Cofre de pájaro muerto |
lo que era escribir
removiendo las cenizas del comal.
Cofre de pájaro muerto (UNAM, 2014) es un poemario de Armando Salgado (Uruapan, Michoacán, 1985) donde
el texto es una corteza infinita sobre la que navegamos y nos desgastamos en un
mar de dudas.
Casi podemos decir que cada libro de
Armando Salgado gana un premio: Liturgias
(Premio Michoacán de Literatura Ópera Prima de Poesía 2011), Variaciones de una vida rota (Premio
Michoacán de Literatura Ópera Prima de Narrativa 2011), Corvus Suvroc (Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal 2011), Azogue Suite (Premio Nacional de
Literatura Joven Salvador Gallardo Dávalos 2012), Estancia de ánimas (Premio Nacional de Poesía Joven Francisco
Cervantes Vidal 2013), Casa de Adobe
(Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela 2014) y Hontanar (Premio Michoacán de Poesía Carlos Eduardo Turón 2015).
Felizmente, aún hay más obras que galardones.
Cofre
de pájaro muerto es el número 14 de las Ediciones de Punto de Partida. Vio la luz once días antes del fin de 2014 y le
sigue a Arcadian Boutique,
de Mara Pastor. Casualmente, ambas obras tienen puntos en común que iremos
comentando teniendo en cuenta la importancia de Salgado en la poesía
mexicana contemporánea.
Experimentación visual (¿sirviéndose del alfabeto griego?) |
Salgado es «uno de los mejores
poetas de su generación», según Balam Rodrigo. Este crítico y también poeta,
Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2014,
firma la contracubierta con las siguientes palabras: «Cofre de pájaro muerto está escrito con la hoz de un lápiz –vértebra
de árbol, colmillo de can onírico, relámpago de grafito− y nos revela un
personalísimo bosque de sílabas donde ethos
y poiesis confluyen para dar lugar a
otra forma de ver el mundo y reclamarlo con lúcida y múltiple voz».
Este libro está formado por dos
partes, la que da título a la obra «I. Cofre de pájaro muerto» y «II. La
fuente, donde un relámpago tirado yace», sirviéndose de unos versos de Óscar de
Pablo. A su vez, la primera de estas congrega tres poemarios: «1. Árboles
ciegos», «2. Cuaderno de Anís» y «3. Cherán: Todos los árboles del mundo»; y la
segunda, cuatro: «4. Melancolías», «5. Desvelo del espectador», «6. Biografía
del mar en tono sepia y un cuadro desbordándose» y «7. Especies endémicas».
«1. Árboles ciegos» recuerda al centenario
Rubén Darío de «Dichos el árbol que es apenas sensitivo» o al Octavio Paz de Árbol adentro, pero también a los
ángeles de Homero Aridjis y Vicente Quirarte. La página alberga el vacío, es
decir, los silencios. Dos puntos pueden llevar a un blanco roto por una nota al
pie de página que dice «Desaparecen» (23).
«2. Cuaderno de Anís» es el poemario
que más se parece a Arcadian Boutique
de Mara Pastor, de modo que pensamos en un hilo conductor que atraviesa
Ediciones de Punto de Partida. El tono autobiográfico (cfr. 29) reflejará la
influencia que el abuelo tiene en Salgado. El haiku (cfr. 30) de José Juan Tablada
o el relámpago (cfr. 31) de José Luis Rivas revalorizan la luz de lo breve.
«3. Cherán: Todos los árboles del
mundo» alaba la aldea sin menospreciar la corte (cfr. 39). Mediante formas más
extensas, vemos imágenes oscuras y punzantes (cfr. 42), como en el indispensable
Francisco Hernández.
Sin embargo, la alteridad no será un recurso todavía.
«4. Melancolías» abre la segunda
parte de este libro donde el güisqui (con perdón) es sangre (cfr. 54). Destacan
las relecturas de la tradición (cfr. 57) y su poética implícita (cfr. 58). El
exergo de Christian Peña (uno de los poetas más importantes de la generación de
Salgado –además de Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2014−) resume los
rasgos de quienes escriben y nacieron en los ochentas (que dirían en México): «Contar del miedo la belleza» (59). A
este respecto reflexiona Salgado desde lo poético: «Algunos describen esta
generación/ y no hacen otra cosa que vernos como perros ciegos» (58). El poeta
michoacano observa el fluir poético y nos lleva a la desembocadura de estas
lagunas eternas y alternas.
«5. Desvelo del espectador» incide
en la impureza blanca que expulsa O. Sacks (cfr. 77) a modo de diario (cfr.
80). Los animales cobran significados urbanos (cfr. 71 y 79), tal como veíamos
en Mara Pastor.
«6. Biografía del mar en tono sepia
y un cuadro desbordándose» homenajea a Richard Dadd (cfr. 85 y 89) o a Jeremías
Marquines (cfr. 83 y 87), entre otros referentes; tal como Daniel Téllez hizo con Raúl Renán.
Salgado se dirige directamente al lector (cfr. 88), estableciendo así una
complicidad inductiva.
Por último, «7. Especies endémicas»
cuenta con tres textos: un epitafio (cfr. 95); una máscara, ahora sí, kafkiana (en el mejor sentido de esta manipulada expresión) y poética (cfr. 96-98); y un
epílogo titulado acertadamente «No conclusión» (cfr. 99), pues la literatura
vive la muerte. El poema «0» es ley de vida: «A veces me encuentro enterrado
entre plantas. Mi lengua es tierra y agua en el tronco de un cementerio. […]
Soy un cuaderno con determinado número de páginas» (95). El resto de páginas
las ponemos los lectores, siguiendo así el signo en rotación que circunda Alejandro Higashi en PM / XXI / 360º.
Como no podía ser de otro modo, Cofre de pájaro muerto recibió el Premio Joaquín Xirau Icaza 2015. Tanto el poemario de Pastor como el de Salgado están disponibles en la opción «Descargables» de la página web de la UNAM. Otros recientes repositorios que tratan de resolver la pobre difusión editorial son Centro de Cultura Digital o «Poesía Mexa»: Archivo de poesía (1940-2016). Son cofres de pájaros todavía vivos.
Armando Salgado agrieta la realidad
naturalmente en su discurso ri(sueñ)o y cupatitziano.
Los omnipresentes y necesarios juegos de palabras le sirven al poeta para «creer
y crear» (96). Además, de recuperar una tradición literaria y cultural que no
entiende de fronteras, el autor de Cofre
de pájaro muerto revive y defiende términos, a priori, anacrónicos o desconocidos, e incluso mexicanismos (cfr. 43).
En definitiva, sus versos con ramas
frágiles y cortas que se quiebran, pero no se doblan.
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