sino un buen siquiatra
para encerrarnos en un lugar sin luz
y dejarnos así
hasta que escuchemos al mismo dios
diciéndonos adiós
Xhevdet
Bajraj
(2010: 85)
Llevo años pensando que Xhevdet Bajraj (Kosovo, 1960)
es el poeta de México que más me inquieta. Lo hago también ahora que releo dos
de sus libros: Temporada de las flores tristes (Tezcatlipoca blues)
(Generación Espontánea / SCCM / AEM / La Pirámide / Géiser & Toshka, 2010)
y Cuatro patrias (el perro alado, 2018), escenarios sobre los que el
lenguaje articula el concepto de muerte, seguido del de nación.
Hace unos meses escuché a
Bajraj en Diótima. Encuentro Nacional de Poesía. Luego fuimos a hablar de su proceso de
escritura, de cómo llegó a hacerlo en español desde su llegada «a la
surrealidad mexicana al morir el siglo xx»,
de referentes como Charles Baudelaire, Rubén Darío o Miguel Hernández. Esa
conversación que siempre le agradeceré está en Bitácora de vuelos.
Conseguí Temporada de las flores tristes (Tezcatlipoca blues) (2010) en la Librería Profética.
Una sonrisa se me dibujaba al final de cada uno de estos poemas breves que conforman
un asentamiento. Anoté algunas ideas que luego le compartí tras Diótima,
encuentro en el que también estaba Héctor Carreto, reseñista del libro para el Periódico de Poesía de la UNAM. Según el también poeta mexicano, estamos ante el
primer libro «mexicano» del albanés. Y es que sorprende la fluidez del trabajo
que vio la luz en el año del bicentenario. La aparente banalidad de un mosquito
que incordia el sueño llega a un sujeto poético que se acerca al «flujo de la conciencia»,
dice Carreto. Con humor describe lo que se siente ante la persona amada, en un
país que no es el suyo pero que de alguna manera lo empieza a ser, como ejemplo
de la poesía política que estudia Jorge Aguilera López.
Va de los poemínimos de Efraín Huerta a la pícara alteración de frases
populares como «en país de ciegos / el tuerto es güey» (83) al estilo de Maricela Guerrero que juegan con la coloquialidad mexicana. Así concluye Carreto: «es
un libro con muchos registros, con un discurso que va de lo lírico al lenguaje
publicitario y al de la cultura popular (Pop Art, según los artistas visuales),
y de lo social a lo personal. Un poemario novedoso y con un sentido del humor
que lo hace sumamente disfrutable».
Si en México publica Ruego
albanés (Acrono Producciones, 2000), con prólogo de David Huerta, Cenizas de una flor (2014) o Sueños
(Praxis, 2015), me reservo El tamaño del dolor
(Era / Consejo Nacional para la Cultura y las Artes / Universidad Autónoma de
la Ciudad de México, 2005) para un estudio más detenido que vaya de la poética
de Vicente Quirarte a Clyo Mendoza.
Tanto Temporada de las
flores tristes (Tezcatlipoca blues) como Cuatro patrias vienen con
palabras de Ricardo Romero Vallejo. En el primer caso, a la manera de prólogo
en verso, confirma que «Xhevdet Bajraj es el poeta del dolor / el dolor del ser
humano entre bestias humanas». Los límites entre lo humano y lo animal, por
tanto, lo acercan a la ecocrítica.
Dice el primero de los poemas: «tiburones peces caracoles / nadan en mareas de
latas y plásticos / el toro con sus güevos y su harén / rumia dentro de sus
propias tripas» (16). Y continúa en un final que se acorta, en mi opinión
acertadamente, de esta manera en Isliada:
Digo esto desde la tierra de la serpiente emplumada
que tenía plumas por la garza que se acababa de tragar
eso lo sé
porque soy
hijo del caballero águila
negro como la última noche
emperador del cielo rojo
que en mi furioso retorno al silencio
no necesito nada
soy el rey de nada
soy la santa nada
dios de nada y más grande que eso
soy la nada misma
yo
que una vez perdí una patria
y ahora vivo aquí
con el estómago lleno y el alma hueca
buscando dónde conectarme
para cargar las pilas que se me están agotando
y
la luz es la misma
las sombras de siempre me persiguen
pero el enchufe caray
el enchufe es distinto (17-18)
Cada símbolo alude tanto al pasado como a
referencias literarias que enseña y discute algunos días por semana en la
Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Más adelante «El dios de los
pájaros» (2018: 45) será una «goma de mascar sin sabor». Su perro, «Héroe de la
Roma Sur» (24, 44), lo acompaña, junto a su esposa, en esos momentos de pausa
cotidiana en la que parece despertar la ligazón de la historia con el presente,
con el poema; en este caso en el antepenúltimo del libro:
Yo nací en la cama
pero renació aquí bajo la sombra de un nopal
donde los hijos de los caballeros águila y jaguar
danzan frente a la catedral
hacen aeróbicos aztecas
sobre las ruinas del Templo Mayor
que existe nada más en el fondo de nuestros corazones
donde Moctezuma y Cuauhtémoc
forman la espuma de la misma cerveza
diría Maiakovski
y mientras los tomamos
nos peleamos para ver quién es más mexicano
el que puede orinar gratis en su tierra natal
o yo
a quien el baño le cuesta tres pesos para orinar
cinco para cagar y un chingo para llorar (102)[i]
Esa rima interna semejante a la asonancia
que veíamos con Óscuro escarabajo de Fernando Fernández la semana pasada se acerca a la música, al blues, a la
simbiosis cultural de México y su lírica. El ritmo lento y el tono melancólico
dan inicio al poema XXIX:
Estoy
muy enojado
esto
no es el atardecer fatal de la amoral en un corral
sino
una profunda noche oral de moral inmoral eh carnal
en
lugar de que hicieran un plan para encontrarme
sería
mucho más fácil
que
los uniformados pensaran en una estrategia
para
hacerse la vista gorda
Tenía
razón en no temer a dios o a los dioses
sino
a los humanos (82)
Por momentos se adivina al enhumorado
Jaime Sabines que mezcla humor y amor en la polución del espacio urbano, junto
a animales, con el seseo americano de la sociudad:
«En dos horas voy a recibir de visita ni más nimenos que / al Tlahtoani / el
mismísimo Rey de la izquierda / y los alrededores / y el corazón está en ese
mismo lado / al menos el mó / cuyo reino se estira / desde donde empieza la
linea amarilla del metro / hasta donde acaba la verde» (74); y da, por su
compromiso, con uno de los escasos ejemplos de poesía política en México
actualmente, Óscar de Pablo, especialmente en sus Dioses del México antiguo. Coreografía cívica (2012).
El
mosquito, cual Drácula, lleva la sangre del poema. Podríamos detenernos en muchas
más muestras del hedonismo que aflora incluso en la violencia cotidiana. Es la
estética de la crueldad: «de los tiempos / cuando sólo en Tenochtitlán se
vendían flores / porque en el resto del mundo se las comían los cerdos)» (32).
Y seguidamente: «(como dijo Arquímedes / dadme un trago y moveré el mundo /
después Tláloc diría en perfecto inglés / save water-drink mezcal)» (33). Con
respeto se desacraliza la fe, pues no hay más religión que el amor, «o nomás /
salut in ploribus-cucarachas moribus» (33). La historia de la humanidad está incluida
en un discurso en primera persona sin necesidad de signos de puntuación. El
ritmo lo va dando (entre paréntesis) la lengua bífida de Bajraj. Es la capacidad
que llega a tener quien traduce con ironía lo que pasa entre fronteras
(a la manera de Heriberto Yépez o Esther M. García) al final del poema XX: «y Beetohven escribió la novena sinfonía
de oído / porque yo se la dicté» (64). Ningún nombre es azaroso, como en la
gastronomía; un tema con olfato de Bolaño –junto al chileno descubrí al albanés
en la antología 359 Delicados (con filtro)– que también se podría estudiar «desayunando chilaquiles
para la cruda / al menos eso he escuchado / en la pulquería La Hija de los
Apaches» (79).
¿Y cuáles son las Cuatro patrias de
Bajraj? La muerte, la poesía, que habita el pasado pese a lo
que venga, ahora, como esperanza ante la distopía: un género apenas
cultivado en México por poetas como Julián Herbert. La «Sonrisa» que se dibuja ahora da título a la precisión de la tragedia:
Cuando cesaron los disparos
la niña dejó su bicicleta y corrió hacia su papá
Así la encontraron
limpiando la sangre de la cabeza de su padre
mientras él
para no asustar a su hija
expiró
con una sonrisa en los labios (7)
Uno o una ya es capaz de advertir los
matices que esconden los binomios niña-hija o papá-padre. También cada uno de
los poemas (con título) de este libro, como ocurría con el anterior, funcionan
de manera independiente, pero se consolidan como hilo narrativo al mostrar de
manera horizontal la barbarie humana que evoluciona por reiterar el significado de patria que señala Alejandro Higashi en iMex.
El poema que da nombre al
libro, «Cuatro patrias», demuestra la influencia que sigue teniendo «Alta traición», de José Emilio Pacheco, estudiado por Ignacio Ruiz-Pérez en América sin Nombre: Según Bajraj: «no des la vida por
ninguna de ellas / pero sí para unas personas ríos montañas y ciudades / como
diría Pacheco» (57). En este sentido, la vida se debe a la vid, fundamental
para su posterior trabajo, Cuando lloran las vides (Shtëpia Botuese Armagedoni, Prishtinë, 2019).
El poeta exiliado «tras
las primaveras sangrantes de Bosnia y Kosovo» explica esta confluencia en la entrevista que le concedió a Carmen Ros en Letralia:
Mira,
es como si yo fuera un pez de dos riachuelos que fue herido en la guerra de los
Balcanes; vine con esa herida a este mar, esa herida sangraba y en este mar
puse mi sangre. Todo mi esfuerzo en español ha sido traducir esa sangre y, como
en los mares desembocan varios ríos, esa sangre se ha mezclado con las heridas
latinoamericanas.
De Bajraj me atrae su compromiso y su
coherencia; su capacidad para describir la realidad más sangrienta en un tono
gris, casi desapercibido si no fuera por el humor, la crítica y la oralidad que
consigue representar y hacer convivir cuando todo, menos la poesía, muere.
[i] En
este momento vuelve a surgir la cuestión que estudia Carmen
Alemany Bay: por qué no se habla de Hernán Cortés si no es con una serie
de Amazon producida en España.
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