El reino de lo no lineal (Secretaría de Cultura / INBAL / ICA / FCE, 2020) es el libro con el que Elisa Díaz Castelo (Ciudad de México, 1986) se hizo con el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes. Se ensalza así la labor que lleva a cabo desde Principia (2018, recientemente publicado en España), más allá de la poesía y la ciencia, relación que existe y se supera en esta nueva obra, con la cual, me parece, logra alternar las diferentes voces líricas que la integran como lectora y traductora al tiempo que no desatiende esa compleja claridad del lenguaje menos previsible en la poesía mexicana contemporánea.
En Bachillerato, puse uno de sus
poemas. Cada estudiante tenía que comentarlo. Me llamó la atención lo siguiente: buena
parte de la clase reparó en algo tan sencillo, y complejo a la vez, como es el
tema de la vida y la muerte; coincidían así con el acta del jurado, integrado
por Lucía Rivadeneyra, Eduardo Casar y Balam Rodrigo.
Dos partes estructuran la obra: Vuelta
e Ida. La primera, asimismo, incluye fragmentos en prosa de las posibles
definiciones, intertextualidades y nexos que plantea la Vida. Con epígrafes de Juan
el Apóstol, Francisco de Quevedo y Paul Celan remite precisamente a los Lázaros
del primero: personas que vuelven a la vida tras la muerte. Clínicamente existe
tal proceso particular, protagonista de los primeros poemas.
En las tres escenas, especialmente
en la de vida, destaca el quiebre sintáctico, el ritmo (que no anacoluto) que
caracteriza a parte de la poesía mexicana (pienso en Sara Uribe, Yolanda Segura o Eva Castañeda, de quien hablamos la pasada semana). Este es un ejemplo:
Vida: menudo
adrede recalcitrante: ver el
origen de: ver
generalidades: retrospectiva
del concepto: qué
no es vida: en el mar ni las
piedras ni la
arena: en el bosque ni el incen-
dio ni la llama:
interpretaciones: especula-
ciones: modelos
híbridos: ni en el espacio:
rotación o
traslación de astros aunque qui-
zá: cometas: eso:
tal vez de ahí venimos: de
otra parte: lluvia
roja de Kerala: somos impac-
to: meteoritos: su
caída: su impronta sobre
el suelo: tal vez
la vida es eso: una cicatriz: (21)
En
una justificada caja de texto (cual «caldo primordial» (19) que centraliza el
blanco, el vacío, el origen), las palabras se unen por la sonoridad que tanto atrae
a la autora, por la ciencia y las relaciones semánticas (de Wikipedia, la RAE y
Near-Death Experience Research Foundation,
como se explicita en la Nota (p. 69), al final) que las envuelven y que se
yuxtaponen en el uso de los dos puntos, más de enlace que del encabalgamiento
definitivo que veíamos que cultivan Daniel Téllez o Antonio Léon.
La segunda estancia, Ida, arranca con
otros tres epígrafes; esta vez de Rosario Castellanos, Sharon Olds y Anne
Carson. Ahora el sujeto poético es una mezcla, dice Elisa, de Orfeo y Ofelia:
Orfelia. Cada uno de los poemas da título, con ella, a situaciones
aparentemente banales o domésticas, rutinarias; sin embargo, encierran una
profunda reflexión sobre la separación (también sobre el inicio y retorno, si
pensamos en los rites de passage de Arnold van Gennep).
Sirva a continuación el final, la
última estrofa, del poema que cierra el libro, el ya mítico «Orfelia limpia el
clóset»:
[...]
O tal vez sería
mejor las polillas,
en la noche
perenne y polvosa de los armarios,
se alimenten de él
a demanda
como de leche
materna
dulcemente añejada
en encaje y muselina.
Para que crisálida
y oruga
crezcan y de la
tela, antenas,
se conviertan en
lo que deben ser
y vuelen, ala con
ala, se levanten.
Serán la vida no
vivida
que tomó vuelo y
desenvoltura.
Serán ellas
descendencia. Llevarán
mi vestido de
novia
por los aires,
volando
más ligero que
nunca,
traducido a
nutrientes,
sustento,
sustancia de otra vida
a la que no le
pondremos nuestro nombre.
Serán lo que no
fuimos.
Porque no es
absurdo ni terrible
querer que los
insectos
sean lo único
que sobreviva de
nosotros (68).
La
metamorfosis que opera entre la vida y la muerte a lo largo de El reino de
lo no lineal se alterna hasta el punto de desembocar en la base entomológica
que se alimenta de los restos de lo que fue, de la vida que se origina, después
de todo, antes que nada: con la lengua del habla, de lo que provoca un nuevo
sentido cuando este parecía ya cerrado o limitado.
Son las anteriores mínimos
comentarios (la mayoría, más completos, pueden leerse en Literal
por Adolfo Castañón, Nueva York Poetry Review, Excélsior,
La Raíz Invertida, Nexos,
La Otra
o en Periódico de Poesía, donde además de reflexionar sobre la ciencia, la autora
ofrece, como Deniz, «Formas (guiadas) de desaparecer») de todos los que me despierta la obra de Díaz
Castelo, a quien ya consideraba referencia indispensable por el rigor, el ritmo
y la conjunción que logra (a la manera de su admirado Gerardo Deniz) entre términos que no intuíamos en el mismo verso (como los fragmentos
de vida) y que conviven sin estridencias: al contrario, con suma claridad que
asombra sin ir más lejos de temas tan universales (la vida y la muerte) a los
que todavía es posible sumarle una nueva lectura.
De todas las presentaciones que de
esta obra (todavía pendiente de recibir su festejo presencial en Aguascalientes),
me quedo con la que organizó la imparable Claudia Quezada en la Feria del Libro
de la ciudad hidrocálida. Junto a la también poeta Isabel Zapata tuvo lugar una lectura a cuatro voces de lo más sugerente (tecnología
mediante):
Gracias a Elisa Díaz Castelo por
facilitarme la obra en papel, en la estancia que completó hace unos meses en
Santiago, donde conversamos a propósito del libro y demás temas que
próximamente se publicarán en Bitácora de vuelos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario