Por
Susana Bautista Cruz (aún no está en Elem;
trataremos de leerla pronto en este blog) me enteré de Gusanos de la memoria: proyecto cultural
y editorial de la región de La Montaña, Guerrero; que, con la coordinación de Martín Tonalmeyotl, ofrece de manera abierta y digitalizada cuatro antologías que
comentaremos a continuación: Lenguas madre, Flor de siete pétalos,
Originaria y Verbo raíz.
Lenguas madre. Antología poética. 23
lenguas mexicanas (Secretaría de Cultura / La Maquinucha
Ediciones / Amigos del Iago y del CFMAB A. C. / s. a.) arranca con unas palabras
de Boaventura Sousa Santos en torno a las raíces que sostienen tales
recopilaciones:
Es esta diversidad
la que se celebra en el presente libro, la inmensa diversidad cultural y
lingüística de los poetas y las poetas indígenas que componen México en el
momento en que éste busca reencontrarse con la riqueza de su pasado y de su
presente cultural a fin de poder afirmar su derecho al futuro. Es el México que
busca sus raíces más profundas para fundar en ellas nuevas y más ricas opciones
de vida cultural social y política. Y estas raíces anidan en las muchas lenguas
que habitan las montañas y los valles, las calles y las casas de este gran país
(1).
El vínculo con el proyecto CORPYCEM se establece,
además, en poetas como Briceida Cuevas Cob (Tepakán, Calkiní, Campeche, 1969), Claudia Guerra (Santa María
Xadani, Oaxaca, 1981), Elvis Guerra (Juchitán, Oaxaca, 1993), Nadia López (Caballo Rucio, Santa María Yucuhiti, Tlaxiaco, Oaxaca, 1992),
Enriqueta Lunez (Cabecera municipal de Chamula, 1981), Irma Pineda (Juchitán, Oaxaca, 1974) y Natalia Toledo (Juchitán, Oaxaca, 1967) ‒descuella,
tristemente, todavía, el desigual número de escritoras: un tercio‒; los cuales
forman parte de un corpus de veitintrés nombres (que no 23 lenguas, pues
algunas se repiten como el Diidxazá. Zapoteco peninsular o el Maya peninsular),
entre los que también se encuentran: Domingo Alejandro Luciano (Mazateupa,
Nacajuca, Tabasco, 1978), Mardonio Carballo (Chicontepec, Veracruz, 1974),
Isaac Carrillo (Peto, Yucatán, 1983), Víctor de la Cruz Pérez (Juchitán,
Oaxaca, 1948), Juan Gregorio Regino (San Miguel Soyaltepec, Oaxaca, 1952), Fausto
Guadarrama López (San Felipe del Progreso, Estado de México, 1964), Juventino
Gutiérrez Gómez (Santa María Tlahuitoltepec, Oaxaca, 1985), Juan Hernández
Ramírez (Colatlán, Ixhuatlán de Madero, Veracruz, 1951), Pergentino José Ruiz (San
Agustín Loxicha, 1983), Hubert Matiúwàa (Silacayota, Guerrero, 1986; el que más presencia tiene en Gusanos
de la memoria), Zulvia América Orozco Martínez (San Mateo del Mar, Oaxaca, 1983),
Manuel Sainos (Ixtepec, Puebla, 1972), Mikeas Sánchez (Ajway, Chapultenango,
Chiapas, 1980), Martín Tonalmeyotl (Chilapa de Álvarez, Guerrero, 1983),
Wildernain Villegas Carrillo (Mérida, Yucatán, 1981) y Víctor Terán (Juchitán,
Oaxaca, 1958).
Destaca de Lenguas madre la
oriundez y la lengua que se detalla al principio de cada poema, ‒como ocurrirá
en el resto de antologías‒ primero en lengua originaria y luego en castellano
(intuimos que con la traducción del propio autor o autora). Dichas muestras
hacen lo que Enrique González Martínez con el modernismo. Así lo expresa
Mardonio Carballo a propósito del símbolo que resulta el colibrí, en su poema «Xij
toponili huitzitzilin i kechcuayo / Tuércele el cuello al colibrí» (6-7), en náhuatl:
Xij
toponili huitzitzilin i kechcuayo
Ya
iejeijtzin ki pia i ijuio
Ya
ki pia tlauel uejueyak i huitzo
Xij
malakacho huitzitzilin i kechkuayo
Ya
iejietzin mijtotia, ejekatl ki amati ken patlani uan axtlen ki chiuilia.
Ax
ki kuezouilia ejekatl. Mo tlazojtlan.
Xij
kopinili huitzitzilin i kechkuayo
Pampa
ya ax mo neneki
Ken
ze yoltokpilxochime ueli mo ketza pan ichpokame i chichiual
Ken
ze yoltokpilxochime ki nekiz mo ketzas pan mo ziua i chichiual
Xij
toponili huitzitzilin i kechcuayo
Pampa
keman tiaz ti tekititi ya mo tlaxipeuas
Mo
tlagalchiuas uan ki piaz zeyok huitzitzilin kan tlajko i tlakayotl uan ki nekiz
ki kalakiz i tetlchan, mo tetlchan.
Yaka
xij kaki tlen ni mitz ijlijtok.
X
i j m a l a k a c h o h u i t z i t z i l i n i k e c h k u a y o.
Tuércele
el cuello al colibrí
Él
tiene bello plumaje
Él
tiene demasiado largo su pico
Retuércele
el cuello al colibrí
Él
baila hermoso, le ama el viento, no le hace nada.
No
le preocupa el viento. Se aman.
Záfale
el cuello al colibrí.
Porque
no se hace del rogar
Como
una flor viviente se puede parar en las chichis de las mujeres
Como
una flor viviente quiere pararse en la chichi de tu mujer
Tuércele
el cuello al colibrí
Porque
cuando te vayas al trabajo
Se
quitará las plumas y se hará hombre
Y
tendrá un colibrí pequeñito entre las piernas que sin plumas estará deseoso de
encontrar una cueva. Tu cueva.
Por
eso escucha mi consejo.
T
u é r c e l e e l c u e l l o a l c o l i b r í
Cada lengua madre (entre las que se dan cita, por orden de aparición, las quince y no las
veintitrés que adelantaba el título: Yokot’an. Chontal, Náhuatl, Maya
peninsular, Diidxazá. Zapoteco del Istmo, Énná. Mazateco, Jñatio.
Mazahua, AyÜÜk. Mixe de Tlahuitoltepec, Di’stè. Zapoteco de la Sierra Sur, Ñuu
savi. Mixteco bajo, Bast’i k’op. Tzotzil, Mè´phàà. Tlapaneco, OmbeayiiÜds.
Huave de San Mateo del Mar, Tutunaku. Totonaco, Ore. Zoque de Chiapas y Náhuatl
de Guerrero) conforma esta antología que, como los otros tres que veremos,
pueden leerse y descargarse de manera gratuita.
Flor de siete pétalos. Espina florida de
siete poetas mexicanas (Colectivo Espejo Somos, 2019)
cuenta con el diseño de Sabrina Molinari Tato, la compilación del ya mencionado
Martín Tonalmeyotl y el cuidado de la edición de Denise Cazés. Nos detenemos en
estos datos debido al trabajo que supone este tipo de publicaciones y a lo
difícil que resulta dar con tales referencias. Mayores resultan las y los
poetas, si se comparan con Lenguas madre, que forman parte de esta recopilación.
Esta vez el orden no es alfabético; parece
casual, azaroso, aunque se privilegia la juventud, a la manera de Poesía en
movimiento: Araceli Tecolapa (Zitlala, Guerrero, 1991), Mikeas Sánchez (ya
presente en el libro anterior), Cruz Alejandra Lucas Juárez (Tuxtla, Zapotitlán
de Méndez, Puebla, 1997), Adriana López (Ocosiongo, Chiapa[s]), Celerina
Sánchez (San Juan Mixtepec, Santiago Juxtlahuca, Oaxaca), Ruperta Bautista
Vázquez (San Cristóbal de Las Casas, Chiapas) e Irma Pineda (ya presente en el
libro anterior).
Las lenguas sí son siete, respectivamente:
náhuatl de Guerrero, zoque de Chiapas, totonaco de Puebla, tseltal de Chiapas,
mixteco ce Oaxaca, tsotsil de Chiapas y zapoteco de Oaxaca.
Jugando con la cábala, también son siete
los poemas de cada poeta, de ahí el título. Aunque no se insiste esta vez en el
año de nacimiento (apenas a las dos poetas más conocidas acompaña dicho dato:
Sánchez y Pineda; junto a Tecolapa y Lucas) sí se presenta una breve semblanza
de cada una.
De Tecolapa nos quedamos el recuerdo de
los 43 desaparecidos de Ayotzinapa y, por otro lado, con el simbolismo que
tiene la serpiente en el sujeto poético femenino, animal estudiado por Víctor Toledo.
De Sánchez irradia el chamanismo de los
ancestros, sin perder por ello el sentido del humor que lo caracteriza en esta
selección. La mencionada comicidad está muy cerca de la crítica (y por ello
recuerda a Matiúwàa) a comentarios como el que cierra la primera estrofa de su
poema «Saspalankis’yunestam jätyambatzi mäja kupkup’omoram / Los hijos de
Saspalanki lloramos en la gran ciudad» (44-45): «¿jinare’ tza’ajkuy mesa’
peka’asa mij’ tzumamas’ñyesebä? / ¿Acaso no es vergüenza vestir como tu abuela?».
Es posible abordar a Sánchez, creo, desde una perspectiva ecocrítica en contra
de un tema poco común en la poesía mexicana como es el de la comida basura y
demás prácticas neocolonialistas.
De Lucas queda la reivindicación de la
tierra, de los orígenes, de la cultura que tan bien traslada en breves poemas,
cuyo sujeto poético establece una conexión directa con quien lee mediante
estimulantes recursos propios de la función apelativa en lenguas generalmente
potentes en su oralidad. Lo logra mediante oraciones mucho más precisas y
claras que estas.
De López, que tradujo al maya tseltal el
poemario de Rosario Castellanos, El rescate el mundo, aflora con alguna
espina todavía aguda (de ahí, quizá, el nombre que acompaña a la página de
créditos: «zona de rebeldes»), tomo nota sin duda del poema «Jts’unbal / Mi
linaje» (74-77): por la genealogía que traza desde la flora y la fauna propias
del contexto que une pasado con presente se liga a la poética de Irma Pineda o Rosa Maqueda.
De Celerina Sánchez resalta lo telúrico,
dispuesto en versos precisos y sangrados, cuyo ritmo en ambas lenguas se vale
de la libertad formal que dan pie a las imágenes descritas. A causa de la
fuerza que se le da a cada palabra, espaciada, cala el sentido en el eco de los
poemas recogidos.
De Bautista, resuena la transformación
humana en los cuatro elementos naturales (con fuerza, en el viento y el agua de
lluvia). La cultura originaria se facilita en diversas alusiones que
complementan las notas a pie de página, que ya incluía en este mismo fin
aclaratorio Lucas.
De Pineda, por último, queda la impronta
de los desaparecidos en boca de madres que ya abría (en el orden de la
antología, no cronológico) Tecolapa. Asimismo, vinculado al tema de la
violenca, trata la migración: reflejo del paso que se da entre las culturas de
la geografía mexicana y que la administración dificulta. Sirva de ejemplo el
poema que cierra (para abrirla más) Flor de siete pétalos, «Gunaa nadxibalú / Amazonas»
(136 / 137):
Lade
gundaa baaza’
ne
gaca’ bacheeza niidxi
rilaa
ladi gunaa nadxibalú
Ra
ridaagu neza di’
zaca
ni maca huayaca ma xadxi:
Zaruugu
ti chu xiidxi
ti
ganda guinaaze guiiba’
ne
saru’ casi rizá gunaa ridxelasaa
cuyubi
quiñentaa ni cadindené
lu
ca neza ni nuu
lade
guiibabiaani’ ne gusina
Entre
disparar la flecha
o
ser manantial de leche
el
cuerpo de la amazona se divide
En
este cruce de caminos
la
solución es la de antaño:
mutilar
un seno
para
sostener el arco
y
continuar la vida de guerrera
tratando
de ganar todas las batallas
que
se libran en los caminos
entre
la computadora y la cocina
La actualidad del mito refuerza Originaria.
Antología de once mujeres poetas en lenguas indígenas (Alternativa
Ediciones / Secretaría de Cultura, 2019). Ahora, las once poetas (pues lo mejor
de la lírica mexicana lo están haciendo ellas, desde hace años, ya es un hecho)
son seleccionadas por Ateri Miyawatl y Celeste Jaime: Mikeas Sánchez, Rubí
Tsanda Huerta, Nadia López García, Elizabeth Pérez Tzintzún, Celerina Sánchez
Santiago, Emilia Buitimea Yocupicio, Alejandra Lucas Juárez, Enriqueta Lunez,
Rosa Maqueda Vicente, Zara Monrroy e Irma Pineda (cinco, ya mencionadas). El
cuidado editorial es de Raúl Eduardo González; y las cartografías, de
Jahzeel Aguilera Lara. Esta resulta la mejor muestra, por su claridad y rigor
en la reciente selección. Pueden acercarse a ella también en ADN Cultura.
Dos presentaciones preceden a los
poemas: de Ateri Miyawatl y de Yasnaya Elena Aguila Gil. En primer lugar: «Contempla
la participación de ocho idiomas / culturas: p’urhepecha, tzotzil, yoreme,
ayuujk, zapoteco, tu’un savi, zoque, comccac, binnizá y tutunakú» (18); en
segudo: «Lenguas sin estado. Lenguas de naciones que no crearon estados. Es una
condición histórica y no poética la que reúne la voz de las mujeres que
escriben en esta antología, en una diversidad de lenguas indígenas» (27).
En primer lugar, Sánchez horada el
capitalismo y prácticas ya apuntadas en anteriores textos suyos. He aquí un
ejemplo, cuya traducción al español remite al país estadounidense (y no
únicamente americano), un verso del poema «Te’ kojama wiruba’ jana tzame’is wyejkuy’omo
/ El alma retorna al grito del silencio» (38-39): «te’ pänis’tam myejxajpa
jujpyajubä käajk / la gente USA zapatos apretados».
Seguidamente, Rubí Tsanda Huerta (Santo
Tomás, Chilchota, Michoacán, 1986) continúa con la configuración de las
costumbres familiares en contacto con la imposición de las creencias. La
aculturación motiva poemas como los que tratan el ciclo de la vida que trae la
muerte o la noche insomne, a propósito de lo intangible, lo onírico: una
cosmovisión que parte de lo cotidiano, lo doméstico.
Por su parte, Nadia López García,
como hace notar Miguel Ángel Gómez recientemente, reconstruye el pasado
precolombino con los antepasados (especialmente, las abuelas) como nexo. Su
poema «Tiricia / Tiricia» (62-63) recuerda, además, a la película de Jorge
Pérez Solano, La
Tirisia (2014).
En cuanto a Elizabeth Pérez Tzintzún
(Zipiajo, Coeneo, Michoacán, 1979), son habituales los lazos que netamente se
imbrican de la tierra y sus frutos a las tradiciones; es decir, el elote o el
acto de tejer como alegoría de la configuración de la identidad por la que
pregunta en primera persona el yo lírico en concisas interrogaciones retóricas
que suman ritmo a las series poéticas aquí reunidas.
Por otro lado, Celerina Sánchez
Santiago recoge la voz de sus ancestras, en el sentido que señálabamos con
Pérez Tzintzún, a la vez que reivindica la palabra, el lenguaje, las diversas manifestaciones
culturales que la actualidad amenaza con relegar.
El caso de Emilia Buitimea Yocupicio
(Bacapaco, Huatabampo, Sonora, 1982) sorprende por el modo en que hace convivir
el texto dirigido al público infantil, al que se ha dedicado, y la voz
fabulística, nuevamente, de animales como los pájaros tan llenos de
connotaciones en la recuperación precolombina. Su repertorio contrasta, sin
embargo, con el tono elegíaco dedicado al padre ausente en textos que mantienen
en lengua yoreme y en castellano la rima asonante.
Otra vez queda patente de Alejandra
Lucas Juárez el paso de la vida a la muerte más allá de lo copóreo. La sociedad
del tercer milenio queda dibujada en el choque que para la mayoría provocan las
culturas originarias, por culpa en buena medida de prácticas capitalistas contra
las que apuntaba Sánchez. Ahora, la poblana hace lo propio contra las bebidas
procesadas en «‘Un Kachikin / Pueblo viento» (114-115).
Finalmente, Enriqueta Lunez cultiva
el poema narrativo en una estructura que consolidan los paralelismos y el
cierre circular, a modo de cuento, de plegaria, de oración. Con fuerza mantiene
el lazo que une lo humano a la tierra.
Dicho nexo es explotado por Rosa
Maqueda Vicente (Ixmiquilpan, Hidalgo, 1971: bailan las fechas de su nacimiento). Sin duda, una de las poetas que con más
atrevimiento plasman la tradición en el compromiso que mantiene a la poesía
originaria contemporánea, al menos hasta que se la considere, sin etiquetas,
como parte de la mexicana, sin más. A tal fin se dirige la autora hñähñu. Esta
es una muestra de la vida que reconstruye en el Valle del Mezquital, el poema «Sànthe
/ Sànthe» (134-135):
Ha ya t’ uí n’e ya
’yongaxithi
bi
japi ya beé
ya thâhi degä ya
hñä
ja
ha ra thet’í
ha ra ’beé
n’e ra ’beé
ya
thähi thexi
hoki
ya mbo’ní
n’e
ya ndäpo
rä pefi nthok e
ja ndunthi ya te
ya
hñä
ya jat’i ko mfädi.
Entre bastidores y
carrizos
despliegan
sus telares
hilos invisibles
de lenguaje
vertientes en el
huso
del telar
en telar
hilos
de ixcle
fitomorfos
y
zoomorfos
entretejen
exacta geometría
en esencia finita
adherida
ecos en polifonía
de saberes
ancestrales.
El ritmo y la sonoridad de Maqueda siguen
en Zara Monrroy (Socaaix, Punta Chueca, Sonora, 1991). La poeta comcaac forma
parte de la ecopoesía con textos como el titulado «Somos todo» (146). El hecho
de escribir, pues, el oficio poético, restaura la vida y la mantiene por
escrito; en sintonía también con la oralidad de las lenguas en las que empiezan
escribiendo.
Finalmente, Irma Pineda vuelve a
cerrar una muestra a favor de la regeneración de la vida, de lo abstracto y no
tanto de los objetos físicos que acaban limitando nuestra existencia. La
selección poética hilvana la fe, la familia y la unión con la naturaleza en una
reivindicación que consolidan las cartografías de los idiomas, explicados a
continuación de los poemas, con las semblanzas de las ilustradoras que
conforman una bellísima edición, incluso en formato digital.
Verbo Raíz. Poesía Originaria de
Oaxaca (Colectivo
Editorial Pez en el Árbol, Servicios Universitarios y Redes de Conocimientos en
Oaxaca (Surco A.C.) y el Centro Universitario Xhidza, 2017), con la coordinación
de Nallely Guadalupe Tello Méndez y Oliver Fröhling, representa una de las
comunidades más ricas en lo que a la poesía mexicana se refiere. Tras la
xilografía de Daniela Ram (próxima al trabajo, nuevamente, que acompaña a
Maqueda) en siete lenguas (Di´stè, Didxazá, Tú ún Savi, Ayuujk, Ditsa xhtee, Ayöök,
Ombeayiüts) discurren las siguientes referencias (también, se antojan, de orden
casual), doce: Ángel Aristarco Alonso (Santo Domingo de Morelos, 1992), Héctor
Pineda Santiago (Héctor Yodo, Heroica Ciudad de Juchitán de Zaragoza, 1977), Alicia
Guzmán Ortiz (San Miguel del Progreso, Tlaxiaco, 1976), Víctor Fuentes (Unión
Hidalgo, 1964), Juventino Gutiérrez Gómez (ya citado), Elizabeth Alejandra
Castillo Martínez (San Juan Guelavía, Tlacolula, 1966), Florencio Antonio Girón
(Asunción Ixtaltepec, 1974), Olga Hernández (Anyukojm (Totontepec), 1962), Héctor
Pineda Sánchez (Héctor Lii, Santa María Xadani, 2001), Saúl Gijón Cepeda (San
Mateo del Mar, 1992), Claudia Guerra Castillo (Santa María Xadani, 1981) y Fernando
Valdivieso Magariño (Juchitán de Zaragoza, 1996). Sin querer limitarlo a
CORPYCEM, realmente sugieren cada vez más las poetas, por lo general, pese a
ser únicamente cuatro aquí (como es habitual, un tercio).
En pos de la oralidad, destaca esta opción:
«Para escuchar los distintos ritmos, tonalidades, presencias vocales incluimos
códigos QR que, al ser escaneados con el teléfono y teniendo internet,
permitirán escuchar a el/la autor(a) leyendo de viva voz sus poemas» (9).
Concluimos con un poema de Claudia
Guerra Castillo, «Ba´du´ ñaa / La niña del campo» (120-121):
Biniisé’ sica beeu
gulegasi
cuzaani’ lu
telayu.
Ne ti
ladxidó’naguudxi’sica xiaa,
guendaruxidxi
quichi’ sica xuba’.
Biine’ dxiiña’ lu
layu xhiee ladi
ne gudahue´
xho’naxi xandié, guituxtia, zee ne sapandú.
Biliibi ti doo
ziña ndaane’
ni bisiga’de’
bixhozebiida’naa, ne guichaique gucani ziuula’
ne ziuula’ sica ti
xcú ni zirooba’ ne cuca’yuru guidxilayu.
Crecí como la luna
que nace
y resplandece en
el alba.
Con un corazón
puro como el algodón,
sonrisas de maíz.
Trabajé sobre la
piel desnuda de la tierra,
me vestí de aromas
a sandia, melón,
elote y sapandú.
Mi cinturón fue
siempre el mecate de palma
que el abuelo me
obsequió y mi cabellera era larga
tan larga como el
tallo que fue creciendo en el arado tiempo.
La muestra recogida en estas líneas
ejemplifica el rico panorama que apuntaron Diana del Ángel y Mariana
Ortiz en el número
23 de América sin Nombre; a favor de la idea originaria y no
tanto de la indígena. No obstante, como ya hemos comentado en alguna ocasión,
también con la excelente labor que lleva a cabo Martín Tonalmeyotl, en todas
las antologías abordadas se echa en falta la cita de los libros (si es que ya
se han publicado) en los que es posible hallar los poemas antologados. Ello
permitiría darle continuidad a la lectura.
Para terminar, en relación con el
proyecto creciente Gusanos de la memoria, ‒y en el sentido contrario al de
Araceli Tecolapa, en la segunda antología comentada‒ menciono el final del
poema de Víctor de la Cruz Pérez, cuyo título es el último verso, presente en
el primero de los libros citados:
Ni bedané diidxa’
biropa,
bedaguuti
stiidxanu ne laanu,
bedaguxhatañee
binni xquídxinu,
sícasi ñácanu
bicuti’
biaba lu yaga,
nexhe’ layú.
Tu laanu, ¿tu
lanu?
Quien trajo la
segunda lengua
vino a matarnos
junto a nuestra palabra,
vino a pisotear a
la gente del pueblo
como si fuéramos
gusanos
caídos del árbol,
tirados en la tierra.
¿Quiénes somos,
cuál es nuestro nombre? (13-14)
Gracias de nuevo a la también poeta
Susana Bautista Cruz me doy cuenta del rico panorama que se abre en la poesía
mexicana, en lenguas originarias. De la escritora de origen mazahua, entre otras referencias, escriben quienes
colaboran en este espacio próximo a la filosofía, a la radio y a dinámicas como
el trueque: lo cual alienta el seguir compartiendo lecturas. De no ser por
ellas, apenas nos habríamos quedado con cuatro o cinco nombre que ya
conocíamos. El resto, novedad.
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