imágenes nos sumergimos en la fluidez del
verbo.
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