La poeta chiapaneca Clara del Carmen Guillén, de quien ya hablamos en este blog, acaba
de publicar dos poemarios: Libamen (Abrace, 2019) y Balacó (Terramojada,
2019). Por la recuperación arqueológica y lingüística del sur de México pueden
estudiarse dentro del proyecto CORPYCEM. A continuación compartimos algunas notas
en ese sentido.
Libamen
vio la luz en Montevideo con ilustraciones de la artista cubana Ileana Mulet
Batista. Se trata de un bello homenaje a Palenque, sus vestigios y trabajos
arqueológicos (concretamente, de Alberto Ruz Lhuillier y Fany López Jiménez).
Es por ello que resulta pertinente la cita de Jorge Luis Borges con la que
arranca el libro: «Cuando los jugadores se hayan ido, / cuando el tiempo los
haya consumido, ciertamente no habrá cesado el rito». No me parece casual, si
nos ponemos a analizar el habla y los significados que confluyen en Balacó, la
última palabra citada, rito: interrupción de una corriente (puede ser
histórica, social, artística), río, que impone el símbolo que la
religión católica, entre otras, marca como cruz, óbelo o daga (†); señal de lo
que ya no está. Esta cosmovisión, acuática ante todo, continuará en el
siguiente poemario. Los veintisiete textos de este libro son libamen; es decir,
del latín, ofrenda en el sacrificio. La divinidad respira eco, voz, silencio
ante las ruinas de los templos que dan pistas de un origen en la poesía, donde
«el pasado se ofrenda» (7). Ejemplo de la precisión, el sincretismo y tal
recorrido resulta el poema «Piel intemporal» (9):
La
soledad no existe.
Imposible
tocarla en esta tarde,
hay
huellas ascendiendo por los templos,
huellas
que van y vienen de los siglos.
La
piel intemporal de esta memoria
se
llena con sus voces.
Versos de siete y once sílabas, en
simetría, de principio a fin en apenas seis lúcidas líneas, traen al ritmo de
tradición italiana el paso del tiempo marcado en la tierra y en los tiempos de
los templos; por las escaleras que ilumina el equinoccio en la imagen de la
serpiente. Estamos ante la cultura maya: «es un pasado
atándose al presente: / voces renacidas al conjuro» (11). Se produce de tal
modo un diálogo entre diferentes tiempos y culturas a través del cuerpo que
encarna el bestiario y las divinidades asociadas a la naturaleza, en comunión
vertical. Llega la noche y el famoso calambur de Xavier Villaurrutia irradia la
fuerza de once más siete sílabas: «La luna que madura en la montaña con su luz
envolvente» (13). La voz en este caso, recrea, la sensación de la labor
arqueológica, a la vez que en primera persona el sujeto poético conjetura el poder de la Reina Roja en el poema «Tz'akbu Ajau,»: dividido en cuatro
secciones, en la segunda de las cuales se menciona a Rosario Castellanos: «El
que se va se lleva su memoria, / su modo de ser río, de ser aire, / de ser
adiós...» (20). Otras referencias, en primera persona, conformarán el diálogo
como José Martí, Walt Whitman, Fernando Pessoa, Ida Vitale o José Emilio
Pacheco para aclarar el palimpsesto de tradiciones histórico-poéticas.
Balacó,
según la propia autora, recupera el «habla coloquial de un pueblo acá en
Chiapas, significa: “lo que arrastra la inundación de un río”». Parte de este
trabajo fue publicado en Facebook y me recuerda, por el sentido etimológico, al
Sudd que incursionaron Pedro Serrano y Carlos López Beltrán en la antología 359
delicados (con filtro) (2012). Con trabajos como este sale a la superficie
una poética que para buena parte de la crítica apenas se percibe en el tránsito
de la generación de los cincuenta, a la que pertenece Clara del Carmen Guillén,
y jóvenes promociones a priori (y solo aparentemente) inconexas con las
culturas que aquí se muestran.
Uno
de los poemas, breves, numerados, representa el pasado que cobra vida y voz ahora
en este término que concentra la poética y el homenaje de la autora chiapaneca:
6
Con
esta propia voz, en el tumulto de palabras, balacó se acentúa, exige, se
huracana; arribó sometida entre la danza negra que abrió paso en el puente de
la historia. Hasta esta orilla vino en busca de miradas que se esconden, entre
otra esclavitud y otras cadenas.
Sobreviene
el torrente, alguna voz de auxilio exige tregua:
es
más fuerte el impacto del destino, se arrastra, plañidero,
se
reinventa (10).
En tercera persona el sujeto poético
describe al tiempo que se dirige a la misma creación, Balacó. La atmósfera
infantil escenifica un juego, por ejemplo, en el que se rescata el pasado como
tradición inherente al sur de México. No está exento este poemario de un
compromiso ecocrítico, a favor de la naturaleza y del medio que permite la
habitabilidad frente a la violencia; a la manera de Homero Aridjis. La imagen del río y la sequía es captada con maestría por Frankof
en la cubierta de la piel agrietada similar al ojo de Glosar rupestre (2014) de Jorge Aguilera.
Para Clara del Carmen
Guillén: «Aquí resarciremos las angustias que generó tu nombre / al arribo de
tanta iniquidad / que ha cruzado la historia, sin perderse» (19). Los versos claros
van surcando la página y el tiempo a favor del tono coloquial, cercano a prosas
finales que apuntalan el objetivo de quien escribe: «un pie de página que
anuncia su punto de reinicio, otro modo de ser, que se percibe, un rumbo
diferente que reescribe la historia y la permea, para seguir soñando» (26).
En
definitiva, tanto en Libamen como en Balacó permea la tradición de un
continente y un contenido que discurre siglos después de la fecha de sus
vestigios para evidenciar la reconfiguración del mundo precolombino en una de
las escritoras de mayor herencia, tradición y renovación.
Muchas gracias por tus comentarios, Ignacio. Que tus palabras lubriquen el camino de Libamen y Balacó, para que alcancen muchos lectores.
ResponderBorrarMuchísimas gracias, estimada Clara: siempre es un gusto leerte. Larga vida para tales caminos. Un fuerte abrazo desde Alicante,
BorrarNacho
Muchas gracias por tus comentarios, Ignacio. Que tus palabras lubriquen el camino de Libamen y Balacó, para que alcancen muchos lectores.
ResponderBorrar