antes de haber nacido
no sin dolor me separé de la oscuridad
no sé cuál fue
la ensoñación que me dio forma
ni sé lo que seré
cuando deje esta piel vacía
Diana
del Ángel (2012: 44)
Vasija (Instituto Cultural de Morelos, 2012) es el poemario
con el que Diana del Ángel (Ciudad
de México, 1982) construye y rompe lo que podríamos entender como su poética: describe
la gestación de una obra (una mariposa o un recipiente de barro) para descomponer
sus partes, desplegarlas en la tierra y formar una crisálida que no sea ni
esdrújula ni dorada.
Tenía muchas ganas de dar con el que
parece ser el inicio poético (al menos publicado) de quien estuvo hace un par
de semanas en Salamanca, en el 56º Congreso Internacional de Americanistas. Allí habló de Rosario Castellanos y su
distancia con Delmira Agustini y Juana de Ibarbourou. La «vinculación» de la
mexicana con las uruguayas recuerda a la que tiene la poeta que se alimenta de
su envoltorio, su contexto, para crecer y regresar a la tierra, al agua, al
fuego y al aire que dan vida. Como explica Alfonso D´Aquino, a quien Diana del
Ángel le dedica este libro, Vasija se
publicó por primera vez en 2007, en Hojas Sueltas; y lo hizo gracias al Taller
de Poesía y Silencio que él mismo coordina y donde ella trabaja desde 2002. El
hecho de que se vuelva a poner en circulación o de que se vuelva a leer permite
una interpretación más de lo que entendemos por el cuerpo, lo femenino y la memoria.
Nayeli García Sánchez hizo una
completa lectura de este poemario en el Reseñario de Poesía de La Estantería, comentando
cada parte de @espejodetierra.
Laura, de Palabras ajenas, también comparte su recomendación, en su caso, a través de un intercambio con
Abrilío. Además, encontramos
fragmentos de la obra de Diana del Ángel en Círculo de Poesía o Este País,
por lo que simplemente me propongo a continuación destacar algunos aspectos que
la distinguen como poeta y la ponen a dialogar con demás referencias de la
poesía mexicana contemporánea.
Creo en la necesidad de leerla por cuatro
motivos: por reflejar las diversas voces creativas que contrastan con los
blancos del silencio (véase cada «Espejo»); por proponer, algunas veces desde
la prosa, escenas limpias y tersas de los despojos vitales, es decir, por
describir con entomóloga orfebrería los pasos y la sintaxis que unen a cada ser vivo en
la frontera con lo inerte (ahí está su «Bitácora»); por la conciencia del
estado previo, del pasado («Ala»); y por la sonoridad de estrofas y metros que
escasas veces alguien (como Eduardo Langagne o Fernando Fernández) se atreve a componer («Canción»), esta vez, conjugando lo prehispánico en octosílabos. Entre hormigas (49) y grillos
(59) los retazos de la segunda parte, la que da título a Vasija, lejos de oscurecer un discurso sostenido por la precisión
biológica, demuestran la coherencia y la honestidad que otorgan las pausas, las
distintas rutas y las aparentemente (s)obras de la poesía.
Si Octavio Paz volviera a prologar Poesía en movimiento y tuviera que
reconfigurar la naturaleza alegórica de la lírica de su país, la autora de Vasija sería el fuego, el calor, la
llama y la luz que no apagan Rubén Bonifaz Nuño, Rosario Castellanos, Francisco Hernández o Coral Bracho.
Ya
vimos la claridad del lenguaje que requiere la violencia en Procesos de la noche (2017) y esperamos los próximos trabajos de una poeta que por
la continuidad de la ruptura no está tan lejos de la mejor tradición literaria.
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