Diario de lo deshabitado (Universidad Autónoma de Aguascalientes,
2018) es el reciente libro de Patricia Ortiz Lozano (Aguascalientes, 1972): una aproximación al dolor desde el
placer mediante escenas domésticas de la intrahistoria personal que hacen
entender el comportamiento humano, como sociedad, a través de un discurso que
va del tú al yo para identificarse atinadamente con quien lee.
No
tenía idea de todo lo que se está haciendo en Aguascalientes por la literatura y
demás artes hasta que fui al CIELA Fraguas. Con la extraordinaria Claudia Quezada al frente, en el marco de
las jornadas del LI Premio Bellas Artes de Poesía, la autora presentó este
poemario junto a Jorge Terrones, Paloma Mora y Moisés Ortega, en la Universidad
de las Artes.
Y
enseguida queda clara la influencia de la poeta argentina Olga Orozco. Suyos
son los versos del epígrafe inicial y de otros que se suceden en las partes que
estructuran la obra: «Nombrar a la enemiga», «Nombrar al desterrado», «El humo
y el olvido» y «Falsa conversación con Olga Orozco sobre el fracaso del amor». La
literatura perimte nombrar, recrear, en pos de la memoria y el deseo, el dolor
y el placer.
La
hidrocálida, becaria del Fonca, ganó una residencia artística en Argentina. Este
libro que escribió hace siete años se vale de fechas que responden a la experiencia,
pues, de la autora; sin embargo, como veremos, también se pueden asociar a un
imaginario común que la historia, tan ligada a la poesía como disciplina, ha
ido entretejiendo.
La
advertencia es un pórtico que cuenta lo que supone la escritura en este Diario
de lo deshabitado, de la ausencia, del marco, del hueco que dejan las
personas: «La palabra será daga / silencio y furia en el cuaderno. / Diré el
dolor sin ocultarlo / para que se haga humo / y me abandone» (9). En la
contracubierta se alude en este sentido al «bisturí de cuatro filos» lorquiano
que dará título asimismo al amor ido de Vicente Quirarte.
Tal
referencia a lo desocupado se debe a Olga Orozco, entre otras referencias. Y a
ella se dirige el sujeto poético, por ejemplo, en la parte final. A partir de
una entrevista que Myriam Moscona realizó a la argentina, escritora del amor que
pasa, pues del amor se habla cuando sucede y se siente que se sintió, en segunda
persona se crea una historia conjetural, como superhistoriadora, a la manera de
Gómez de la Serna y, en este contexto mexicano, Christian Peña. La segunda parte de este «Post-scriptum» comienza: «Debo decir
que tu poesía me salvó / querida Olga. / Fue un hachazo / un golpe en medio de
la poca luz / que moraba todavía» (64).
La
poesía, al leerla o al escribirla, salva de la ausencia. Y «moraba» es una forma
del verbo amor en pretérito, imperfecto. En general, la poesía mexicana
contemporánea, se vale de lo coloquial, de esa carta dirigida a una poeta que
nos resulta bastón y bisturí, para reconocer el tema amoroso; y, por otro lado,
indice en el poema oscuro, intimista e introspectivo para hablar del dolor, lo
cual resulta personal si lo comparamos con el anterior sentido, colectivo por
necesidad. En Patricia Ortiz las emociones guardan un equilibrio incluso
racional, medido por lo poético. Su experiencia, la frialdad de años después de
ser escrito, oxigenan poemas breves que fluyen y con los que es fácil
identificarse, pese al dolor hermético que ya no habita.
Antes,
cual Bitácora
de mujeres extrañas de Esther
M. García, se establece una progesión temporal de todas estas mujeres que ya
no son extrañas y en algún momento nos habitan (entre las que se encuentra Olga
Orozco). El amor, como la poesía, llega a ser atemporal. Si ponemos por caso el
poema «26 de septiembre»:
¿Te
acordarás de mí esta noche
cuando
el silencio invada tu cuerpo
y
al voltear encuentres
la
sombra de mi sombra?
Soñaré
contigo
pero
no sé quién eres.
Tan
lejano
siempre
en el denso clamor
de
las noches frías.
Hoy
es el día y ya no estamos.
Hoy
es la lluvia
y
su murmullo lento.
¿Te
acordarás de mí por la mañana? (30)
¿Es posible que nos venga a la mente Ayotzinapa?
Incluso antes de que ocurrieran los hechos, como veíamos con Sara Uribe, el discurso refleja un error personal o colectivo en el que el ser
humano, pese a este último adjetivo, cae. Más aún si el siguiente texto, «29 de
septiembre», comienza tres días después con estos versos: «Hoy tiro mi primera
carta / lanzo la flecha más certera / los huesos rotos» (31).
Los
animales, como instinto contra lo aparentemente racional que puede llegar a ser
el dolor, juegan un papel importante en esta venganza que, más que fría, se
sirve sorda, enmudecida por el daño inaudito: «En dónde están / el amor / la
tristeza que se va / el odio que calcina dentro / la venganza fría / la
libertad sin nombre» (72).
Esta
historia de las distancias que me parece Diario de lo deshabitado se
sostiene por el ritmo de imágenes lorquianas como la que se da el «26 de
noviembre (árbol de sangre)»: «Hay un árbol de sangre que custodia mi casa»
(44). El alejandrino se divide en dos hemistiquios, heptasílabos, por la cesura
que es el líquido que irrigaba el cuerpo.
Lean a Patricia Ortiz Lozano. Consigan Diario
de lo deshabitado. Está disponible en el página web de la Universidad Autónoma de Aguascalientes.
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