domingo, 6 de agosto de 2017

Julián Herbert

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los sabios solo escuchan.
Julián Herbert

Julián Herbert (Acapulco, 1971) es uno de los escritores que por méritos propios más importancia tiene en la generación de los setenta. Sus poemarios El nombre de esta casa (Tierra Adentro, 1999) y Pastilla camaleón (Bonobos / Reino de Nadie, 2009) están en el Archivo de Poesía Mexa en forma de manuscritos, de ahí que la paginación no se corresponda con la edición final. Además es autor de novelas, ensayos y fue vocalista del grupo de rock Los Tigres de Borges.
            En Vallejo&Co., Tierra Adentro, La Colmena, Horizonte o en las revistas Crítica y Lecturas encontramos algunos de sus poemas. Colabora con Letras Libres o El País y destacan sus «Apuntes sobre poesía mexicana reciente» en Transtierros. Su novela Canción de tumba (Mondadori, 2012) le hizo famoso por retratar el difícil contexto en el que se crio. En La Jornada UNAM Ángel Vargas considera que el ganador de los premios Nacional de Literatura Gilberto Owen, en 2005 o de Novela Elena Poniatowska, en 2012, critica sobre todo en su poemario Álbum Iscariote (2013) «la manera de entender y asumir la poesía en México». Por su parte, Arturo Valdez Castro publica en Replicante una exhaustiva nota sobre la poesía de Herbert, para quien «lo que nos falta en realidad es la construcción de una crítica y, además, nos faltan discursos intergeneracionales».
            El nombre de esta casa (1999) comienza con la presentación que Herbert preparó para una reedición de su libro que no se llevó a cabo: «La poesía no es más (ni menos) que una destreza pasajera» (firmada en 2013). En estas líneas el poeta explica su relación con la escritura y la importancia puntual del poema. Dice que este no es su primer libro, pero «debió serlo». Es del que no se avergüenza demasiado. Herbert observa a quienes pasean por el parque y se pregunta hacia atrás rememorando a Gil de Biedma frente al mar de Barcelona. La nostalgia del pasado y el homenaje al presente se ven en el soneto «El abandonado», aunque no estamos ante un poeta que se mueva en las formas clásicas. En la introducción que comentábamos, el autor afirma que si publica su poesía completa será bajo el título «Destreza pasajera». Este es el nombre de uno de sus poemas, cuya quinta parte termina con dos alejandrinos coloquiales que recuerdan una vida descarada: «Y fuimos muy felices, hasta que me dejó / para casarse con el chofer que hoy la maltrata» (35). La separación, el inicio y retorno (que diría Arnold van Gennep en sus rites de passage) rezuman en los poemas de Herbert para nombrar lo invisiblemente cívico, cotidiano y humano. El hecho de que El nombre de esta casa se divido en tres partes («Gentes», «Calles» y «Letreros») recuerda, salvando las distancias, a las prosas de Quirarte, Enseres para sobrevivir en la ciudad (1994). Por otra parte, y tal como hicieron Rosario Castellanos, León Felipe, Antonio Machado, Pablo Neruda, Nicanor Parra u Homero Aridjis, Herbert cultiva un «Autorretrato a los 27» (59) y en el «Bonus Track» (2012) otro «Autorretrato a los 41» (94): crítica mordaz a los harapos de la juventud.
            Pastilla camaleón (2009) se divide en «Pastillero» y «Portaviones»: dos retratos sociales de la cadencia extática. Hernán Bravo Varela, con quien Herbert habla de la nueva poesía en Tierra Adentro, reseñó este poemario del acapulqueño en Letras Libres: « Con su maestría acostumbrada, Herbert pone al mismo nivel las altas cimas y los bajos fondos del lenguaje». La realidad y la ficción motivan la experiencia para decir que «La revolución es el opio del pueblo», nombre de uno de los primeros poemas de este libro y también título del ensayo sobre poesía social que Herbert publicó en la Revista cultural de la Universidad Autónoma de Puebla, Crítica, también en 2009. Así termina la primera parte de «Suburbio de una bala», dirigido a «Mónica:»

[...]
Lástima que no baste con decirlo
(y por eso al escribir
la confesión es el suburbio de una bala que atina
y por eso la poesía es la grieta
menos visible de nuestras urnas funerarias)
para volver redondo el viaje del deseo
al valle de los muertos.
Redondo: una esfera de epifanía
y odio
en la que desnudarte fuera un símbolo de mí (24).

La preocupación por los límites del poema es común en Herbert, según el estudio de Francisco Estrada Medina en el indispensable libro de Alemany: Artes poéticas mexicanas. En «[Johann Heinrich Füssli, La desesperación del artista ante la grandeza de los fragmentos antiguos, 1778-1780, Zurich, Kunsthaus]» (69) pone a dialogar la imagen de un retrato vacío (como vimos con León Plascencia Ñol) con un texto más extenso que lo que podemos interpretar en una primera lectura. Asimismo destaca la herencia de la tradición renovada que mediante los superhéroes, los personajes de ficción o la tachadura, por ejemplo, muestra en Álbum Iscariote (2013). Una antología personal hueca, varios desamores, muchas dudas −«¿Rimaba el Cid Ruy Díaz? / ¿Cabalgaba Cavalcanti? / ¿Desmontaba Lérmontov?» (97)−, una variada referencialidad e infinitas motivaciones construyen un texto que se reconoce por su voz heterogénea.
            En definitiva, estamos ante un poeta que cultiva infatigablemente y con rigor todos los géneros que cada vez más se vinculan con lo que es un poema autónomo y no tanto un poemario convencional. Sus reflexiones sobre la poesía mexicana enriquecen una obra distinta y peculiar, cuya fuerza radica en los temas culturales y no tanto en las formas antiestróficas. Herbet logra concentrar en pocos versos la cruda realidad de un sonido que nos atormenta y nos place.



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