innombrables.
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Aquí se las llevan. Poemas desde la resistencia. Antología de mujeres poetas de Morelos (Lengua de Diablo Editorial, 2018) es una
recopilación que realiza Denisse Buendía (Cuernavaca, Morelos, 1979) de once poetas, con una media de tres o
cuatro textos, por la resiliencia y la sororidad.
Poemas
desde la resistencia contra la tradición impuesta, contra el canon, contra el
número tan bajo de mujeres que han ocupado las muestras literarias en
comparación con el de los nombres, por las selecciones, los premios, quizá
también por las becas. En un país donde se suceden los feminicidios, quizá,
resistir significa continuar. Seguir escribiendo y mostrando lo que ocurre,
desde el lirismo, la estética, sin caer en el panfleto, estos poemas se
sostienen por una experiencia que las aúna.
En
un año en el que Daniela Sol compiló Ixquic. Antología internacional de poesía feminista (Verbum, 2018), resulta
crucial conocer lo que están haciendo las poetas más allá de la Ciudad de
México, foco todavía de esa centralización cultural del país con más
hispanohablantes que paulatinamente, con proyectos como este, se descapitaliza.
El impacto y las causas del trabajo de Denisse Buendía, así como otras
antologías, se explican con el estudio de Diana del Ángel, «Antologías contemporáneas de poetas mexicanas: ¿recuento,
escaparate o reescritura del canon?», publicado en el número 30 de la revista Signos Literarios
(2019), coordinado por Eva Castañeda y Alejandro Higashi.
En
la contracubierta y en el prólogo de Aquí se las llevan destaca el texto
«Desde la resistencia» que Ethel Krauze firmó en Cuernavaca, en octubre de 2018, con ideas como esta: «acaso
vean que nosotras no somos el peligro; acaso entiendan que nosotras somos la
mano que también construye, la voz que también nombra; acaso logremos unos y
otros descubrirnos por entero» (5). Mientras que Dennise Buendía, desde las
tripas de Acaptzingo, aclara cuál es el propósito de este libro: «nació con la
firme intención de poner de manifiesto la poesía de mujeres contra las
narrativas feminicidas en el Estado de Morelos. Para ello convoqué a mujeres
poetas que en su pluma habita la memoria de las que nos faltan, el corazón y el
alma por transformar a través de la poesía la cotidianidad de las violencias»
(6). Y lo hace con una peculiar presentación de las once integrantes, a la manera
de ese canto que se escucha en las marchas y que recuerda por quién o por quiénes
avanzamos.
Las
poetas recogidas son: Ana Velarde, Alma Karla Sandoval, Amatista Lía, Denisse
Buendía, Itzela Sosa, Jasmín Cacheux, Kenia Cano, Lu Schaffer, Marina Ruiz,
Miriam Ponc y Paulita Barraza. Se trata, entonces, de una suma de partes;
perceptible en el epígrafe del primer poema, de Ana Velarde, que recoge a María Baranda y esa pregunta que continúa: «¿Qué cal ardiente alimentaste /
en tu ciudad de tiempo / ya vacía?» (8); hasta los últimos dos
versos de la poeta de Morelos: «Nosotros sí sangramos, te lo digo, / hay partes
–muchas– que duelen si se rompen» (11). Por su parte, Alma Karla Sandoval
parece dar seguimiento a ese análisis de la realidad, igualmente en primera
persona; así empieza «El país extraño»: «Ven, están matando gente afuera. /
Haremos de la sangre un recuerdo lejano. / Soy tu mujer imaginaria» (12).
Si
seguimos apuntando algunos rasgos por los que esta recopilación merece leerse
para entender la poesía mexicana contemporánea desde las morelenses, es por la
ligazón que se mantiene entre texto y contexto, entre lo que ocurre y lo
que lo causa, como la dimensión cívica que motiva este blog. El tono infantil
que enseña María Teresa Miaja de la Peña en Naranja dulce, limón partido contrasta con la violencia de un país militarizado
en el poema que Amatista Lía dedica a Ernestina Ascensio Rosario «26 de febrero»:
«“Aquí comieron naranjas los soldados” / Naranjas dulces, corazón podrido y a 100
metros, / El 63 batallón de infantería, / instalado apenas hace meses, / Una
carpa y 90 figurillas» (18). Es un canto que Lía acompaña musicalmente a
continuación:
O que la propia Denisse Buendía se
cuestiona en su poema «Cuál es el canto de las despedidas» o en «Vientres
desollados», que empieza con estas estrofas:
aun
cantan salmos de cuna
se
arrastran
en
la garganta de las muertas
cantan
su olvido
y
cantan
la
memoria rota de las vivas.
Si
una madre desaparece,
lo
humano
desaparece
también,
lo
clandestino se revuelca
en
las tumbas
de
las no-olvidadas,
de
las que se han vuelto brújula,
en
la orilla sucia
de
las que se embarcan,
de
los que deshabitan
con
la promesa de encontrarlas (23).
Son huecos, vacíos, tiempo, historia,
silencio y voz. También «Las hijas de Yocasta / Para las muertas de Juárez,
/ y de cualquier lugar» (26), a las que se dirige Itzela Sosa. El
lenguaje es una forma de resistencia. Recuperar los mitos, repensarlos, contra
el silencio que rompe Jasmín Cacheux al final de su poema «Vestida de sal»: «Encuentro
aves rotas, / una contra otra, / la plaza desierta, / el olvido. / El silencio
es la complicidad / con la muerte. / La palabra, una osadía. / Yo te nombro»
(30). Y es que el atrevimiento me parece que alcanza su punto máximo con Kenia
Cano y su principio: «Siete vulvas imantadas» (33); con Lu Schaffer en «El
canto del cacao» (37); o, especialmente, con las referencias, la alegoría y el
mito que desembocan en Marina Ruiz y su poema «Las hermanas» (41), que parte de
Elena Garro. De Ruiz es también el texto de largos versos «Tirar al comal la
tortilla», donde se construye la identidad, la pertenencia, opuesta a la prosa:
«Ya no soy tuya / Ya no soy de nadie / Yo soy mía» (42). El adverbio temporal (Ya)
y el pronombre de primera persona (Yo), con las marcas que gramaticalmente se
asocian al femenino y al masculino en español, muestra de manera implícita el
poder de la palabra.
El
tópico manriqueño que tanto se retoma en la poesía mexicana contemporánea le
sirve a Miriam Ponce para concluir «Tres textos ante el mal tiempo» (45) dándole
la vuelta a la tortilla: «Ya no te quedes callada, / algo inmenso es tu destino
/ y fluir requiere el río, / el mar ansia tu llegada» (47); hasta el final de
Paulita Barraza, en su poema «Ella es todas»:
Ella
muere simultánea
Ella
grita. Los vecinos callan...
Ella
es piedra en la montaña.
No
renace, no es palabra.
Ella
vive acordonada.
Rompe
templos.
Tiene
garras.
Ella
es Todas y no es Nada.
Ella
es yugo infértil y caña.
Ella
canta lo que calla.
Duele
el suelo de su ausencia
Duele
su huella quemada.
Huele
a muertas esta tierra...
Ella
vive de mi rabia (48).
Va de la primera persona del futuro, a la
segunda, y al plural: «Iré sobreviviéndote: Una a una. Levantadas» (51). Son
muchas más de las poetas de Morelos que venían en Parkour pop.ético (o cómo saltar las bardas hacia el poema) (2017), donde
únicamente se recogía a Ana Velarde.
Aquí se las llevan
es un grito que se escucha en la calle por ejemplo, para anunciar algo que se
consigue con facilidad y que conlleva mucho trabajo; pero también es un lamento
por las personas que están levantando, contra la violencia.
Hermosa nota. Muchas gracias.
ResponderBorrarMuchas gracias por la lectura. Es una excelente recopilación de las poetas. Un saludo,
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ResponderBorrarGenial! un análisis serio de las nuevas mujeres poetas!
Gracias por el comentario. Me parece una extraordinaria labor. Sigamos a las poetas. Atentamente,
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