Machincuepa. Versión en mazahua
(FOEM, [2008] 2021) es un libro de haikus en edición bilingüe (mazahua-español)
de Flor Cecilia Reyes Cruz (Oaxaca, 1964), con traducción de Joel Martínez
Álvarez e ilustraciones de Irma Bastida Herrera. Una excelente lectura para
trabajar las diecisiete sílabas de origen japonés que vimos gracias a este
mismo catálogo en Luna del alba.
Si buscamos
Machincuepa en Google, palabra habitual en México, nos sale enseguida un
(hemos omitido aquí el adjetivo que precede al resultado de la búsqueda por no
estar de acuerdo con tal calificativo) “bebé neonato recién llegado de
Neonatitlán”. A pesar del terror que puede causar a simple vista, la historia
cuando menos es atractiva, incluso para un libro infantil, si se liga a la
primera acepción que ofrece el DRAE: un mexicanismo, “voltereta, pirueta”;
especialmente, en la locución, “echar la machinuepa”.
La poesía, en parte es eso, un giro
vertiginoso que nos desorienta al aterrizar. A pesar de la autora oaxaqueña,
esta edición viene en la lengua originaria, del centro del país: el mazahua (vocablo
náhuatl que significa “gente del venado”), con la traducción de Joel Martínez
Álvarez. Las ilustraciones, recordemos, son de Bastida Herrera, que ya trabajó con
Becky Rubinstein en Adivina quién soy.
Esta nueva edición enfatiza el
objeto que da vueltas alrededor de sí mismo, la perinola (peonza, diríamos en
España):
La protagonista,
sin embargo, es la niña que la lanza; ya que el trompo apenas se ilustra en las
primeras páginas con forma de alubia o frijol. El núcleo focalizado en el haiku
pasa a la imagen a ocupar un lugar secundario; privilegiando al ser humano que
ni se menciona en el texto.
La interesante relación texto-imagen
que sabría explicar mucho mejor nuestro compañero Fran Martínez Carratalá se
alimenta de las cinco, siete y cinco sílabas en tonos mucho más llamativos y
relevantes para el contenido del libro si tenemos en cuenta otros trabajos de
la ilustradora como el ya mencionado hace un momento.
La sintaxis se vertebra de verbos
que aparecen en el segundo y tercer verso. La oración subordinada precede a
otra expresión juguetona, propia de la coloquialidad de infantes que en
cualquier país de habla hispana, incluso en lenguas originarias de México,
estructura con solidez los breves poemas a la vez que dan paso a otras escenas;
alimentadas de manera gozosa, efectiva, para la lectura multimodal, asimismo,
de imágenes y, como no podía ser de otra manera, del ritmo que se logra, por lo
general, de la rima consonante.
Es ese el mérito de la poeta,
complementado (y también con cierta relación de redundancia) por la artista
plástica. En cuanto a la traducción, suele respetarse también la famosa
estructura japonesa. El tono narrativo habitual de la LIJ nos regala en mazahua
inicios como este: “Mama na bezhe / Cuéntame un cuento” (p. 11).
La niña pelirroja resulta hilo
conductor de un viaje por la naturaleza y demás planetas. Todo ello se describe
con acertados fogonazos verbales, jugando con imágenes textuales y coloridas,
melódicas. Ya sea en Infantil por la relación con el entorno o en Primaria
debido a la lectura filosófica que planetan las escenas, el éxito de este libro
está asegurado en el aula.
Animales como el tlaconete, la
hormiga o el grillo (propios de la poética ecocrítica
de México) dialogan, asimismo, con obras ya reseñadas en este blog. Y a mitad del
libro, se explica el título: “Da´ku/ ne balero / xinchiji nguaru/ nujnu ngets´
ko // Salta el balero / machincuepa perfecta / eso yo quiero” (p. 25).
Efectivamente, nos encontramos en el medio de ese giro inesperado donde la
desautomatización, el extrañamiento, convergen también en la LIJ.
Símbolos lorquianos como la luna, de
nuevo; preguntas retóricas y demás estructuras oracionales que junto al léxico
amplían el abanico de posibilidades didácticas para la educación literaria;
hasta la conocida historia del Ratoncito Pérez con una precisa paronomasia que
amplifica los sentidos de las oclusivas bilabiales que se confunden desde el
primer año (la /b/ y la /p/): “Na ts´ingo o / ya ni tunu/ in s´ibi / da kju/ na
mbexo // ¡Hey, ratoncito! / Ya te llevas mi diente / dame un pesito” (p. 36).
En la última escena, tras la
articulación de pares de haikus, como ya vimos en Luna del alba, la niña
completa su giro mecida por la luna menguante. Entendemos entonces la narración
como una nana compuesta por treinta poemas y numerosas interpretaciones, según
la edad de quien escuche, vea o lea.
Desde la LIJ, nos acercamos a Reyes
Cruz. Presente en Del silencio hacia la luz: mapa poético de México (2008), es autora de la
antología Casa propia (2013), disponible en línea, con prólogo de Eduardo Casar.
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