nada hay que pueda llamarse hogar,
sólo la muerte.
Balam
Rodrigo
Balam Rodrigo (Villa de
Comaltitlán, Chiapas, 1974) es el ganador del Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2018 por Libro centroamericano de los muertos: la
segunda parte de una trilogía que arranca con Marabunta (Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2017) y da
testimonio del violento paso de quienes viven en Centroamérica y se dirigen a EUA
a través de México.
Gracias a Alejandro Higashi y al Seminario de Investigación en Poesía Mexicana Contemporánea pude leer parte de
la prolífica obra del chiapaneco, que este mes recogía el galardón más importante
del género en el país. Exfutbolista, diplomado en teología pastoral y biólogo
por la UNAM, cada año recibe varios premios que merecen sus ya más de
veinticinco poemarios. Si no lo han leído, pueden hacerlo en Punto de Partida o Círculo de Poesía.
Miranda M. Guerrero, en La Otra,
lo entrevistó a propósito de su también reciente Sobras reunidas (antología de poesías & pensamientos inútiles)
(Los Bastardos de la Uva / Secretaría de Cultura, 2016), desplegando una
variante para esa línea que excusa el sujeto lírico: «Concibo ese yo líquido en la obra poética como el
intento por alcanzar lo polimórfico, cambiante, descentrado, multívoco […]. De
este modo, cuando […] intenta reflejarse en su yo líquido, no encuentra más que un río de niebla, un espejo sin
orillas, un rostro siempre cambiante, un eco inapresable y metamórfico: el
múltiple vacío». A falta del libro de ensayos que culmine una obra dividida en
tres partes, nos fijamos en los dos primeros pasos de este río seco que refleja
una herida: Marabunta y Libro centroamericano de los muertos.
Marabunta
(CECAN – Libros Invisibles, 2017) reúne en poemas breves el avance de una
ciudadanía que cruza la frontera geográfica e histórica de intrahistorias que
nos explican la humanidad en su ser (y estar). Cuestiona los límites, la
identidad, la pertenencia y hasta la pertinencia de lo que cabe en la lírica y
en el tren que llena la migra del sur al norte de México, La Bestia. En sus
siete partes («Los ceiberos trashumantes», «El cíclope de Dios», «Lengua de dos
filos», «Siglos de tinta fantasma» la que da nombre al poemario, «Insomnio de
Centroamérica» y «Las orillas del mundo»), Marabunta
despliega el testimonio de la familia a la que dedica ambos libros. Así dice el
poema 4 de la parte central:
Funambulista entre los que nada tienen, mi padre:
Prestidigtador del vacío entre dos sórdidos suburbios
(64).
El peculiar
interlineado de tales versos, distinto al del resto, conecta la referencia
textual con su forma. Los epígrafes, como en este caso de Claribel Alegría o de
Juan Bañuelos, consolidan el habitual diálogo de la poesía mexicana
contemporánea a la vez que actualiza el sentido de patria que estudia Higashi y ofrece una bidimensionalidad del espacio y del
tiempo fraternal a través del también chiapaneco Juan Bañuelos, primer ganador
del máximo Premio, tal como lo señala Víctor García Vázquez y su ponencia «Libro centroamericano de los muertos gemelo
testimonial de Espejo humeante» en el
Coloquio 50 años del Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes que organizó el SIPMC.
Así, el autor de Hábito lunar (2005),
su primer poemario, coincide con otro chiapaneco de cadencia telúrica con los
pies en la tierra, Efraín Bartolomé.
El que rindiera homenaje a otro paisano como Roberto López Moreno en Braille para sordos
(Secretaría de Educación del Estado de México, 2013) se aparta del lúdico
experimento para lograr una poética honda sin artificios que es filosofía de la
existencia y del género literario que nos ocupa. Este me parece su mejor poema,
el primero de la sección de la que toma título el libro, después de alusiones
tanto bíblicas como periodísticas:
I.
Juan López, apóstol del cemento y el alcohol,
camina y serpea por las calles de Colinas del Rey
a la hora en la que gallos y perros aúllan a la noche
con la rabia del trópico mordiéndoles los párpados.
Camina descalzo y sin camisa: la ha dejado
‒no lo recuerda ya‒ tirada en la Avenida Central
como la bandera de una patria derrotada por el miedo.
Tiene en el frente las siglas de un equipo de fútbol,
y en el reverso, un número soñado por la muerte: 13.
Al amanecer, será un lienzo ahogado en sangre,
la piel de un ciervo desollado con cuchillos de sal
(75).
Las metáforas,
aparentemente simples, logran transmitir una imagen brutal de lo que está
ocurriendo. Sin embargo, esta denuncia no impide su personal humor, que
desemboca en dobles sentidos o reescrituras de expresiones populares, por
ejemplo: a un poema con forma de cuento.
Libro
centroamericano de los muertos (FCE / ICA / INBA, 2018) reescribe y
reactualiza la obra de fray Bartolomé de las Casas: Brevísima relación de la destrucción de las Indias. Cada parte,
como álbum familiar o como desplazamiento, recuerda a la obra de una vida que también
escribió Gloria Gervitz en Migraciones. La
intertextualidad llega al inicio de Pedro
Páramo: «Vine a este lugar porque me dijeron que acá murió mi padre» (29) o
a Monterroso con el poema «El migrante»: «Y cuando despertó, la migra todavía estaba allí» (126); así
como el original abecedario que veíamos con León Plascencia Ñol o Isabel Zapata. Las coordenadas de cada poema son concretas por la forma
(coloquial) y abstractas por el tema (la muerte). Asimismo, colinda con la
alteridad que veíamos con Esther M. García o Jorge Humberto Chávez. Así empieza uno de los poemas del chiapaneco:
27º54’14.4”n 99º53’44.9”w ‒
(sabinas, coahuila)
“La indígena guatemalteca María ‘N’, de 19 años, murió
en el río Bravo, del lado mexicano, y perdió la lucha por alcanzar un mejor
futuro […]”.
México soltó sobre mí todos sus perros de presa,
su virgen de las amputaciones, su violación masiva y
patriarcal,
sus niños clandestinos eyaculando asfixia sobre las
vías;
y en el altar de la gonorrea, orando con gravedad de
santos,
la jauría de los asesinos del viento; y nosotras exhaustas,
clandestinas y fugitivas del fuego nuevo,
[…] (38)
La fuerza del
discurso es progresiva, pero también precisa; pues: «En México todas las fosas
son comunes» (61). El aforismo convive con una retahíla de adjetivos que son
sustantivos «entre las llamas de un abismo llamado México» (112). En sintonía
con Luis Vicente de Aguinaga, Ángel Ortuño, Sara Uribe o Diana del Ángel, el poeta de la trashumancia establece con este libro una bisagra
que esperamos reseñar en el próximo Boletín del CeMaB.
Las dos obras
merecen importantes premios según sendos jurados: Josué Ramírez, Luis Jorge
Boone y Armando Alanís Pulido o Mariana Bernárdez, Jorge Fernández Granados y
Óscar Oliva. Estamos ante un poeta que, tan pronto como desacraliza la poesía
con su ironía e irreverencia, expresa de forma clara un conflicto histórico que
en los últimos años se ha visto agravado por la militarización del país y la
efervescencia de las fronteras, así como por la dilución de lo que
tradicionalmente se ha etiquetado como poesía social. Ahora reivindica un tema
a través de una obra que se consolida en el poema extenso, en la consagración
del ritmo que avanza hasta una voz propia. El talento se profesionaliza. Según
Higashi, ya no será tan difícil dar con los libros de Balam Rodrigo y reconocer
un mérito y un compromiso innegables.
Recientemente, Marcos Daniel Aguilar lo entrevistó en Crónica; mientras que Leonardo Iván Martínez lo reseñó en Confabulario. Fernando Salazar Torres hizo lo propio en Letralia a propósito de la transtextualidad del Libro centroamericano de los muertos.
Recientemente, Marcos Daniel Aguilar lo entrevistó en Crónica; mientras que Leonardo Iván Martínez lo reseñó en Confabulario. Fernando Salazar Torres hizo lo propio en Letralia a propósito de la transtextualidad del Libro centroamericano de los muertos.
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