Últimos días de un país (Universidad Autónoma del Estado de
México, 2019) es la obra en la que Odette Alonso (Santiago de
Cuba, 1964) entrelaza una serie de imágenes y evocaciones del país natal que
recuerda desde que vino a vivir a México en 1992.
Por
parte de este poemario mereció el LXXXV Premio Clemencia Isaura de Poesía, cuyo jurado integraron Eduardo Mosches, José
Manuel Recillas y José Ángel Leyva. Algunos de sus textos se pueden leer también
en Este País, la revista Monolito
o Letralia.
La
treintena de poemas breves, como decimos, articulan una historia de la Cuba que ve una
mexicana o de cómo una cubana se siente en México al echar la vista atrás ahora
que parece que todo termina. Sin un tono apocalíptico se rememora con ternura y
desaprobación el vínculo de los espacios en un tiempo marcado por los epígrafes
iniciales de Albis Torres, Kamau Brathwaite y Olga Orozco.
Entre
sueños y recuerdos afloran sentidos como el olfato. Ahora bien, la
literatura, el poema en este caso, la remembranza, no tiene por qué ajustarse
de la realidad, ya lo sabemos. Reflexionar sobre ello desde el mismo poema es
una de las principales virtudes de versos tajantes y pulcros que hacen efecto
sin caer en el efectismo facilón.
Desde
lo particular –unas hormigas, por ejemplo– reconstruye la habitabilidad
familiar, un instante, la dicha pasajera. Se van trazando nexos en poemas que
funcionan independientes. Con un lenguaje cercano, el sujeto poético en primera
persona se vale de lo coloquial para formar la alegoría del equilibrio, de una
identidad; no exento dicho estilo de la natural convivencia que logra entre
endecasílabos y octosílabos. Así termina «El ojo impune»: «el ojo traza el
límite del charco / donde mi infancia naufraga» (20).
La infancia, el amor, la
música son temas que actualizan todos los significados que ha recibido La isla posible.
Cada día (destacando la diferencia entre el domingo y el lunes) un ojo
contempla sus alrededores. Los elementos, como tonos de una fotografía, arman
la escena y su dinamismo. El tiempo está fijado y se mueve la voz al
desplazarse. Este país que ultima sus días podría ser Cuba (así imaginamos La
Habana desde la misma cubierta); o cualquier persona que se debe a un enclave.
Como parte de una
tradición, la lírica contemporánea de México, podemos considerar que Alonso
recoge con humor una poética ajena al dificultismo imperante. Su experimentalidad
radica en reafirmar lo que se niega: «no hay papel que soporte un monosílabo / el
adjetivo aburre» (41). Un tratado sobre la pertenencia cierra «Como quien huye»:
Esa lengua enrevesada del que huye
extranjero en su esperma y su perfume
extraño para siempre de mis manos
de la lengua que amanso
y domestico.
Extranjera es la sombra que persigo
el retumbar de tambores a lo lejos
la música ancestral.
Aquellas noches en otras latitudes
las gotas de sudor marcando en el sendero
los signos del vacío.
Nada revela el acorde que ahora escucho
son los gritos de siempre.
Es hora de partir (43).
Y a continuación, «Último recuerdo del
país» funciona como quien se gira y observa al partir la patria que defiende más
como crítica que como alabanza: contra la violencia, la explotación infantil,
la soledad, la prostitución. A la manera de José Emilio Pacheco en «Alta traición» con Odette Alonso nos cuestionamos tanto la
artificiosidad de la patria (según Alejandro Higashi) y la abstracción de la belleza popularmente creada desde fuera
como la nostalgia que estudia Ana Chouciño en la poesía mexicana.
En
Odette Alonso existe una historia de libertad. Las decisiones, casi treinta años
después, dan lugar a un repaso de los sentimientos que se despiertan al
regresar de la mano de la persona amada. Su obra enriquece el panorama que
estudiamos en este blog a partir de poetas que arriban a México.
Últimos días de un país está
disponible en el repositorio de la UAEM.
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