Cuaderno de las muchas sensaciones
(FOEM, 2020) de Luis Flores Romero (Ciudad de México, 1987), con ilustraciones
de Ricardo García Trejo, explota lo mucho que percibe cada uno de los sentidos:
oído, gusto, vista, tacto, olfato.
Luis Flores Romero
(pero no García Trejo, qué paradoja; considero que habría que reconocer el trabajo
de ambos) obtuvo la mención honorífica de poesía infantil en el tercer Certamen
Internacional de Literatura Infantil y Juvenil FOEM, convocado por el Gobierno
del Estado de México, a través del Consejo Editorial de la Administración
Pública Estatal, en 2018. El jurado estuvo integrado por María García Esperón,
Ninah Basich y Luigi Amara.
Las
sensaciones que explota el haiku (estudiado recientemente por Rodríguez, Ballester & Arlandis, en el número 57 de Lenguaje y textos) desde lo minúsculo, como estructura básica de
la poesía infantil, conforman el hilo conductor de esta bitácora sobre tabúes y
aprendizajes en la adolescencia. Lo que tenemos en común no cobra vida hasta
que no se expresa del modo en que lo logra Flores Romero.
Este
libro se dirige a un público mayor que el de la semana pasada, por ejemplo. Los
textos, pese a ser más breves, poseen una hondura notable. Asimismo, a propósito de
la lírica, se trabaja con cuidado la rima. Ni siquiera hace falta recurrir a ella
siempre. El ritmo se imita con éxito en cada una de las sensaciones descritas y
construidas.
Numerosos
son los recursos literarios, especialmente fónicos, que potencia, por ejemplo,
la primera sección, “Oído”. El poema “Viento” juega con el calambur o la
paronomasia, respectivamente: “es capa que escapa volando. / Levanta papeles el
viento / y son papalotes papeles.” (p. 12).
Aunque
no se trata de un haiku, da la sensación de serlo. Y continúan los matices
vegetales, los animales y una manera particular de atender a la naturaleza, en
el marco de los ODS.
Con
el gusto el pan de muerto se ilustra verbalmente. Y los dibujos que
complementan el texto se basan en lo mínimo, dejando amplio espacio en el
margen para que, efectivamente, afloren las sensaciones.
Una
objeción es lo dulce. Tanta azúcar deja de lado una dieta sin procesados, de
comida real; más que el cítrico que recuerda a la tradición oral recuperada por Díaz
Roig, Miaja y Peña en Naranja dulce, limón partido. Echo en falta, pongamos por caso, lo que
despierta el mango o el chamoy por primera vez en el BLW. Algo que sí sucederá al
tratar el tacto con el “Durazno”.
La
vista, por otro lado, juega con la personificación del monte, a la manera de
Ramón Gómez de la Serna en su greguería sobre la cueva en el monte que bosteza.
Se trata este Cuaderno de un punto
intermedio para una mayor abstracción.
Los
personajes se van sucediendo y repitiendo en diferentes contextos, lo que
multiplica los efectos, así como las inferencias. Podemos experimentar lo que “ve”
en el “Tacto”, el alumnado, poniéndose en la piel de casos virales como Romeo.
Terminamos
con acierto en el olfato, la máxima expresión, el mejor de los sentidos, ¿diría
Vicente Quirarte que sostendría Gilberto Owen?
Estamos
ante treinta y cinco poemas (siete por sentido) que independiente, como serie o
como libro amplían las posibilidades de lectura, expresión y comprensión en las
aulas y fuera de ellas.
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