Hace unos meses Álvaro Luquín (Guadalajara, 1984) publicó Grandes distancias (filodecaballos, 2017): una caricatura muy seria de los contrastes del siglo XX al XXI y, por extensión, de la poesía.
El resto de su obra está presente en el indispensable Archivo de Poesía Mexa, el repositorio que nos permitió hablar del jalisciense en este blog. Ahora, gracias al propio autor, tenemos acceso a este nuevo libro, del que pueden encontrar buena parte en Jámpster. Xitlalitl Rodríguez Mendoza lo reseñó para el Periódico de Poesía de la UNAM con el convencimiento de que es necesaria «la poesía en tiempos de la posverdad». Para la también poeta tapatía, «[e]n este libro, la poesía es la que evidencia los rasgos de la sociedad actual con una oscurísima conciencia del lenguaje como único dispositivo para desenmascararlos. ¿Desenmascarar qué? La voraz similitud en la que vivimos actualmente». «Servicio secreto», «Colección no conexión», «Contención», «Filum» y «Maquinita para desempolvar sin temor» son cinco partes que marcan el tránsito del lenguaje, del blanco (lo dicho en reiteradas ocasiones, el cliché) al negro (el humor, el enigma, el instante previo a la todavía existente epifanía), a través del diseño editorial de quien dirige filodecaballos, León Plascencia Ñol. Los poemas breves y sin título articulan las referencias culturales que algunas veces se explicitan en la nota al pie. Esos personajes evolucionan en la narración que cuestiona lo Real, lo real y el desdoblamiento. Los vemos desde arriba, cuales hormigas trashumantes a vista de pájaro o dron, si seguimos a Horacio Warpola y sus Metadrones (2015). Para acercar(se) y dialogar con distintas artes, de manera coherente, el poeta no cita o reúne simplemente una serie de nombres fundamentales para su formación, sino que establece un vínculo que explica y refuerza las posibilidades que en la actualidad ofrece la comunicación a través de la lírica. La literatura no se reduce a una concepción maniquea: «También hay errores en medio de la luz / o dentro de la sombra; lo que percibes / mata al mismo tiempo» (25). Así lo vemos en la segunda sección; donde, por ejemplo, la escena de una película apuntada al final, Ordet (1955), de Carl Theodor Dreyer, no permite distinguir con nitidez a dos personas que se inclinan en un paisaje natural mas limitado por un encabezado y un pie de foto que repite «nada opaco sobrenada la nada sobre opaco sobre nada sobreopaco sobre» (26). La tachadura o borradura de esta línea amplía la variantes de lo que percibimos en los diversos tipos de lenguaje. La irremediable lejanía aumenta entre kronos y topos: «Tenías tantas ideas sobre el espacio-tiempo (el suicidio / fue un epílogo escrito un día antes de que el resultado / nos tapara la boca)» (35). La precisión de las máximas de este libro de poesía con poemas autónomos permite leerlo como aforismos que por la segunda persona y el verbo en pasado se identifican con nuestra vida. La poesía debe de cuestionar la ética y la estética. Y así lo hace Grandes distancias, hasta inhalar la negación inalámbrica que percibimos finalmente a través de un cuadro que nos refleja, una pantalla dividida, una sucesión de imágenes de, esta vez, la película El hombre de la cámara (1929), de Dziga Vértov, de seres humanos que están de principio a fin buscando una diferencia animal inalcanzable. «Somos producto perecedero: no hay control de calidad / somos pura mercadotecnia / y la competencia es muy dura» (73). Álvaro Luquín demuestra por qué Guadalajara es uno de los núcleos más activos para la poesía. Su obra nos inquieta por no decirnos lo que queremos y no negar lo que no se ve. La presunción no reconforta. La prosa fluye en la tónica irreverente y onírica del poema «No encuentro a mi mamá» que presenta en Carruaje de Pàjaros.
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