sábado, 22 de abril de 2023

Machincuepa

 

Machincuepa. Versión en mazahua (FOEM, [2008] 2021) es un libro de haikus en edición bilingüe (mazahua-español) de Flor Cecilia Reyes Cruz (Oaxaca, 1964), con traducción de Joel Martínez Álvarez e ilustraciones de Irma Bastida Herrera. Una excelente lectura para trabajar las diecisiete sílabas de origen japonés que vimos gracias a este mismo catálogo en Luna del alba.

 

 


 

Si buscamos Machincuepa en Google, palabra habitual en México, nos sale enseguida un (hemos omitido aquí el adjetivo que precede al resultado de la búsqueda por no estar de acuerdo con tal calificativo) “bebé neonato recién llegado de Neonatitlán”. A pesar del terror que puede causar a simple vista, la historia cuando menos es atractiva, incluso para un libro infantil, si se liga a la primera acepción que ofrece el DRAE: un mexicanismo, “voltereta, pirueta”; especialmente, en la locución, “echar la machinuepa”.

            La poesía, en parte es eso, un giro vertiginoso que nos desorienta al aterrizar. A pesar de la autora oaxaqueña, esta edición viene en la lengua originaria, del centro del país: el mazahua (vocablo náhuatl que significa “gente del venado”), con la traducción de Joel Martínez Álvarez. Las ilustraciones, recordemos, son de Bastida Herrera, que ya trabajó con Becky Rubinstein en Adivina quién soy.

            Esta nueva edición enfatiza el objeto que da vueltas alrededor de sí mismo, la perinola (peonza, diríamos en España):

 

 


 

La protagonista, sin embargo, es la niña que la lanza; ya que el trompo apenas se ilustra en las primeras páginas con forma de alubia o frijol. El núcleo focalizado en el haiku pasa a la imagen a ocupar un lugar secundario; privilegiando al ser humano que ni se menciona en el texto.

            La interesante relación texto-imagen que sabría explicar mucho mejor nuestro compañero Fran Martínez Carratalá se alimenta de las cinco, siete y cinco sílabas en tonos mucho más llamativos y relevantes para el contenido del libro si tenemos en cuenta otros trabajos de la ilustradora como el ya mencionado hace un momento.

            La sintaxis se vertebra de verbos que aparecen en el segundo y tercer verso. La oración subordinada precede a otra expresión juguetona, propia de la coloquialidad de infantes que en cualquier país de habla hispana, incluso en lenguas originarias de México, estructura con solidez los breves poemas a la vez que dan paso a otras escenas; alimentadas de manera gozosa, efectiva, para la lectura multimodal, asimismo, de imágenes y, como no podía ser de otra manera, del ritmo que se logra, por lo general, de la rima consonante.

            Es ese el mérito de la poeta, complementado (y también con cierta relación de redundancia) por la artista plástica. En cuanto a la traducción, suele respetarse también la famosa estructura japonesa. El tono narrativo habitual de la LIJ nos regala en mazahua inicios como este: “Mama na bezhe / Cuéntame un cuento” (p. 11).

            La niña pelirroja resulta hilo conductor de un viaje por la naturaleza y demás planetas. Todo ello se describe con acertados fogonazos verbales, jugando con imágenes textuales y coloridas, melódicas. Ya sea en Infantil por la relación con el entorno o en Primaria debido a la lectura filosófica que planetan las escenas, el éxito de este libro está asegurado en el aula.

            Animales como el tlaconete, la hormiga o el grillo (propios de la poética ecocrítica de México) dialogan, asimismo, con obras ya reseñadas en este blog. Y a mitad del libro, se explica el título: “Da´ku/ ne balero / xinchiji nguaru/ nujnu ngets´ ko // Salta el balero / machincuepa perfecta / eso yo quiero” (p. 25). Efectivamente, nos encontramos en el medio de ese giro inesperado donde la desautomatización, el extrañamiento, convergen también en la LIJ.

            Símbolos lorquianos como la luna, de nuevo; preguntas retóricas y demás estructuras oracionales que junto al léxico amplían el abanico de posibilidades didácticas para la educación literaria; hasta la conocida historia del Ratoncito Pérez con una precisa paronomasia que amplifica los sentidos de las oclusivas bilabiales que se confunden desde el primer año (la /b/ y la /p/): “Na ts´ingo o / ya ni tunu/ in s´ibi / da kju/ na mbexo // ¡Hey, ratoncito! / Ya te llevas mi diente / dame un pesito” (p. 36).

            En la última escena, tras la articulación de pares de haikus, como ya vimos en Luna del alba, la niña completa su giro mecida por la luna menguante. Entendemos entonces la narración como una nana compuesta por treinta poemas y numerosas interpretaciones, según la edad de quien escuche, vea o lea.

            Desde la LIJ, nos acercamos a Reyes Cruz. Presente en Del silencio hacia la luz: mapa poético de México (2008), es autora de la antología Casa propia (2013), disponible en línea, con prólogo de Eduardo Casar.

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