Iván Soto Camba (Guadalajara,
1982), desde hace unos meses, forma parte del archivo de Poesía Mexa
con su libro Gelatina
(Mantis Editores / Instituto Municipal de Cultura, Arte y Turismo, 2015):
autocrítica de la escritura y de la enfermedad, valga la redundancia.
Por tal obra el tapatío mereció el XIII Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal (2014), con un jurado que integraron Rosina Conde, César Gándara y Josefa Isabel Rojas. Arranca con un epígrafe de Nathalie Quintane a propósito de la existencia y el reconocimiento de esta que marcará Gelatina en su treintena de poemas con título, generalmente breves, en verso libre.
La técnica del poema, desde la
fuerza de la cultura visual que nos condiciona en el tercer milenio, va de la
radiografía creada por Wilhelm Röntgen al test de Hermann Rorschach. Ejemplo de
las escenas fragmentadas que narra quien enuncia en primera persona es una de
las estrofas del poema «Caja», en la línea, ese mismo año, de Diana Garza Islas o Rosario Loperena:
doctores enfermeras
hormigas
en diligente delirio
vagando
con la comida en el lomo:
una piedra con forma de hoja
o al revés
hormigas cargando a otras
hormigas con la cabeza vendada:
ciudades con ganas de irse
a otra con playa (15)
Como vemos, el
tono coloquial (con esa manía de rebajar y generalizar citando en masculino a
los médicos y en femenino a quienes sanan) discurre sin signos de puntuación ni
sangrías. Desampara la idea de querer abandonar un lugar cual colectivo gris y
gregario, simbolizado por las hormigas en una enorme ciudad que asfixia.
Entomológicamente las grafías sí se suceden hasta puntos que caen verticalmente
por la página en un poema titulado «Fila»: sobre la espera y deformación
profesional de la sociedad en la que vivimos. He aquí una de las estrofas en
las que se adivina la volatilidad del nombre que Soto Camba elige para su
libro:
al final de esta hay una charola de plástico
y un nuevo sabor de gelatina
que vomitamos por turnos
familia: fila interna hacia el lugar verdadero de la
fila (23)
Desde la biología
y la mecánica, la ontología ocupa un espacio difícil de fijar. Se es de la
familia al embarazo y el pudor, siempre, en numerosas ocasiones mediante la
ironía. Conforme avanzamos en lectura de Gelatina
se afianza el tema de la enfermedad. El hospital y todo lo que de él forma
parte sirve de hilo conductor, como vimos con Margarita Paz Paredes o Pedro Guzmán. Ello sirve de poética, como el texto titulado «Genérico»,
que arranca con un caso particular de la poesía mexicana contemporánea:
... en esas ocasiones tenías un tranvía y el
presentimiento
de que la
mañana tomaba sus pastillas para dormir
fin de que este
único fin vastísimo oculte
un espacio
desierto reflexionando tanta vaciedad...
No importa la forma de los frascos
el color de las pastillas
el diseño de las cajas
el sabor
las dosis
no importa si el epígrafe es más largo que el poema
o si hay más epígrafes que poemas
siempre hay mejores epígrafes que mejores poemas
poemas que son epígrafe
intento escribir recetas que sean poemas
pero nunca al revés
y siempre peores los epígrafes que las recetas
no importa la marca del papel en que se escriban
el nombre de las cápsulas
de qué color pinten la lengua
quién soy yo para darme órdenes
desde el rectángulo más bajo del organigrama interior
cada receta
una ventana hacia mi reverso
automedicarse
no sirve de nada si el paciente
no completa su propio tratamiento (35-36).
Guarda paralelismo
el acto de abrir una caja o un libro de poesía y dar en ella, sin que nadie te
lo pida, con algo que en la mayoría de las veces contrasta con el envoltorio,
con el afuera. Es decir, la escritura de un texto y la ingesta de una pastilla
comparten el vacío que encierran. La pastilla, el mensaje, cual píldora se
aleja de las marcas más prestigiosas del mercado para ser gris y sumarse, así,
en la rutina de una promoción. En Soto Camba, además del epígrafe del poeta
coahuilense, destaca la desacralización del oficio de escribir plagado de
desánimo; que, sin embargo, resulta amable y hasta coherente en la manera de
vincular los temas que aquí apenas resumimos.
Estamos ante una definición del ser
humano endeble y vulnerable por el peso de la imagen poética. Su poema
«Persona» (43), el primero en prosa ‒torrencial, sin pausas, cual poema-río Maricela Guerrero‒, perfectamente podría servir de acápite para el libro
homónimo de Yolanda Segura. Sirve de ejemplo un fragmento:
darme cuenta qué importa esto es el sexo esto sí es
por fin sexo de verdad y no mamadas o bueno sí mamadas también pero sobre todo
el amor esto sí es el amor esto es lo que pienso mientras para no venirme y es
lo mismo que pienso mientras para no morirme (45)
El personaje que
nos llega en primera persona adquiere una profundidad, un carácter, lejos del
tipo plano, con base en anécdotas o hechos fortuitos aparentemente banales como
el descrito en la cita anterior. La nimiedad del instante configura la memoria
que sirve de paralelismo en el poema «No me acuerdo», negando la técnica, esta
vez, de Joe Brainard, Georges Perec y, en México, también por aquellos años, Margo Glantz. Continúa, en cualquier caso, vigente por nomeacuerdos como este: «no me acuerdo
de todas las vacunas» (53). La gracia ahora se halla en la pérdida de memoria
que causa el tratamiento médico a la vez que el no recordar implica una
evidencia de la existencia, cual cicatriz o tachadura.
Precisamente, Higashi,
que se dedica al discurso obliterado señalado en el párrafo anterior, reconoce
en la poesía mexicana contemporánea un uso en el que podría incluirse a Soto:
la estereotipia; en el sentido de contraponer la imagen mental que el cuerpo,
en un contexto enfermo, replica ilimitadas veces en pos de una estética. Así
termina el libro, con «la sensación inexplicable / de estar repitiendo algo que
otro acaba de decir / con nuestras propias palabras» (79). Gelatina: alimento
transformado de elementos primigenios que cuesta advertir y te dan sin
explicaciones. Se tiraron 1.000 ejemplares.
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