El
canto del gallo. Poelectrones
([1972] 2018) de Jesús Arellano
(1923-1977) es una de las obras más relevantes para los contenidos políticos
desde las estructuras visuales en la poesía mexicana contemporánea. Fue pionero
en la computación y no circuló en su momento por una invisibilización mediática
e institucional que ahora resuelven Malpaís
ediciones y el extraordinario estudio introductorio de Heriberto Yépez: «Extradición
y tecnopoética en Jesús Arellano (1950-1975)».
El prólogo del poeta y crítico tijuanense
es, como el que vimos en El
pentagrama eléctrico de Salvador Gallardo con
Daniel Téllez, un ejemplo de cómo ha de contextualizarse una
obra y la importancia que tiene su reedición. Con la claridad y el atrevimiento
que lo caracterizan, Yépez parte del término extradición que utiliza Juana Meléndez
de Espinosa. Su posible uso deliberado le da al crítico el origen para
comprender a Arellano: remite a la desestabilización de la tradición (algo que
también hace Malpaís en la lectura horizontal que señala su editor Iván Cruz),
con el «peligro de ser extraditado: encarcelado hacia un territorio ajeno» (6).
Es magistral la reflexión lingüística que para entender la historia establece
el autor de Por
una poética antes del paleolítico y después de la propaganda; obra que
de alguna manera desarrolla la crítica sobre la manera de crear los otros
libros de Raúl
Renán, Ulises Carrión o Ehrenberg
(39) a tenor del Manifiesto de
Arellano (26-27), continuado por Yépez en el siglo xxi.
Coincidiendo con el estridentista
Salvador Gallardo en su autogestión y descentralización, Jesús Arellano
promovió con el concepto editorial de «Metáfora» un sistema con el que pudiera
liberar un «nuevo sujeto poético tecno-crítico» (9). La sátira y la ironía desembocan
en el Colofón, cierre de la obra que, en el caso de El canto del gallo, muestra el pico del animal exclamando «viva la
libertad» al tiempo que cuestiona con la onomatopeya «cuál? cuál? cuál?»
(150-151). Los juegos entre el significante y el significado conviven más allá
de Saussure en una puesta en escena propia de Eugenio
Tisselli en la poesía computacional que ya previó Arellano con sus «prototipos
de androides líricos» (37) y en las herramientas digitales que desarrolla Horacio
Warpola (con un cariz político menos explícito) desde Twitter o Instagram.
No olvidemos, lo dicen Cruz y Yépez, que el jalisciense introdujo en los setenta
lo que ahora conocemos como hashtag, almohadilla o gato: «#» (28). El felino
araña y el «gallo simboliza al canto poético populista del amanecer de una
nueva época social» (30). En este sentido podemos ver antes que leer (como diría
Samuel Gordon en La poesía visual en
México (2011), posiblemente de próxima reedición) los poelectrones sobre el
68 o la dictadura chilena en 1973, pues recordemos que El canto del gallo de su propia Metáfora se editan en 1975 con las
nuevas máquinas de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde
despidieron final e injustamente al poeta que nos ocupa.
Cuando trabajamos tal obra en el
Seminario de Posgrado de la BUAP, surge una pregunta: ¿de qué manera estos
textos, visuales y políticos, se publicaban en revistas pero también en otros
formatos cercanos a las proclamas que podían distribuirse en las
manifestaciones y revueltas de aquellos años? La dispersión estética de tales
prácticas en México viene recogida por el ya citado Samuel Gordon. Heriberto
Yépez refuta su «tradición», pues entiende que no existe –como muestra ahora
Malpaís con el trabajo de Arellano– una sucesión reconocida de la poesía
visual. Tarea, entonces, pendiente; el archivo, de Carrión o de la poesía
mexicana, es una labor compleja, con el riesgo, dice Yépez al final de su
estudio introductorio, de «convertirlos en un mero rescate y ser re-centrados,
cooptados y, finalmente, devorados por un campo cultural centrípeta, que los
integre (desradicalizándolos y deshistorizándolos) al canon (exangüe)» (40).
Contra el formalismo («ABAJOELFORMALISMO» (58-59) dice Arellano en un Poelectrón),
el contexto de la obra reconocerá tales poetas reconsiderando el campo cultural
sin rescate que valga. Es crucial por ello la relectura.
El poema se distribuye visualmente,
a modo de caligrama, después de escribir el texto de manera convencional. Esa
es el proceso que mantiene también Malpaís en la nueva edición. Empieza así: «estoy
diagramando ahorita en este momento para la MT72 composer programación 256 y
poelectronizo […]» (51). La labor continuará en poelectrones
que están creando ahorita mismo jóvenes de México. Junto al Che o Allende,
Benito Juárez presenta (que no representa, diría Prince) el texto literario,
sin duda, a propósito de la historia del país:
Casi cincuenta años después advertimos
los resultados editoriales que ya alcanzó Arellano, pues Malpaís muestra el
texto original y la nueva disposición. En el final «Marxista» queda patente la «extradición
campesina» de Meléndez, citada por Yépez, cuya enunciación responde no tanto a
la estridencia de Carlos
Gutiérrez Cruz en Sangre roja: versos
libertarios (1924), presente en la primera serie del Archivo Negro (2015), y sí más al
sarcasmo. La poesía política anuncia la dimensión cívica que veremos al final
del siglo pasado: «las religiones son nocivas / pero más muchísimo más la
cívica / religión que los gobiernos implantan torpemente: / los héroes» (87).
Otro de los méritos que debemos de
reconocerle a Arellano, además de su pionera labor con la poesía computacional
y su compromiso para lo que continúa siendo la poesía política, es su
defensa del medio; es decir, su poesía ecológica. Es cierto que apenas
queda patente en el cierre de «Smog» («[…] para que arterias retocen con el
ozono del rocío y el hombre sueñe a pierna suelta / exigimos amor y justicia
social y libertad y autodeterminación y respeto absoluto a los países débiles /
no más pruebas atómicas queremos la paz / no smog / no smoke / ya no más fog /
fog», 116 y 118), pero plantea nuevas líneas para la ecocrítica,
por hacerlo diez años antes que José Emilio Pacheco o veinte antes que Homero
Aridjis. El poema fechado en «CU, octubre de 1972» valdría nuevamente para
denunciar la crisis internacional sobre el ambiente en el que las voces anglosajonas
«smoke» y «fog» se juntan para dar el esmog que es polumo en Paz con polvo y
humo o neblumo en Aridjis.
Este trabajo rescata la obra de
Jesús Arellano (ya presente con rigor en
Wikipedia gracias a Israel Ramírez y su equipo) que será analizada desde la
sociología y la relación entre poesía y política en la tesis doctoral que está
a punto de leer Blanca Aurora Mondragón en la Universidad Autónoma del Estado
de México.
Querido Ingnacio: Ya me están llegando los dictámenes y trabajo el ellos. Espero doctorarme a la brevedad. Ya te lo haré saber. Un abrazo!
ResponderBorrarMe alegro, estimada amiga. Ánimo en el proceso. Seguimos en contacto. Un abrazo.
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