La
espera se capitaliza.
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El oficio del escarabajo (Ediciones El Humo, 2019) es el libro que Lorena Huitrón (Xalapa, Veracruz, 1982) publicó el mes pasado. La
convivencia de la coloquialidad y la narrativa comprometida que mostraba en su
anterior poemario, Una violencia sencilla (2017), así como en trabajos precedentes que recoge el archivo de Poesía Mexa,
queda patente en esta poética de la inmunda enfermedad, de los desechos
deshechos, de la sociudad que estudiamos dentro de la dimensión
cívica, la habitabilidad urbana, a propósito de la sugerente presencia del
bestiario en la literatura mexicana.
Este escarabajo no simboliza la
crítica kafkiana de quien para subsistir se somete al trabajo con frío y hambre.
Tampoco parece una metáfora de la tradición que ha pasado desapercibida pero
que ha sobrevivido en caso o a pesar del desastre. Pienso en ello por el libro
que comentaré para cavar el año, Oscuro escarabajo (2018), de Fernando Fernández. Nada es gratuito. Nada se pierde. El oficio del escarabajo es un registro detallado, cuidadosamente lírico (con ese lirismo que están
trabajando tan bien las poetas mexicanas), de lo que engloba a quienes han
decidido dedicar su tiempo a la escritura, a la actualización de la metáfora y
demás figuras literarias; representadas de manera plástica e incisiva por Irasema Fernández en las ilustraciones.
Los poemas de este libro arrancan
con citas de María Auxiliadora Álvarez y Sylvia Plath que tienen que ver con el
dolor y el amor, fundamentales para comprender la influencia explícita de tales
poetas en México. Se trata de un genuino ejercicio de poesía documental e
intertextualidad. «Poco se ha estudiado a esta especie en México» (43). Las
notas que se detallan justo antes del índice cierran una estructura que en sus
cinco partes deja entrever el problema que verbaliza la veracruzana: «Padecer y
dignificar», «Responsables», la que da título al libro, «Técnica para auscultar
todas las mañanas de lunes a viernes» y «Parque España». De este modo, se
detalla el ciclo de la enfermedad, la culpa, la sepultura, el pálpito, la
coloquialidad de la muerte.
Los límites de la fe están en el
cuerpo, también en la página, en la escritura: «La oración no existe cuando en
el estómago bulle la sangre» (16). El sujeto poético se construye con la
destrucción, en boca de la sobrina que siente el sufrimiento de su tía,
mediante una tercera persona aparentemente aséptica. Y esto termina siendo el logro de
la poética de Huitrón: evidenciar el padecimiento, la cura y llanto sin
estridencias ni lugares comunes, a través de la sutura e incluso el efecto que
supura, digno. Es un paso más en el tiempo de Una violencia sencilla. La relación familiar va despersonalizándose
con la forma pronominal: «Se comparte habitación. Si se quiere se despliega la
cortina para asegurar la privacidad, pero es simbólica, aparente» (26). El
espacio ya no es siquiera reducto. El cuerpo está invadido por instrumentos que
dañan con el objeto de sanar. Es la penetración en su sentido asexual, casi
inerte, insensato.
El oficio del escarabajo es,
sin embargo, también la transformación: las palabras que elige quien acompaña
al paciente, también paciente de la acción que es esperar, pensar, perder la
sensibilidad y ofrecerla a la poesía. ¿Qué ocurre con la herencia, la tradición
y la renovación que estudiamos? Este poema (cercano a la prosa) sintetiza la
historicidad a una escala social, humana, vívida:
Del
siglo XIII al XVIII, el testamento fue el medio que todo el mundo tenía para
expresar, a menudo de forma muy personal, su apego a la gente amada.
No
todos los moribundos confiesan o piden perdón. No fue su voluntad.
O
no pudieron. Como aquellos que van camino a otro país incierto. O quienes van
por dulces o al mandado y días después aparecen en un terreno baldío.
A
ellos les quitaron su derecho a confesar (30).
El
drama personal, de manera inductiva, llega a reflejar un problema global.
Desde México se reivindica el derecho a decidir las últimas palabras de quien
va a morir mas continuará con vida por el escarabajo: símbolo de la
resurrección para el Scarabaeus sacer egipcio. La desaparición es una
pérdida en todos los sentidos. Ahora bien, la poesía, no; y entonces el oficio
del escarabajo es enterrador, rendir homenaje aquí al más allá.
El oficio del escarabajo, al valerse de citas, paráfrasis y motivaciones
de obras como Vientre, manos y espíritu: Hacia la construcción del sujeto femenino en el Siglo de Oro
(Universidad Veracruzana, 2000), de Dámaris M. Otero-Torres, justifica la
investigación que se lleva a cabo en la Universidad de Alicante sobre las
recuperaciones precolombinas y novohispanas en las escritoras mexicanas
contemporáneas. Por ahí seguiremos.
Continúen leyendo a Lorena Huitrón,
por ejemplo, en esta selección que coordina la también poeta mexicana Stephanie Alcantar en la revista La Otra. Sin duda, es una de las poetas que enriquecen este oficio que nos toca.
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