Morir es una mentira grande que inventamos los hombres para no vernos a diario (2016, Ediciones O) es uno de los libros con los que Balam Rodrigo (Villa de Comaltitlán, Chiapas, 1974), como es habitual, mereció un premio; esta vez, el Nacional de Poesía Rosario Castellanos 2013. Además, es la historia de cualquier ser humano que, en torno a la ficción, sigue vigente.
Morir es una mentira grande que inventamos los hombres para no vernos a diario (1999-2006) se dedica, igual que en el resto de trabajos que publica el autor que nos ocupa, a su familia. Ahora bien, en este caso no se centra en la frontera centroamericana o en la violencia, sino en la desacralización del tema tabú que es morir y en la manera en que aparece en el texto literario.
Pese a lo anterior, el epígrafe inicial es de Castellanos; y remite a la ceiba, leitmotiv que simboliza en Rodrigo el origen, las raíces, la genealogía de un constructo poético que continúa de la mano de las referencias que tan bien conoce.
En esta línea de homenaje se enmarca el pórtico, el poema que integra cual misiva, en cuatro partes, en versos, fechado el día, 19 de marzo, de la muerte de Jaime Sabines: poeta chiapaneco que murió en el año con el que comienza el título, cual arranque, pues, tras la elegía que continúa su conterráneo. Pese a resultar moroso detenernos en los paratextos, no lo es tanto si pensamos que en este primer poema, "Sabinal", vuelve a insistir en dos epígrafes, de Castellanos y Sabines.
Entre lo cotidiano y lo trascendente se sitúa quien enuncia lo acontece a diario y marca el resto de los días. En este caso la muerte del autor de "Algo sobre la muerte del mayor Sabines" da paso, más que a un lamento fúnebre, a un canto por la poesía de lo coloquial que representó "la voz de aquel paisano en cuyas letras encontré la poesía)" (15).
Los tres versos que dan título a la obra que leemos diez años después de su revisión sirven para ejemplificar la función apelativa que detona al referirse, desde Sabines, a cualquier que lea poesía; por inicial que resulten las líneas que nos hallan: "Porque usted no ha muerto, Don Jaime. / Morir es una mentira grande / que inventamos los hombres / para no vernos a diario" (20-21).
Don Jaime puedes ser, al escribir o leer sobre el fin fatal lírica mediante, estética de la vida que se acaba. El trato cercano que hace público Rodrigo, ese diálogo que se da más allá de la muerte por no generarse en vida, encierra (he ahí la poética) entre paréntesis notas que ensayan un sentir individual que se hace colectivo y, por ello, sigue vigente.
Tras la impronta que deja la noticia del fallecimiento, el tono cercano de quien apenas comenzaba a leerlo y, más, a admirarlo da paso a poemas que continúan el tópico manriqueño. "Nandiumé (Río Grande de Chiapa-Río Grijalva)", por ejemplo, arranca con epígrafe, esta vez, de otro chiapaneco, el maestro del son, la gracia y la imagen, entre otras artes, Roberto López Moreno.
Quienes hayan pasado por el Cañón del sumidero se imaginarán, cual agua, ciclo vital, literario, entre las sombras de " La saudosa plegaria de la lluvia" (29). La recuperación del espacio natural justifica otras citas como la del académico y, entonces, exalcalde de Tuxtla Enoch Cancino Casahonda: "Uno se levanta corazón y hormigas / en la lengua, horda voz / que saraguatan las auroras." (34). Los neologismos y diversos topónimos unen el pasado precolombino, a la manera de Clara del Carmen Guillén, con el ritmo ya mencionado a propósito de López Moreno y otras ramas de la ceiba.
Cierran el libro, en origen inverso, Rosario Castellanos, Armando Duvalier, Joaquín Vásquez Aguilar y el origen del Premio Aguascalientes que circulaba (trazaba también esa forma) en su quincuagésima edición Balam Rodrigo, Juan Bañuelos, con el poema, por primera vez en este libro, en prosa, "Evocación del Sabinal": río por el que fluyen las referencias literarias que hacen de Coyatokmó (en una nota al pie de la página 37 se dice, así como otros términos: "Coyatokmó significa en lengua zoque “lugar o casa de conejos”. Antiguo nombre de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas") lírica.
Leer a Balam Rodrigo recuerda la mecánica consolidada en este y otros libros del poeta chiapaneco. Pueden hacerlo a través del editor, también poeta, Daniel Medina; que alguna vez (aunque ahora mismo no se encuentra disponible la nota) publicó al respecto en Bitácora de vuelos.
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