Bádminton (2018) es el poemario que Luis Eduardo García (Guadalajara,
Jalisco, 1984) liberó
hace unos meses para regocijo de quienes disfrutamos de su lúdico atrevimiento
poético.
Gracias
a la revista Oculta Lit, reparé en este libro que trata un deporte tradicionalmente periférico,
al margen, nunca menor. Unas horas antes de que Carolina Marín intente hacerse
con su tercer mundial de bádminton, la crítica está lejos de ser ojo de halcón
para un volante que puede entrar más allá de la línea. Quienes leemos podemos
decidir si mirar o no esa pantalla que da un resultado técnico, ficticio, pero
práctico.
Luis
Eduardo García, pese a ser una de las piezas clave del Archivo de Poesía Mexa ‒junto a Diana Garza Islas, Daniel Bencomo, Yolanda Segura y Jorge Posada‒ no aparece en
el extraordinario repositorio digital y abierto, pero sí es posible leerlo
desde Dos estudios a partir de la descomposición de Marcus Rothkowitz (Tierra
Adentro, México, 2012; Libros Tadeys, Chile, 2015) a Poemas póstumos (Ediciones Liliputienses, España, 2018), antología preparada
por Cristián Gómez Olivares, pasando por Poesía Sub25,
Jámpster
o Tierra Adentro.
Con
ironía y hasta irreverencia, propias de los también poetas tapatíos Luis Vicente de Aguinaga o Ángel Ortuño, despliega de diversas formas el hilo narrativo de sus textos, bien
armados, precisos, con diversos registros y múltiples referencias que lejos de
alardear sostienen una idea que logra transmitir de manera original. Su
cercanía y quizá su mensaje le hicieron merecer el Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños 2017.
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Bádminton parece estructurarse en tres partes que atienden
posiblemente a la suerte sobre la que reflexiona Woody Allen en Match Point (2005).
La pista se divide en zonas de distinto tamaño, aunque destacan tres: el campo desde
el que se pone el volante en movimiento (con una delicadeza que contrasta con
el resto de golpes que se intercambian durante el juego), «Posibilidad de canto»;
la red que impide que el volante pase al otro campo, que lo ve pasar o que lo
toca débilmente (ahí está, dicen, la suerte) para dejarlo en uno u otro campo
(si logra pasar las posibilidades de armar a tiempo una devolución son mínimas,
pues normalmente debido al poco peso de este y a la mala leche de esta el
volante cae a pocos centímetros de la red, llamada aquí «Cabeza de ciervo»); y,
por último, el espacio desde el que se espera el objeto volátil identificado
por una dirección que no siempre evita aire, presión o demás condiciones
adversas para el/la poesía en movimiento: como su nombre indica, «Posibilidad de
no-canto», desde este lado de la lectura, no hay manera de ofrecer (escribir)
algo inesperado, la función de este cuadro es restar y planear una jugada que
terminará en grito mas puede empezar en un engaño, un a veces azaroso golpe con
el borde de la raqueta, imprevisible. Nuestra es la decisión: sacar, restar o
quedarnos en la red. Lo que no podemos negar es que: «La mejor jugadora de
bádminton del siglo XIX nunca jugó un partido oficial» (8). Historia, vergüenza
y reivindicación.
Como
Instrucciones para destruir mantarrayas (2013), Luis Eduardo García ofrece ahora una
serie de reglas que recuerda los orígenes del deporte asiático (donde destacará
al final el diario ‒a la desdoblada manera de Francisco Hernández‒ del jugador danés que murió el año pasado, Erland Kops), enumera
(absurdas) pautas de conducta y genera una poética:
Mi sueño
es demoler el bádminton
y construir sobre sus
ruinas un supermercado.
Mi sueño
es destruir el
supermercado
y volver a edificar el
bádminton (20).
La
apropiación o la intertextualidad construyen de nuevo un escenario, un juego,
que es distinto por haberse asentado antes en un espacio ajeno a la convención.
En la brevedad está el propósito del siglo xxi:
Yo no quiero
cantar en el bádminton
quiero
quemar hormigas
con una lupa
y hacer un cementerio
miniatura (32).
La tecnología se
encarga de poner a cada cual en su espacio. Los medios son la premisa para la
derrota:
La fuerza del bádminton radica
en que nunca será transmitido por televisión.
Esa es también
su mayor debilidad (41).
Radio Televisión Española (seguramente en un
canal secundario como es Teledeporte) va a retransmitir la final entre la ya
citada española («Carolina Marín construirá una máquina del tiempo y matará a
todas las demás jugadoras de bádminton del pasado», 70) y la india Sindhu
Pusarla (en su país surgió este deporte a finales del siglo xix). Aunque todavía hay algunas trabas
para dar con los libros de poesía, la pantalla permite leer a Luis Eduardo García.
No creo que esa sea una debilidad. Al contrario. No se puede tocar la red con
la raqueta.
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