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Gerardo Villanueva (Guadalajara, 1978) viene en el archivo de Poesía Mexa
para gusto de quienes buscamos respeto, conocimiento y frescura; es decir:
herencia, tradición y renovación en la literatura. Esta semana se incluyeron en
el repositorio digital dos de sus últimas publicaciones: Feu G. Rare (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2016) y Calabozo cuatro (17-19 de abril, 2010)
(Periferia de Escribidores Forasteros, 2018).
Empecé a interesarme por la poesía
mexicana a causa de un homenaje que Vicente Quirarte, entre demás
especialistas, le hizo en 2011 a Fernando Benítez. Esta figura indispensable
para la historia de México, según Mauricio Pérez y Selena Guadalupe Peña
Salgado en Grafógrafxs, la revista de literatura de la Universidad Autónoma
del Estado de México,
repetía una y otra vez a sus alumnos (y al
guardaespaldas que siempre lo acompañaba al salón) que la escritura y el boxeo
eran dos actividades muy parecidas, puesto que tanto el púgil como el escritor
deben practicar a diario si pretenden permanecer de pie; el primero debe
golpear costales y peras sin descanso, saltar la cuerda; el segundo debe
propinar golpes al teclado sin pausa, sin piedad, con estilo, decía el maestro,
mientras daba brinquitos y lanzaba derechazos al aire para adornar su dicho, lo
que era hilarante. Aquel profesor tenía razón: es necesario ser constante para
enfrentar sin miedo a un gladiador con guantes o a una hoja en blanco.
Vencer a la
blancura de la página es derrotar (que no hacer perder) a quien se sitúa
enfrente (que a veces eres tú). En este sentido el último libro del tapatío,
publicado hace un par de años, se fecha hace ahora diez; de ahí que empecemos por
ahí, amén de la posible conexión que se puede establecer con un poemario único
sobre lucha libre, Arena mestiza (2018), de Daniel Téllez.
Por un lado, Calabozo cuatro «relata, por medio de enunciados y versos
ordenados, la historia del boxeador venezolano Edwin “El Inca” Valero», en la
palabras de la ya citada Peña Salgado. Esos «versos ordenados» logran el ritmo
con un sujeto lírico, el protagonista del poemario, en primera persona, en los
tres últimos días de su vida, en Valencia, Venezuela. Se sucede entonces una
prosa que encierra recuerdos, victorias y sinsabores comunes a cualquier ser
humano:
Hay algo adentro
de mí que tengo que volcar sobre alguien.
Para ello, vuelvo al patio puericia. Quizá por eso compré casa en Bolero Alto.
Vuelvo en perturbación de socios del recreo porque
me negaron mi niñez y destrozo, aperos, juguetes, objetos que no existieron
(16).
El ganador del Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños 2012
recrea así las escenas de un deportista a la manera de Téllez, con un acento
más por puntos que por KO. No obstante, también hay espacio para la
autobiografía, el recuento en unos lúcidos versos:
Y
por sobrenombre,
por insistencia, añadidura y repetición,
por martilleo, por
sobretodaslascosas
me llaman El Ínca y eso que
no vengo del Perú.
Y aunque aspiro ser
quebrantahuesos,
portar
por contraseña, por contraataque
dinamita por horrísono,
en ardid metralleta,
por veloz, en combinación:
Hammer, The Jackal, The Ripper,
cortos se quedan al nombrarme así
[…] (18)
Una imagen
manuscrita de Venezuela complementa el texto: la memoria y el sueño en las
últimas horas de este espacio cuadrangular que encierra. El monólogo escucha
algunas voces propias de cualquier acción individual. Es el cerebro frío que
contraataca en la calidez del pulso. Luego una adenda convierte Calabozo cuatro en una experimentación
del discurso (que no de la enunciación) y del tema (cada vez más presente en la
lírica de México). Escribe sobre el boxeador pero también sobre la violencia
que se extiende más allá del ring.
Otra voz más serena, quizá en las últimas horas, como pensamiento de cierre,
reconoce rompiendo la sintaxis que «escribo sobre Valero habría dicho, pero no»
(25); amén de una nota biográfica: «Murió por aparente suicidio el 19 de abril
de 2010 en los calabozos de Valencia, Carabobo, donde estaba encarcelado luego
de confesar el homicidio de su esposa Jennifer Carolina Viera, dos días antes».
Por otro lado, la cervantina
colección Ínsula Cuadernos de escritura
de Armas y Letras. Revista de literatura, arte y cultura de la Universidad Autónoma
de Nuevo León, coordinada por Jessica Nieto, se abre con un epígrafe de la
académica francesa Florence Delay y con una declaración de intenciones al
estilo del reciente trabajo de Andrea Alzati:
«de fuerza. Cuchillos —entre otros / punzocortantes— ya no / están / prohibidos»
(13-14). Se trata de un modo de acceder a la parte interna de la anatomía y del
poema. Para ello el bestiario es un catálogo que retrata Feu G. Rare: tratado médico del siglo XIX en Francia que repiensa
el sueño de la razón y reescribe la biografía de Nerval con las rarezas de la
pasión y el veneno. La oscuridad de Goya se ilumina en poemas breves sin
título; como es habitual, en verso libre. Así como en prosas e
intertextualidades en otras lenguas y demás géneros hasta dar diecinueve textos
con un hilo conductor fino, fantasmal y abrasivo. La hibridez produce monstruos,
bellos, un nuevo lirismo. Se vale entonces incluso de ensayos como el de «Ana Paula
Sánchez-Cardona. Retrato y Negación.
Gérard de Nerval ante su propia imagen. Universitat Pompeu Fabra. Revista
Forma. Vol. 02. Año 1. 2010» (22). La metapoesía no está exenta de gracia en
poemas como el XV:
La G —con toda su geometría—
tiene, por debilidad, una rendija.
G ¿de qué?, se pregunta Gérard—
De N. Quizá de galavardo.
Por el intersticio de su letra capital
se marcha un poco del acaso,
entre la niebla de un invierno
prematuro. (33)
El enigma sugiere
e impone cuando menos varias lecturas. El desdoblamiento del sujeto poético y
de su estructura deforma la convención. El fundador y coeditor de la revista
literaria electrónica Luzzeta es una isla en el rico panorama de la poesía
mexicana. Entre la investigación y la irreverencia hay que escucharlo.
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