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2 El andamiaje que persiste en esta página es un
residuo. Deséchelo.
Alan
Vargas Mariscal
Alan Vargas Mariscal (San
Jacinto Amilpas, Oaxaca, 1992) ganó el Segundo Premio de Poesía Joven Alejandro Aura por Poesía mexicana (Elefanta Editorial, 2015). Generosamente concluye,
de momento, el Archivo de Poesía Mexa e incide en los rumbos que está tomando esto que
llamamos poesía mexicana.
También a los veintitrés años,
Mariscal obtuvo por Migrar a unomismo
(edición de autor) una mención honorífica en el I Premio Nacional de Poesía en
Voz Alta (Casa del Lago, CDMX) y coordinó en la editorial que dirige Mezcalito city: registro de poesía en Oaxaca
(Volador Ediciones, 2015). Parte del trabajo del poeta lo podemos encontrar en
su canal de YouTube, Tierra Adentro o Letras
El jurado que reconoció el mérito de
Poesía mexicana (2015) estuvo
integrado por Miriam Moscona, Paula Abramo y Hernán Bravo Varela, quienes destacaron especialmente el grado lúcido y lúdico con
que el poeta parodia el arte y la sociedad. No es casual que el libro vaya
dedicado a su familia, «reflectores en la negrura» (9); mismo tono que se
entrecruza con los cuadros de luminosidad que presenta en la estructura
tripartita: «Geometría», «Canal de las estrellas» y «Vanidades».
En primer lugar, los poemas breves y
en verso libre se solapan mentalmente con sus respectivas formas, que acotan para
superar los márgenes de la lírica, a la manera de León Plascencia Ñol. Texto e imagen componen una constelación, una red de
conceptos que vienen introducidos fragmentariamente con la rayuela que es, en
su origen, una caja desmontada del mismo modo por Diana Garza Islas o Rosario Loperena. Las matemáticas, la física, la astronomía o la filosofía cuestionan
el poema a partir de una imagen, pretexto para la reescritura. En el poeta
mexicano advertimos sólidas influencias de la poesía chilena: vemos la
antipoesía de Nicanor Parra, la cercanía de Gonzalo Rojas, la certeza de
Enrique Lihn o el cuerpo de Raúl Zurita. Asimismo, la representación precisa de la armonía plástica
desemboca, por ejemplo, en la deformación del haiku que podría ser «Ilustración»:
«imaginar un círculo / casi dibujarlo / su circunferencia lo destruye» (24). Como
era de esperar, en la página continua aparece el trazo incompleto de una
circunferencia que da lugar a un personaje y un espacio: Cir, Planilandia. La
bidimensionalidad otorga al poema un hueco entre lo dicho y lo no dicho. En esa
búsqueda se ubica el arte, la poesía mexicana. Seguidamente, con una tipografía
robótica, a lo Tisselli,
el sujeto poético es quien lee y habita «Mezcalito city», un programa de
televisión que caricaturiza fama y poder. Lo popular asombra. La apropiación de
noticias virales dialoga con Mamá es un animal negro que va de largo por las alcobas blancas, de Esther M. García. Por último, la tercera parte arranca con un poema –«El ángel
exterminador– que interpreta la película de Buñuel con una abotargada caja de
texto que recuerda a la famosa habitación en blanco y negro. El lenguaje
entorpece la realidad. La prosa narra el ritmo.
Alan Vargas Mariscal replantea el
sentido de la poesía mexicana a partir de la poética
o el prospecto que veíamos con Heriberto Yépez y Horacio Warpola.
Estamos ante el
final del inicio de la madurez de la joven poesía mexicana. El siglo XXI sigue
moviéndose entre la tradición, la forma, el sujeto, la lectura; pero plantea un
reto: expresar lo que está ocurriendo en la ficción de nuestro día a día.
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