Manuel Romero (Tijuana, Baja California, 1964) acaba
de publicar, después de mucho tiempo, unos inéditos en el reciente número, el
53, de la revista Arquetipos.
A propósito de tales poemas, gracias a la cálida conversación que ofrece el
autor y con el deseo de conocer su voz singular, hablamos de uno de los temas
que incardina su obra: la frontera.
La
entrega, del Instituto Educativo del Noroeste, con el poeta Jorge Ortega en la Coordinación editorial, concluye la última parte de ensayos
vinculados en buena medida a la pandemia con siete poemas del tijuanense. Si
hace un par de años hablamos de él a propósito de Todo esto se dirá, ahora nos fijamos en la importancia que tiene la poesía
mexicana en una publicación periódica alejada del centro.
Los
siente poemas («Blues: a la sombra», «Redención de Felipe Valle», «Tablilla
cívica II», «Consejo y pasmo», «Aviso», «Preguntas de un escéptico» y «El viaje»)
tienen en común el desasosiego aprehendido en un contexto donde la lírica puede
oxigenar tópicos que desde lejos se suele condenar. Sin más interés que el de
expresar una idea en un género literario que trata con cuidado mas
atrevimiento, Romero resulta certero en la brevedad de los espacios habitados.
En el
primero de ellos, un personaje que coincide con el nombre del autor se divide
entre el apoyo y el olvido. Entre tales afrentas se da la separación con la que
cierran los dieciséis versos, octosílabos, salvo el último, como el primero, de
once debido al vocativo agudo: «el grueso alambre de púas / que me separa del
mar, Señor Juez» (68).
Quien
dicta sentencia es la muerte. Por ella Felipe Valle focaliza la elegía que
continúa con los espacios naturales puros y tiernos a pesar de la violencia. Se
apuesta, como vemos con Quirarte,
en una promoción cercana a la suya, por la defensa del hábito público
compartido. Desde la intimidad, pese a ser breve, o quizá por ello, resuena «Tablilla
cívica II» (70):
Yo siento
en torno
mío
una nación
punible
y arrasable
oscura
mente
prometiendo
un día
mayores
miserias
Mediante la enunciación en primera persona se confiesa
el sujeto en medio, pese a la orilla, de un desánimo generalizado. La nación,
desde el concepto de patria abordado por Higashi, halla refugio en un ser que expresa la
pesadumbre que nos une, a la manera de la emoción estudiada por de Aguinaga: ejemplos prolíficos de la poesía mexicana con los que
coincide Romero.
En
cuarto lugar, ante el dolor que manifiesta el individuo, un grupo de amigos
entra en escena para sangrar ahora el adverbio en mente que se fragmentaba con
anterioridad. El cierre de los siete textos aquí reunidos detona la atmósfera
construida sin estridencias, con un murmullo que nos suena familiar:
No sucede
simplemente
que morimos (71).
Asimismo, aunque los poemas no tengan relación, sino
que funcionan independientes, la lectura en Arquetipos
establece una ruta, una poética que actualiza el interés que despuntaba en su
primer y, hasta la fecha, único libro. El espacio natural postizo de las ciudades
que crecen involuntariamente y en el peor sentido resulta un jardín: fin
partidista que antecede a los interrogantes en los que vuelve a situarse el mar
como símbolo del oxígeno que supera el paso del tiempo.
Por
último, la prosa rescata el tono onírico, apocalíptico, con que se narra una
escena de claroscuros al alba. En ese momento, al despertar también el día, se
acaban de dar la mano referencias implícitas que conforman la producción de
Manuel Romero. Al desarrollarlas, por ahora, en estos poemas compartidos,
continúa de otro modo la estética de lo incierto; es decir, alimenta la desazón
con literatura.
Ignacio Ballester (I. B.): ¿De qué manera tu obra
defiende la habitabilidad en un mundo tan complejo y, a veces, incómodo como el
que vivimos?
Manuel Romero (M. R.): Comencé a escribir poemas con
una idea más clara del enorme desafío que esto representa cuando ingresé en el
Taller de Poesía de la UABC a mediados de los años ochenta. No he dejado de escribir poemas desde
entonces, pero mi participación en el “ambiente literario” ha sido decididamente
marginal desde hace décadas: soy el autor de un solo libro de poemas y apenas
conozco a uno que otro poeta de mi ciudad. He podido ejercer mi escritura en un
contexto personal que se enriquece de forma constante con la frecuentación de algunos
materiales artísticos (música, cine, novela) que me ha sido dado compartir con unas
cuantas personas entrañables en mi pequeño círculo de afectos, una modesta parcela
verde (para citar a Yeats) habitable, respirable, aunque sólo sea por
momentos.
I. B.: ¿Qué supone publicar estos inéditos en Arquetipos?
¿Qué papel juegan actualmente las revistas en la lírica del país con más
hispanohablantes?
M. R.: Como no tengo ninguna relación con el medio
literario de mi localidad (creo que
con esta palabra es posible echar por tierra cualquier afán de trascendencia de
mi parte y la de algunos “colegas” mucho más despistados que yo) ni de ningún
otro lado, la publicación de un texto mío en alguna revista será siempre un
verdadero motivo de satisfacción personal. La aparición de esos siete poemas en Arquetipos presupone la existencia de
más material poético (todos ellos fueron tomados de un manuscrito que le confié
al editor, el poeta Jorge Ortega) y una verdadera anomalía con respecto al
ritmo natural de publicaciones de cualquier poeta menor que se respete y se
sepa “promover”. Con esto quiero decir que existe un desfase como de quince
años entre aquellos poemas que he podido publicar tan solo en dos ocasiones
durante casi una década (2012, 2021) y aquellos que he logrado reunir desde
entonces (me desentendí de mi poema más reciente allá por septiembre del 2020).
Las revistas literarias son unos de los
grandes medios con que cuentan los autores para dar a conocer su obra. La inclusión
de mis poemas en Arquetipos me ha permitido sentirme una vez más — ¿por
qué no decirlo? — parte del Coro.
I. B.: Libros de Jorge Humberto Chávez y Balam Rodrigo
han tratado la problemática de la frontera norte y sur, respectivamente. ¿Cómo
aparece en tu obra?
M. R.: La problemática en la que vivimos inmersos los
mexicanos es sencillamente inefable, se nos murió el vocabulario, no hay
palabras que la describan. La violencia está presente en casi todo lo que
hacemos, desarticula las buenas acciones y les da un nuevo empuje a las malas.
Si actuamos de una manera agresiva estaremos siendo coherentes con el clima de
violencia e impunidad imperante; si queremos comportarnos de una manera más
civilizada (aunque las oportunidades de hacerlo sean mínimas) pecaremos de
ingenuos. Me he referido a esta triste normalidad en algunos cuantos poemitas
(pido perdón por citar mis cosas): Tablilla Cívica (I, II y III), Canción de
Septiembre, Grafitti de Semana Santa, Urna Lírica: Ezra Pound en Reynosa y en
algunas líneas más bien malhumoradas de
otros tantos escritos.
I. B.: Todo esto se dirá vio la luz en 2008. ¿Qué
se conserva y qué ha cambiado desde entonces en el poeta Manuel Romero?
M. R.: La reescritura de un conjunto de textos a medio
camino entre lo narrativo y una serie de estampas con un tono francamente paródico es lo que me
mantiene ocupado hasta este momento. Se trata de un material que fue publicado
por primera vez a principios de los años noventa en algunos suplementos y
diarios de nuestra entidad y que nunca me había atrevido a ordenar ni siquiera
como un manuscrito mínimamente presentable. No fue sino hasta hace poco más de
un año que me atreví a tomar a este pequeñísimo toro por los cuernos y empezar
a trabajarlo.
Lo que conservo desde aquel 2008 es
el deseo de seguir escribiendo algunas cosas más. Lo que ha cambiado desde hace
más de un año ha sido mi relación con el acto mismo de escribir por culpa de esos
textos “recientes” que ya he mencionado. Es la primera vez que lo hago siguiendo
cierto método, cumpliendo con un horario mínimo pero constante y rechazando cualquier
consideración humorística o temperamental que me impida completar un párrafo o una
cuartilla dentro del plazo previsto. Un poema lírico, a pesar de todas las dificultades
a las que nos enfrenta, es una unidad mucho más controlable por lo que puede
tener de esporádico, breve o personal. Un libro de “prosas” impone otra
dinámica, es necesario oscurecer cada página y esto es algo muy difícil de
lograr con unos cuantos espasmos ocasionales, creo.
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