El grabado de la cubierta es de Víctor Ramírez |
que
no hay parte que no sea parte
de
un todo infinito
Reneé
Acosta
Esta semana
Fernando Fernández entrevistó en A pie de página
a Claudina Domingo y a Xitlalitl Rodríguez, dos de las diecisiete poetas
mexicanas que conforman la antología Sombra roja (Vaso Roto, 2016). El próximo domingo se presentará
en Bellas Artes.
La selección y el epílogo son de
Rodrigo Castillo, con quien compartimos lo siguiente: «Los críticos literarios
son poquísimos contra la enorme cantidad de escrituras que se suscriben y
disipan en la liquidez algorítmica de la interface» (255). Y es que, como
ejemplo, son muchas las notas periodísticas que la red recoge sobre Sombra roja: en Milenio,
Informador, El Economista, La poesía alcanza, Entorno inteligente, Veracruzanos.info o Terra (donde solo se habla del antologador); pero los comentarios
o análisis al respecto son prácticamente inexistentes. Destaca, sin embargo, la
completa reseña de Álvaro Ruiz Rodilla en Nexos;
cuyo inicio debería servir para justificar la necesidad de dar voz a las poetas mexicanas, que no son tan pocas: «En el país que carga con el ominoso récord de
feminicidios la aparición de una antología de género no podría ser un simple
capricho o arrebato editorial».
Todos los poemas, mayormente breves,
pertenecen a libros publicados en el nuevo milenio, salvo algunos inéditos. Las
fotografías y las ilustraciones (en Carla Faesler, Rocío Cerón, Amaranta
Caballero o Karen Villeda) complementan versos que nacen y se mueven por las
redes, la intertextualidad y la interdisciplinariedad. Un tema común podría ser
el de la carcasa, el del cuerpo que envuelve a la vida. Otro aspecto a tener en
cuenta es la lengua zapoteca
que emplean las oaxaqueñas Natalia Toledo e Irma Pineda, así como la posible
descentralización de México; pues diez de las diecisiete poetas nacieron fuera
de la capital, aunque también es cierto que la muchas de ellas radican en la
actualidad en la Ciudad de México. Pensamos de nuevo en las oaxaqueñas Natalia
Toledo e Irma Pineda, en las jaliscienses Mónica Nepote y Xitlalitl Rodríguez,
la cohauilense Mercedes Luna Fuentes, la guanajuatense Amaranta Caballero, la
chihuahuense Reneé Acosta, la queretana Sara Uribe, la neoleonesa Minerva
Reynosa, y la tlaxcalteca Karen Villeda, que está llamada a protagonizar la
generación o constelación.
Cristina Rivera Garza (Ciudad de
México, 1967) genera el diálogo con el intempestivo lenguaje: «No sabían de
refugios, de techos, de amparos,/ de patrocinios» (20). Sus poemas pertenecen
al libro Los textos del Yo, de la
sección «¿Ha estado usted alguna vez en el mar del Norte?» (Fondo de Cultura
Económica, 2005).
Natalia Toledo (Oaxaca, 1967) ocupa
el trasfondo mítico de un idioma en peligro de extinción: «Ca xiiñe´ zutiipica´
diidxa´ guní´ jñiaca´ne zazarendaca´» (44); es decir, «tal vez soy la última
rama que hablará zapoteca» (45). Felizmente, no será la última, como veremos.
Los poemas de Toledo vienen de los libros Deche
biotope / El dorso del cangrejo (Almadía, 2015) y de Guie´ yaaase´ / Olivo negro (Conaculta, 2004).
Carla Faesler (pág. 57) |
Carla Faesler (Ciudad de México,
1967) ofrece el único soneto de la antología (52). Una crítica a los cuerpos
postizos es lo que nos transmiten sus textos, recopilados de Anábasis Maqueta (Diamantina, 2004) y de
Catábais exvoto (Bonobos, 2010).
Ana Franco Ortuño (Ciudad de México,
1969) transgrede la vacuidad sensitiva: «¿Por qué no te permites que la casa
esté a oscuras/ la cortina cerrada,/ la noche en este encierro?» (65). Son
poemas de El libro de las ruinas
(inédito).
Mercedes Luna Fuentes (Coahuila,
1969) presenta una filosofía de la interioridad. Así termina «llegadas internacionales»: «todos aseguran/
tener a la mano su identificación/ de comportamiento único y animal/ para volar»
(84); también incluido en La mejor forma
de usar un rifle (SEC-Conaculta, 2015).
Mónica Nepote (Jalisco, 1970) poetiza la taxonomía de la naturaleza verbal: «La
luz cuya herencia de ceniza forma el alfabeto legible de los cegados» (91); de Hechos diversos (Ediciones Acapulco,
2011).
Rocío Cerón (Ciudad de México, 1972) es una articulación de fósforo: «Habitas en
la precisión del instante:/ Esa es tu certeza./ Yace aquí tu contenido,/ el
líquido difuso de tu paso» (105). Sus textos vienen de Imperio (Ediciones Monte Carmelo, 2011), Diorama (UANL, 2012) y Nudo
Vórtex (Proyecto Literal, 2015).
Amaranta Caballero (pág. 123) |
Amaranta Caballero Prado (Guanajuato,
1973) es la alienación consuetudinaria. Puedes armar el poema «Opción múltiple»
−«3. En el momento de la fotografía, usted:/ a) Avanzó sin pensarlo dos veces/
b) Sufrió un colapso un segundo después/ c) Arrojó la cámara hacia el agua»
(127)− que, como el resto, son inéditos.
Irma Pineda (Oaxaca, 1974) es la
fluidez ríspida y verídica. Veamos un ejemplo de esta edición bilingüe que
apuntábamos también con Toledo:
Racaladexe´ guietetie´
lu dani xi´dxu´
zaya´ nezaro´ xha ndaanilu´
gudxiee naya´ guidubi bia´ guete ca xpizelu´
ti duidxela´ guiigu´ gucueeza guendariatinisadi´
(144)
Quiero resbalar
por las colinas de tus pechos
caminar por el valle de tu vientre
hurgar en la profundidad de tus cavernas
para encontrar el río que mi sed detenga (145)
Los textos de
Pineda vienen de los libros Xilase qui
rié di´ sicasi rié nisa guiiguú / La nostalgia no se marcha como el agua de los
ríos (ELIAC-SEP, 2007) y de Naxinñá´
Rului´ ladxe´ / Rojo Deseo (inédito).
Reneé Acosta (Chihuahua, 1976)
ejemplifica la empatía sórdida: «así como impregnas de ser el mundo/ las cosas
del mundo/ realizas el bendito sueño de las formas» (153). Son poemas de Dispersión simultánea (Mantis Editores,
2014).
Maricela Guerrero (Ciudad de México,
1977) construye, me parece, la poegenética
heteroprecisa del territorio[1].
Lo hace por acumulación: «caerá el poema redondo: concavidad y orilla» (161),
de Se llaman nebulosas (Tierra
Adentro, 2010) y De lo perdido, lo
hallado (Dirección General de Publicaciones, 2015).
Sara Uribe (Querétaro, 1978)
despliega la retórica del fragmento: «cuánta tibieza inútil para mi jauría» (177).
Sus poemas antologados son parte de Siam
(Tierra Adentro, 2012).
Minerva Reynosa (Nuevo León, 1979)
tergiversa la mecánica del despojo: «pocas sensaciones nos conforta hacia una
fuga feroz del cuerpo hacia dentro» (189). Como en Caballero, son poemas
inéditos.
Paula Abramo (Ciudad de México,
1980) recupera las cenizas incandescentes: «Lloran la madurada tersura de los
libros» (196). Son textos de Fiat Lux
(Tierra Adentro, 2012).
Claudina Domingo (Ciudad de México,
1982) cubre andanzas radioestáticas: «“destruir es necesario” (dejarse destruir
es un enigma ferviente) un árbol “cenizas” (suposición de incendios)» (216). Su
recopilación atiende a la revista Letras
Libres (mayo de 2014) y a Tránsito
(Tierra Adentro, 2011).
Xitlalitl Rodríguez Mendoza
(Jalisco, 1982) logra una incisión analítica: «Para soñar se necesita lenguaje.
Para el bruxismo, mandíbulas y dientes. ¿Sueñan los tiburones?» (229). Con ella
leemos parte de su libro Jaws [Tiburón]
(Mantis Editores/ Secretaría de Cultura, 2015).
Karen Villeda (Tlaxcala, 1985), por
última, es altavoz de lo incontable: «Luciérnagas, son una estrella caída en
desgracia. El Güeldres mohoso sin
catorce brazos, moscas» (245). Son poemas de Tesauro (Tierra Adentro, 2013) y de Dodo (Tierra Adentro, 2013).
Hacía tiempo que no entraba a una
librería en España preguntando por un libro de poesía mexicana y podía
llevármelo en ese mismo momento sin necesidad de pedirlo. Creo que el de
Castillo complementa el trabajo que Elena Medel y Luna Miguel publicaron en La
Bella Varsovia: Los reyes subterráneos. Veinte poetas jóvenes de México (2015), nacidos entre 1985 y 1994.
Estamos ante un libro necesario, con
las poetas más activas y, quizá, representativas de México, una por cada año de
este siglo xxi. Ahora bien, si los
requisitos para la muestra eran haber nacido entre 1964-1985 (la generación de
la renovación, dice Castillo) y tener publicada una obra posterior a 2013,
perfectamente podrían haber entrado otras autoras como Leticia Luna (Ciudad de
México, 1965), Adriana Tafoya (Ciudad de México, 1974) o Dolores Dorantes
(Córdoba, Veracruz, 1973), de la que hablaremos en la próxima entrada de este
blog.
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