En el otro lado del mundo
un ancestro nos cobija.
Tania
Ramos Pérez
Invocaciones (UNAM, 2018) es el poemario con el que Tania Ramos Pérez (San Cristóbal de las Casas, Chiapas, 1984) mereció el Premio Ediciones
Digitales Punto de Partida 2018 del género literario que nos ocupa desde la
primera palabra que sonó en la civilización presente.
A la vez que Julieta Gamboa con El órgano de Corti (UNAM, 2018) la
obra de Ramos Pérez escucha el palpitar de su tierra, de lo empírico a lo abstracto.
Lo hace en cuatro secciones o niveles: «La construcción del silencio», «Coágulo
de sombra», «Oblicua fuente» e «Hilo nocturno»; a la manera, podemos pensar de forma
más amplia, de Arnold van Gennep en sus rites
de passage: separación, iniciación y retorno. Y es que la civilización,
después de guerras de siglos y costumbres y ritos, debe alcanzar de nuevo la
nada que purifique el ahora. El silencio no existe. La quimera no se logra,
pero es necesaria. La quiromancia cabe entre la barbarie y la esperanza.
La coreógrafa y antropóloga,
especialista en la cultura maya, autora de Espejos
(Public Pervert, 2015), recupera el pasado que tan bien conoce y que tanto influye
en la cosmovisión poética que reconstruye. Así dice «Plato con cola de mono
en espiral, cultura maya, periodo clásico (300-850 d. C.), Calakmul, Campeche,
México»:
Cardumen de tiempo que cae
todos los días, voluta adentro,
en el fondo del caracol
se pierden todas las voces.
A la espiral que refracta
la vitrina
le crecen preguntas en infinitas
direcciones,
apenas describe
la placa museográfica
los sueños
que ahora
somos tú, yo
y esta lengua escindida
(27).
La chiapaneca
logra transmitir parte del legado prehispánico a partir de expresiones vigentes
que se valen del verso libre en la mayor parte del libro, de repeticiones de la
talla de «Chak chak chak. / Ligero vienes, / Xkok juguetón vienes, / traviesa lengua
vienes, / dedos serpentinos vienes» (31) y de formas bífidas que conectan distintas,
que no tan distantes, dimensiones cívicas para la habitabilidad de la
naturaleza. En parte, desde Rosario Castellanos, el cuerpo, la religión o la fauna
y la flora son símbolos del canto que se dirige a la divinidad; «[p]orque
invocar no es respirar, es guarecerse» (66). En segunda persona, otras voces,
en cursiva, confluyen en el pálpito de las identidades. La poeta se separa de
la contemporaneidad, inicia una poética y retorna a los orígenes de la piedra,
la serpiente, la luz, la sangre, la morada, el colibrí, la ofrenda y la luna, «constricción
de la filogenia más sutil» (69).
Visitémonos en los portales que
difunden la poesía reciente de manera digital. Atención a poetas
que acercan las preocupaciones lejanas a la conciencia inmediata. Pueden leerla
también en la revista Marcapiel.
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