A
principios de mes vi en la página de Facebook
de Luis Eduardo García que Diana Garza Islas (Santiago, Nuevo León, 1985) había publicado Primer infolio de las vidas reunidas de Almería Smarck (Universidad Autónoma
del Estado de México, 2021); disponible en la web de Grafógrafxs.
No pongan Almería Smarck en ningún buscador.
Puede que les salga algún coche pequeño de alquiler, en el sureste de Andalucía,
pero nada tiene que ver (a priori, al menos) con la ristra de sueños en
los que nos introduce el sujeto poético a lo largo de la treintena de breves poemas
en prosa sin título.
El formato de diario de sueños que
cultivaron Homero Aridjis, Maricela Guerrero o Pierre Herrera, recientemente, es tratado por la poeta que experimenta en obras
que van de Caja negra que se llame como a mí (Bonobos, 2015) y Adiós
y buenas tardes, Condesita Quitanieve (El Palacio de la Fatalidad, 2015) a En
el fondo todo poema es yo de niña mirándola (La Cleta Cartonera, 2018):
algunas de los cuales se encuentran disponibles en Poesía Mexa
o Hastrolabia.
El yo lírico arranca el texto
narrativo: «Yo era una gambusina italiana y tenía a mi patiño» (4). Como partes
del poema largo que estudia Alejandro Higashi se integran diálogos, preguntas retóricas, reflexiones cercanas al
ensayo (demostrando así la hibridez genérica que caracteriza a la poesía
mexicana) y, en todo momento, una sintaxis precisa que, no por ello, deja de
enroscar el lenguaje cotidiano, el habla, en cada vez más capas profundas y
abruptas del todo que conforma el proyecto que nos presenta aquí Garza Islas.
En pasado, mas sin respetar el orden
cronológico pero sí algunos elementos como el queso, los acontecimientos se
suceden en la vida de la artista. El plano onírico permite la entrada de
referentes que en los últimos años han tratado poetas como Christian Peña en Mellamo Hokusai (2014). Los sueños de Kurosawa,
presentes en Raúl Zurita, avanzan como «hormigas que ya empezaban a visitar mi
cabeza muerta» (5).
El doppelgänger facilta la
distancia. Hace verosímil el relato. Debido al desdoblamiento del personaje que
da título a la obra, al estilo de Francisco Hernández ‒que continúa Peña‒, la historia engarza las diferentes escenas
descritas, como decíamos, en la narración nuclear. Esta viene, explícita, en la
parte central del Infolio. Quien escribe lo hace por lo siguiente; con
total seguridad, todavía en la cama o en el sofá, justo al despertar:
Leo un poema sobre
vasos de vidrio. Aparece el nombre Almería Smarck en una línea viuda y el resto
de las palabras se difuminan. Una voz me dice que debo encontrarla. ¿Armaría o
Almería? No sé si se trata de un libro o de una persona, pero sé que debo hacer
lo que me dicen. (19)
El
personaje unamuniano dominado por el interés calderoniano que lleva al debate de
la realidad. Construye una voz onírica que actualiza el tópico para hacerlo
reversible. Se vale del lenguaje, no tan próximo a la ciencia como Gerardo Deniz; sin embargo, logra aliteraciones que estimulan la lectura como la
del verso suelto que cierra uno de los últimos episodios (próximo, dicho
término, a la experiencia psicoanalítica del Infolio): «En la vereda, si
postiza, que caliente se avizora» (33).
Las numerosas referencias se
alimentan más adelante de imágenes y diferentes registros propios de la artista
conceptualista. Su experimentalismo radica en la relación de motivos o
experiencias aparentemente inconexas. Se acerca por ello al sugerente atrevimiento
que opera en parte de la poesía mexicana, entre la que podríamos mencionar a
los ya citados Luis Eduardo García o Maricela Guerrero. Veremos de qué manera
continúa este Infolio de Diana Garza Islas.
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