Anna y Hans (Fondo de Cultura
Económica, 2021) es el reciente libro de Karen Villeda (Tlaxcala, 1985),
el cual a continuación comentamos brevemente en el marco de una línea de
investigación vinculada a la enfermedad mental y la cognición: tema del libro
que parte de la historia de Anna Knapp, única niña que registra Karen Villeda que registró Hans Asperger en el
descubrimiento del trastorno que lleva su nombre.
Tal obra mereció el XV Premio
Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano, con un jurado integrado por Gabriela
Aguirre, Maricela Guerrero y Ramón Iván Suárez Caamal. Debido a que accedemos al e-book, sin paginación, no aludiremos a este
dato sino, simplemente, a los poemas (íntegros o fragmentados) a los que nos
refiramos.
Antes de las tres partes que
componen Anna y Hans (Archivos, «No
fui Anna» y Otros apuntes), la autora agradece a Pura López Colomé, Andrea
Chapela e Isabel Zapata (se enlazan poetas que aparecen en este blog) su ayuda en el proceso
de escritura al tiempo que ofrece una introducción que aclara la lectura: «Cabe
señalar que Anna habla en cursivas, yo, Hans, en redondas. Las comillas son de
otros». Resulta interesante, entonces, la pista que se nos da en cuanto a la
enunciación del médico, en primera persona; quien recoge en estilo directo la
voz de Anna y de los llamados «otros» (como el dramaturgo, también austríaco, Franz
Grillparzer): alternancia que presenta a su vez, con base en el archivo o
poesía documental, un relato que puede ser definido como fantástico por el uso
de la tercera persona del mismo Hans, enunciatario, y la ficción que recrea la
relación médicas entre ambos.
Todo empieza el 29 de junio de 1944,
a modo de informe donde Hans registra el análisis de Anna. Pese a participar en
la categoría de poesía, desde un inicio destaca la hibridez genérica (en cuanto
a géneros literarios) que cultiva Villeda en obras como Tesauro, a favor de una redefinición y relación de categorías
tradicionalmente estancas. Capturamos la pantalla de tal pórtico:
Enseguida las redondas dan paso a
las cursivas cual transcripción de un diálogo entre el médico y el paciente;
quien la incomoda en su proceso cognitivo: «Ella es Anna pero Hans no es él mismo.
// No cabe duda. / Eres tú, Hans. / Tú eres el que me hace daño y no las palabras».
La conversación, pues, el lenguaje,
causa el dolor en quien padece autismo. Las preguntas sobre el tema, el
trastorno, evidencian una afectación no solo mental, sino también en el cuerpo;
el cual parece agitarse conforme pasamos de la fría distancia entre la primera
y la tercera persona de quien enuncia, como Hans, y de un texto próximo a la
canción infantil en la que el verso libre y la rima asonante presagian el fin
abrupto que pone a la oralidad un animal como el burro. Se carga a tal símbolo
de significados negativos mediante el propio lenguaje.
Ya en la primera parte, la prosa se
alterna con el verso. En cualquier caso, destaca el quiebre sintáctico que
reconoce el jurado y que caracteriza a la poesía mexicana reciente, como vemos
con Sara Uribe, Eva Castañeda o Yolanda Segura.
Si hablamos de empatía en quien lee
y se pone en la piel de alguien con un trastorno mental, tema todavía tabú en
buena parte de la poesía, no solo mexicana, también debemos de considerar la
empatía (mencionada en el texto 1) por ser esta la detonadora del relato
fantástico, en tanto Hans se convierte en Anna en la medida en que avanza el
análisis, el diagnóstico y la obra titulada, no por casualidad, Anna y Hans.
Aunque la ausencia de signos de
puntuación refuerza el quiebre sintáctico y, al mismo tiempo, la libertad de
interpretación como rasgo definitorio de la poesía coloquial desde los años
sesenta del siglo pasado, una línea como esta encabeza la página en blanco y
termina en coma: «Son los hábitos de cierta pobreza: encontrar una ganancia en
lo mínimo,»; dotando al discurso de un cierre abrupto que continúa como si se
tratara de un cuaderno de notas, un informe de Hans, al cabo. Seguidamente una
imagen del techo que ve Hans en Viena se intercala con el texto. Cincuenta años
después de la primera fecha, citada al principio, se consolida el estudio: «“En
1994 entró el Síndrome de Asperger como categoría diagnóstica independiente en
el DSM-IV”». Y a continuación de tal cita, desaparecen las comillas en la voz
que no se mencionaba en la aclaración inicial: la de quien ve a Hans y Anna y
saca sus conclusiones en boca de la autora, enunciataria, al examinar los
archivos del caso: «Tenía un solo pulmón en el pecho. “Esos niños son la mitad.
Mira: este niño es la mitad de uno. Este otro es la mitad mía. Tiene un solo
pulmón.” Hans hubiera querido deshacerse de estos cuantiosos apuntes pero el
ego no se lo permitía».
Los sujetos descritos de la ternura
al terror acaban rozando lo fantasmagórico y produciendo así una bajada de la
temperatura en quien lee (algo que se comprobará más adelante en la práctica de
aula).
La descripción de Anna por parte de
Hans ‒después de lo fantástico que entreteje el relato, como vimos con la
alusión a las partes del cuerpo incompletas que causan, especialmente en ese
punto, reacciones en el nuestro, normalmente desapercibidas durante la lectura
(y reforzadas con el contenido visual como el de las imágenes, según lo prueba Benito García Valero en la Universidadde Alicante)‒ contrasta por la realidad de una persona autista, como las
que vimos a propósito de las vanguardias como anclaje para la Didáctica de la Lengua y la Literatura. El
perfil encaja en lo que desde finales del siglo pasado se considera enfermedad
mental:
La obsesión por
las piedras y las flores, lo vegetal, se gestiona por parte del pediatra
mediante la taxonomía. El tesauro planteado por Villeda o Zapata en otras obras
de los últimos años demuestra, entonces, que la poesía (en contacto con otros géneros,
disciplinas y discursos literarios o no) permite actualizar el trastorno que
genera el lenguaje y sus usos.
La sangre que
irriga el cuerpo se encuentra con las pausas de los paréntesis y los anacolutos
que no llevan a nada más que al desconcierto de quien lee y, por ello, se
altera; incluso fisiológicamente: releyendo, por ejemplo, partes que
sintácticamente no coinciden con lo visto en clase de DLCL: algo imposible si
la obra se escucha una sola vez.
El abandono de Anna y el misterio
familiar, al final de la primera parte, mantienen en vilo a quienes desde la
historia entramos en la fantasía también creída por la protagonista; que
enseguida nos damos cuenta de que es Anna y Hans, aunque sea este quien la
cuente (la mayor parte de las veces). No es este, sin embargo, el último poema
de la primera sección. Aún le sigue un par de páginas que, entre el español y
el inglés (idioma que refuerza la historia con lo conjetural, en cursiva),
critica las prácticas de Hans a la hora de masculinizar a Anna por su hipótesis
fallida; hipótesis que, en este punto se explicita, ya fue probada por Grunia
Sujareva años antes, en 1925, sin su merecido reconocimiento. El capítulo
cierra con una lectura feminista de la realidad que interrumpe la conjetura, la
fantasía.
El título que Villeda le da a la
segunda parte («No fui Anna») abandona la voz de Hans para abonar la de los «otros».
Intertextualidad mediante, crece el relato fantástico que ya se presentó en su
base real. El objeto de estudio, una niña, fue tratada como un niño por la
obcecación en no aceptar una teoría que ya había sido probada.
La primera línea, que no, ya, verso,
despliega los significados que revierte el nombre en un palíndromo; quien
escribe y quien lee se intercambian los papeles: «Anna yo soy». El sujeto, en primera persona, el pronombre personal,
la máxima deíxis, es la «palabra con más significados del mundo», la potencia
del autismo.
El lenguaje se extrema a la hora de
plasmar los límites del lenguaje que superan neologismos, comillas, personajes;
un mundo ajeno a la realidad:
Se desestructura
el lenguaje (y este ejercicio cobra aún más significado con estudiantes de PASE
(el programa de inmersión en español) como veremos en la línea de trabajo que
se abre desde la cognición) precisamente al tratar de organizarlo. La línea,
como se dijo en la primera parte, “no tiene / linealidad”.
Lo lúdico ya no resulta una práctica
vanguardística; más bien, por el contexto de la enfermedad mental de esta parte
en la que Anna no es Anna, se confiere como síntoma del trastorno en el que el
yo es una isla, según la RAE: del gr. αὐτός autós 'uno mismo' e -ισμός -ismós
'-ismo'.
La escena navideña en el marco de la
Segunda guerra mundial cierra la bisagra, la parte más breve de las tres; pero
también la más intensa en la medida en que el lenguaje se articula para
articular el relato fantástico. Ahí estriba la ficción, la alternancia de un
mismo personaje, en su conocimiento del mundo. Al expresarlo, nos permite, a
quienes leemos, conocerlo, conocer la enfermedad mental.
Por último, los otros apuntes
recopilan los hilos aparentemente dispersos de las páginas anteriores. Sin la
fuerza de los textos autónomos que pueden ser leídos, por ejemplo, en clase,
sin necesidad entender el sentido de la obra completa, los últimos textos
(perdón), apuntes, se consolidan en la indeterminación. El trastorno se
distingue por contraste. Entre Anna y Hans se llega a un desacuerdo: el del
lenguaje. Femenino fue el error del sujeto que creía diagnosticar. Imponer un
sexo en la demostración de su teoría le hizo perderse, a pesar de lo que ha
quedado para la historia. El relato fantástico es otro: quizá más real que la
historia. En la duda se dan las posibles certezas. En la prueba, en el
experimento, en la in-imaginación de los resultados, ahí, aquí, en el arte
(poesía, narrativa, obra teatral o ensayo) se halla la ciencia.
El sujeto impone su voz a la del ser
analizado. Ontológicamente la cognición asombra: «Yo, Hans, escribo en normales.
/ Anna ni escribe». El signo de puntuación, lejos de fijar una pauta, limita el
sentido contrario de un adjetivo sustantivado como «normales»: inusual por su
uso.
La incomprensión como desenlace. La
investigación en un libro reconocido en el certamen poético redefine el
proceso, el análisis, por la indefinición de los testimonios. Incoherencias que
aportan linealidad al relato en la dispersión de lo fantástico:
El yo se debate
por lo que le pasa, por lo que sucede sin que termine de pasar, de superarse,
de verse a distancia. El tiempo conforma el contexto. Los personajes se
transforman ajenos a una realidad, se mueven por la ficción cuya base real nos
compete, cien, ochenta, treinta años después.
El hecho de que
Anna y Hans termine con un índice trazado por Hans, en la enunciación, cierra
circularmente la historia en el relato fantástico mediante el cual el objeto se
intercambia con el sujeto a través del lenguaje. La obra, la ficción, entreteje
con la realidad un proceso de comprensión del espectro autista trazado por Hans
gracias a Anna; y no al revés.
Apéndice: un poema, el único con título,
que más se aleja formalmente de lo que en la tradición literaria se ha
considerado poema; como el ya mencionado Tesauro. Palabras y conceptos médicos
que se definen, anejados, retomando los temas, los personajes, las tramas del
decurso fantástico; imaginamos que la película ha terminado, que el documental
disponible en la página web del mentado Asperger cerró con unos créditos que
dotan de cariz científico a lo que, sin conocer (he ahí la cognición) la
historia, leeríamos como una ficción, un relato fantástico (como el que leen,
al escuchar, estudiantes de la edad de Anna a la de Hans).
A esta parte definitiva le sigue una
despedida, un continuará que nos trae a la memoria casos compartidos con
personas, que son y están, en proceso, todavía, pese a los avances y los libros
de poesía, de definición y comprensión y articulación de un lenguaje para y por
su enfermedad mental: trastorno que tenemos.
Un par de notas a pie de página a
referencias musicales u orales de Viena confirman lo apuntado: el lenguaje, a
pesar de sus malentendidos, permiten la comprensión o el reconocimiento de su
contrario.
Un libro como este merecería un
comentario claro, que analizara con rigor y orden cognición, enfermedad mental
y relato fantástico; será lo que intentemos en los próximos meses.
En cuanto a la cognición y los
efectos que el relato fantástico provoca en el cuerpo de quien lee, nos surgen
varias cuestiones que plantearle a la autora; ya que se trata de la primera
lectora del mismo:
¿De qué manera la
historia de Anna y Hans despertó en ti una motivación a la hora de escribir?
¿Reconoces en el
proceso de escritura y, por tanto, de lectura de Anna y Hans un estado de empatía?
¿Cómo reaccionó tu
cuerpo ante tal ejercicio?
¿Crees que la
enfermedad mental basada en dicho caso real y documentado establece un relato
fantástico que opera en quien lee?
¿Se modifica dicha
percepción al leer la obra en papel o en formato electrónico?
¿Y al ser
escuchada en, por ejemplo?
¿Cambiaría también
la sensación fisiológica producida en el público según su edad, pongamos por
caso: de los 12 a los 19 años?
¿Y en niños
respecto a niñas: variaría el efecto producido, pensando en dicha experiencia
como un método opuesto al que registró Hans sobre Anna?
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