Preciencia del zahorí
a tu contacto visiones ozónicas
en premonitorios palimpsestos raquídeos
oficio dentrítico altamente calificado
centros de sagrada especialización
[…]
Juan Martínez
(171)
Juan Martínez (1933-2007) es
uno de los poetas más singulares de México. Lo demuestra Heriberto Yépez en el ensayo con el que nos introduce En el valle sagrado ([1986]
2018), libro que acaba de publicar Malpaís ediciones en la segunda serie del Archivo Negro de Poesía Mexicana. He ahí la mística, la filosofía, la
poética y el diálogo con el ser que se destruye para construirse.
Como
ya vimos con Jesús Arellano y sus Poelectrones, el poeta y crítico tijuanense
profundiza en el prechamán, chamán y exchamán que es, sin duda, el escritor
jalisciense que se construyó una cabaña en la playa de Tijuana y murió en Guadalajara.
Al igual que su obra, el estudio introductorio es único por la claridad y los nudos
que advierte y nos ofrece Yépez: «Noche y mañana del mundo», disponible en Academia.edu. Nuevamente le debemos a José Vicente Anaya la recopilación, la investigación y el preámbulo que se
publicó tras su muerte y que se puede consultar en Círculo de Poesía. De igual modo, amigos como Homero Aridjis nos hablan de este particular personaje en una entrevista que
recupera CRM en Estimus, así
como la nota, con alguna errata, de José Luis Bobadilla en Tierra Adentro.
Pero
volvamos al de Yépez, que es el estudio más completo y riguroso. Qué mejor
manera de acercarnos a Juan Martínez que con uno de sus párrafos tan sintéticos
como sugerentes:
Este
místico mundano estaba regido por una ambivalencia: alcanzaba sabiduría análoga
a lo oriental –liberación por desprendimiento– y, a la vez, era un poeta
maldito, en la más obscura tradición occidental. Destruía su obra para
liberarse del posible ego que podía derivarse de su conservación, además de que
es probable que un espíritu de autoexigencia, de perfeccionismo haya dirigido
esa severa autocrítica, determinando que sus obras no habían alcanzado la
perfección autoexigida; así como también lo pudo haber guiado la idea de que no
era merecedor de la celebridad o reconocimiento que esa obra podría darle
(29-30).
Recordemos a Concha Urquiza, también
presente en la segunda entrega del Archivo Negro. En este caso la poesía mística conecta con la filosofía y,
especialmente, con la experiencia que en vida tuvo Martínez y que ahora nos
lega. El objetivo de los versos es llegar a la conexión con los seres del
ser, el ser de los seres, res (nada) de reses. La energía de la naturaleza al
más alto grado que baja a la tierra. En la poesía mexicana contemporánea su oficio
se mantiene en referentes como Elsa Cross o Efraín Bartolomé. Ahora bien, no estoy de acuerdo, lógicamente, con la destrucción
de la obra que parecía desear el poeta que nos ocupa. Entiendo que Yépez se refiere a la autoexigencia, a ese trance tan
difícil de alcanzar; pero si ahora estamos leyendo a Martínez, además de por su
experiencia, es por su interés literario, su consciencia del hecho estético.
Otro
de los aspectos relevantes para entender su obra y la lírica del país es la
concepción que tiene del mar como femineidad. Engendra vida el rito de paso que
circula del cielo (el padre) a la tierra (la madre) a través del agua como
elemento natural que –según muestra Octavio Paz en la antología Poesía en
movimiento a la que Martínez no llegó a entrar– logra el tránsito, el tacto
y la palabra. Para Yépez: «Juan Martínez se metía al agua para unirse con su
madre readquirida. Lo que más deseaba Juan Martínez era unirse con el Universo.
Retomar “la preeminencia de mi conexión prenatal”» (45). Es más, «su poesía es
la descripción del paso del principio masculino hegemónico al principio
femenino cósmico; el paso del hombre regido por el ego patriarcal y el
intelecto racional hacia la fusión con el alma femenina y la visión imaginal» (46).
Con esa visión acaba y comienza todo.
Tras
el preámbulo de Anaya, donde da cuenta de los títulos que se integran En el
valle sagrado, desde inéditos al poemario A las puertas del paraíso
que curó Alberto Blanco desde 1985, damos con el primer poema del libro: «En
las palabras del viento». Está dedicado a su hermano, José Luis Martínez, el
famoso editor que supondría el polo opuesto al benjamín de la familia. Tales
versos son los que aparecen en la contracubierta y marcan la declaración de
intenciones del poeta, del místico, del ser humano: «¡Generación! / Oíd
vosotros la palabra del viento que habla por el hálito de mi nariz. / Olvidado
el mundo de su atavío, y el pájaro de su concupiscencia / encontré la sangre
esparcida del alma de los pobres y de los inocentes» (79). El mensaje llega
pese a la altisonante retórica por la sintaxis y las figuras límpidas y claras
que se advierten en el conjunto de su obra, al subir al valle para tocar lo más
hondo de la existencia.
Su
oficio plástico se advierte en prosa, al final del «Diálogo sobre el amor»: «hecha
y deshecha en el blanco y el negro y sin embargo siempre viva girando en
perfecciones de acechanzas deíficas reflejando dorados recintos de equiláteras
caras» (104). La divinidad fluye hasta la poética que podría considerarse «Líneas
preparatorias a la penetración del entendimiento» (109-115). Se sumaría así a
las Artes poéticas mexicanas (de los Contemporáneos a la actualidad) (2015) que
coordina la maestra Carmen Alemany. Y lo haría con la ciencia, «La Verdad»:
«Diametral y opuesta / es la luz a su antinomio / infinidad de círculos / a
merced en su fuga epicéntrica / y como endocarpio protector / sus espectros formando
gemas / de ortodoxia irradiante / diafragmática hipérbole» (114). La narración,
el teatro y el ensayo confluyen en la poesía. Escuchemos, si no, el final de la
parte titulada «Por el hilo dorado de lo eterno»:
Alondra
2a.:
¡Abrid
los escotillones
de
la aterida canción
hasta
que envenene al viento el elixir de amor!
Alondra
1a.:
¡Y
las madejas de angustia se desploman,
con
metálico rumor!
Alondra
2a.:
¿Y
el ciudadano del humo
con
cicatrices de amor
de
madrugadas dormidas y en el ojo una oración? (141)
Es inevitable pensar en La rama dorada
y La diosa blanca que integran en la poesía mexicana autoras como Adriana Tafoya. Los significados y las interpretaciones forman parte de una
compleja red de relaciones y mitos. Por su lado, la rima consonante genera en
las agudas el golpe, el ritmo y los pasos. Si llegamos ya A las puertas del
paraíso, cenitales cápsulas destellan y sintetizan los temas apuntados:
III
Encendida,
plena,
noche
para
los ojos
la
memoria,
el
silencio (200).
El silencio es la última palabra. Y este
libro que cierra Alberto Blanco (206-210) establece un paralelismo, una lectura
a dos voces, que parte del libro de este último, Tras el rayo. Una propuesta
original, única.
Estas
son solo algunas notas que despierta Juan Martínez, En el valle sagrado.
Releerlo es necesario si queremos entender la poesía mexicana en su
horizontalidad y, ahí, horadar los terrenos que nos soportan.
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