domingo, 26 de febrero de 2017

Sombra roja

El grabado de la cubierta es de
Víctor Ramírez
que no hay parte que no sea parte
de un todo infinito
Reneé Acosta

Esta semana Fernando Fernández entrevistó en A pie de página a Claudina Domingo y a Xitlalitl Rodríguez, dos de las diecisiete poetas mexicanas que conforman la antología Sombra roja (Vaso Roto, 2016). El próximo domingo se presentará en Bellas Artes.

            La selección y el epílogo son de Rodrigo Castillo, con quien compartimos lo siguiente: «Los críticos literarios son poquísimos contra la enorme cantidad de escrituras que se suscriben y disipan en la liquidez algorítmica de la interface» (255). Y es que, como ejemplo, son muchas las notas periodísticas que la red recoge sobre Sombra roja: en Milenio, Informador, El Economista, La poesía alcanza, Entorno inteligente, Veracruzanos.info o Terra (donde solo se habla del antologador); pero los comentarios o análisis al respecto son prácticamente inexistentes. Destaca, sin embargo, la completa reseña de Álvaro Ruiz Rodilla en Nexos; cuyo inicio debería servir para justificar la necesidad de dar voz a las poetas mexicanas, que no son tan pocas: «En el país que carga con el ominoso récord de feminicidios la aparición de una antología de género no podría ser un simple capricho o arrebato editorial».
            Todos los poemas, mayormente breves, pertenecen a libros publicados en el nuevo milenio, salvo algunos inéditos. Las fotografías y las ilustraciones (en Carla Faesler, Rocío Cerón, Amaranta Caballero o Karen Villeda) complementan versos que nacen y se mueven por las redes, la intertextualidad y la interdisciplinariedad. Un tema común podría ser el de la carcasa, el del cuerpo que envuelve a la vida. Otro aspecto a tener en cuenta es la lengua zapoteca que emplean las oaxaqueñas Natalia Toledo e Irma Pineda, así como la posible descentralización de México; pues diez de las diecisiete poetas nacieron fuera de la capital, aunque también es cierto que la muchas de ellas radican en la actualidad en la Ciudad de México. Pensamos de nuevo en las oaxaqueñas Natalia Toledo e Irma Pineda, en las jaliscienses Mónica Nepote y Xitlalitl Rodríguez, la cohauilense Mercedes Luna Fuentes, la guanajuatense Amaranta Caballero, la chihuahuense Reneé Acosta, la queretana Sara Uribe, la neoleonesa Minerva Reynosa, y la tlaxcalteca Karen Villeda, que está llamada a protagonizar la generación o constelación.
            Cristina Rivera Garza (Ciudad de México, 1967) genera el diálogo con el intempestivo lenguaje: «No sabían de refugios, de techos, de amparos,/ de patrocinios» (20). Sus poemas pertenecen al libro Los textos del Yo, de la sección «¿Ha estado usted alguna vez en el mar del Norte?» (Fondo de Cultura Económica, 2005).
            Natalia Toledo (Oaxaca, 1967) ocupa el trasfondo mítico de un idioma en peligro de extinción: «Ca xiiñe´ zutiipica´ diidxa´ guní´ jñiaca´ne zazarendaca´» (44); es decir, «tal vez soy la última rama que hablará zapoteca» (45). Felizmente, no será la última, como veremos. Los poemas de Toledo vienen de los libros Deche biotope / El dorso del cangrejo (Almadía, 2015) y de Guie´ yaaase´ / Olivo negro (Conaculta, 2004).
Carla Faesler (pág. 57)
            Carla Faesler (Ciudad de México, 1967) ofrece el único soneto de la antología (52). Una crítica a los cuerpos postizos es lo que nos transmiten sus textos, recopilados de Anábasis Maqueta (Diamantina, 2004) y de Catábais exvoto (Bonobos, 2010).
            Ana Franco Ortuño (Ciudad de México, 1969) transgrede la vacuidad sensitiva: «¿Por qué no te permites que la casa esté a oscuras/ la cortina cerrada,/ la noche en este encierro?» (65). Son poemas de El libro de las ruinas (inédito).
            Mercedes Luna Fuentes (Coahuila, 1969) presenta una filosofía de la interioridad. Así termina «llegadas internacionales»: «todos aseguran/ tener a la mano su identificación/ de comportamiento único y animal/ para volar» (84); también incluido en La mejor forma de usar un rifle (SEC-Conaculta, 2015).
            Mónica Nepote (Jalisco, 1970) poetiza la taxonomía de la naturaleza verbal: «La luz cuya herencia de ceniza forma el alfabeto legible de los cegados» (91); de Hechos diversos (Ediciones Acapulco, 2011).
            Rocío Cerón (Ciudad de México, 1972) es una articulación de fósforo: «Habitas en la precisión del instante:/ Esa es tu certeza./ Yace aquí tu contenido,/ el líquido difuso de tu paso» (105). Sus textos vienen de Imperio (Ediciones Monte Carmelo, 2011), Diorama (UANL, 2012) y Nudo Vórtex (Proyecto Literal, 2015).
Amaranta Caballero (pág. 123)
            Amaranta Caballero Prado (Guanajuato, 1973) es la alienación consuetudinaria. Puedes armar el poema «Opción múltiple» −«3. En el momento de la fotografía, usted:/ a) Avanzó sin pensarlo dos veces/ b) Sufrió un colapso un segundo después/ c) Arrojó la cámara hacia el agua» (127)− que, como el resto, son inéditos.
            Irma Pineda (Oaxaca, 1974) es la fluidez ríspida y verídica. Veamos un ejemplo de esta edición bilingüe que apuntábamos también con Toledo:

Racaladexe´ guietetie´ lu dani xi´dxu´
zaya´ nezaro´ xha ndaanilu´
gudxiee naya´ guidubi bia´ guete ca xpizelu´
ti duidxela´ guiigu´ gucueeza guendariatinisadi´ (144)

Quiero resbalar por las colinas de tus pechos
caminar por el valle de tu vientre
hurgar en la profundidad de tus cavernas
para encontrar el río que mi sed detenga (145)

Los textos de Pineda vienen de los libros Xilase qui rié di´ sicasi rié nisa guiiguú / La nostalgia no se marcha como el agua de los ríos (ELIAC-SEP, 2007) y de Naxinñá´ Rului´ ladxe´ / Rojo Deseo (inédito).
            Reneé Acosta (Chihuahua, 1976) ejemplifica la empatía sórdida: «así como impregnas de ser el mundo/ las cosas del mundo/ realizas el bendito sueño de las formas» (153). Son poemas de Dispersión simultánea (Mantis Editores, 2014).
            Maricela Guerrero (Ciudad de México, 1977) construye, me parece, la poegenética heteroprecisa del territorio[1]. Lo hace por acumulación: «caerá el poema redondo: concavidad y orilla» (161), de Se llaman nebulosas (Tierra Adentro, 2010) y De lo perdido, lo hallado (Dirección General de Publicaciones, 2015).
            Sara Uribe (Querétaro, 1978) despliega la retórica del fragmento: «cuánta tibieza inútil para mi jauría» (177). Sus poemas antologados son parte de Siam (Tierra Adentro, 2012).
            Minerva Reynosa (Nuevo León, 1979) tergiversa la mecánica del despojo: «pocas sensaciones nos conforta hacia una fuga feroz del cuerpo hacia dentro» (189). Como en Caballero, son poemas inéditos.
           Paula Abramo (Ciudad de México, 1980) recupera las cenizas incandescentes: «Lloran la madurada tersura de los libros» (196). Son textos de Fiat Lux (Tierra Adentro, 2012).
            Claudina Domingo (Ciudad de México, 1982) cubre andanzas radioestáticas: «“destruir es necesario” (dejarse destruir es un enigma ferviente) un árbol “cenizas” (suposición de incendios)» (216). Su recopilación atiende a la revista Letras Libres (mayo de 2014) y a Tránsito (Tierra Adentro, 2011).
            Xitlalitl Rodríguez Mendoza (Jalisco, 1982) logra una incisión analítica: «Para soñar se necesita lenguaje. Para el bruxismo, mandíbulas y dientes. ¿Sueñan los tiburones?» (229). Con ella leemos parte de su libro Jaws [Tiburón] (Mantis Editores/ Secretaría de Cultura, 2015).
            Karen Villeda (Tlaxcala, 1985), por última, es altavoz de lo incontable: «Luciérnagas, son una estrella caída en desgracia. El Güeldres mohoso sin catorce brazos, moscas» (245). Son poemas de Tesauro (Tierra Adentro, 2013) y de Dodo (Tierra Adentro, 2013).


            Hacía tiempo que no entraba a una librería en España preguntando por un libro de poesía mexicana y podía llevármelo en ese mismo momento sin necesidad de pedirlo. Creo que el de Castillo complementa el trabajo que Elena Medel y Luna Miguel publicaron en La Bella Varsovia: Los reyes subterráneos. Veinte poetas jóvenes de México (2015), nacidos entre 1985 y 1994.
            Estamos ante un libro necesario, con las poetas más activas y, quizá, representativas de México, una por cada año de este siglo xxi. Ahora bien, si los requisitos para la muestra eran haber nacido entre 1964-1985 (la generación de la renovación, dice Castillo) y tener publicada una obra posterior a 2013, perfectamente podrían haber entrado otras autoras como Leticia Luna (Ciudad de México, 1965), Adriana Tafoya (Ciudad de México, 1974) o Dolores Dorantes (Córdoba, Veracruz, 1973), de la que hablaremos en la próxima entrada de este blog.




[1] Sobre poesía y patria en el México actual acaba de publicar un artículo Alejandro Higashi.

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