Daniela Sol |
no es metáfora encarnada.
Para mí México significa un desapego hacia mis
prejuicios, un aprendizaje tremendo.
Daniela Sol
Podríamos decir que Daniela Sol es una poeta mexicana de Chile, una
escritora que vertebra una tradición literaria de América. Acaba de publicar Postales y Espejismos (Helena Ediciones, 2016). Lo
comentaremos junto a Sonidos errantes
(Xaleshem, 2014). Además, aprovecharemos la
amistad de Daniela para hacerle algunas preguntas al respecto.
Daniela Sol (Talca, 1983) es poeta y
artesana. Se formó en pedagogía, es magíster en Estudios
latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México y doctorante en Literatura
hispanoamericana por la Universidad de Alicante. Quizá pronto podamos disfrutar
de su obra en este otro lado de la lengua salada.
Sonidos
errantes está dedicado «A Ludwig
Zeller, por enseñarme las vocales» (4), a quien se le escucha,
sobre todo, en el poema que Daniela le dedica a poeta surrealista y artista visual chileno que radica en México (cfr. 40-41). Como artesana, su ópera prima tiene las páginas impares a la izquierda.
El preámbulo de Enrique de Santiago,
titulado «La fuente inasible de la palabra», explica la importancia de las
vocales para las dos tríadas silábicas que dan título a este poemario (cfr. 25).
Asimismo, se establece una poética que continuará en Postales y Espejismos: «Daniela conjuga y confronta […] la realidad
y el delirio, la surrealidad opuesta a una mirada lúcida, el sueño y la vigilia»
(15). Tal dualidad clásica viene renovada por los temas y el lenguaje de la
actualidad; además, su poética está visible y sonoramente enriquecida por el
surrealismo que la poeta viene trabajando en su tesis doctoral.
Leer a Daniela es ver el mundo y la
poesía a la vez. Su precisión no está exenta del humor, ácido vital. Ejemplos
de ello son «Cum laude» (cfr. 48-50) o «Partículas Innecesarias» (cfr. 22-23).
Veamos tres versos de este último poema: «La academia, madre estricta/ del
conocimiento empapelado, alimenta a sus hijos/ constipados de un ego voraz y
rojo» (22). ¿Qué ventajas tiene la poeta que es académica? ¿Y la «academia reseca»
(49)? ¿Se enriquecen ambos oficios? ¿Se complementan? En su poesía atiza a esas figuras marmóreas y sempiternas que ni escuchan ni miran. Así termina el poema al
que nos referíamos:
Mi poética, profesores, es sólo
esta respiración,
ese ese «poder observar
con el otro ojo
el canto profundo de los días» (23).
Esta respiración
no se acelera, aunque es la de alguien que palpita con y por el resto. El canto
es un sonido y es un límite que (tras)pasar. Estos paréntesis serán foco en «Perséfone»:
«mi vida (re)clama por/ luces inquietas/ y espejos flotantes» (24). Hay textos
de Daniela que ya son un poema en su título:
Desapego
Apego
Ego
Go (28)
Aquí el sujeto
se enfrenta al objeto (que es el subtítulo de Sonidos errantes): «2190 amaneceres/ 72 bolsas de té» (28); y llega
a la conclusión socrática: «No soy nada» (29). Aunque esto no es lo único que
sabe. En este (des)conocimiento, sorprende el ritmo que marca la agudeza de «No
sé…» (cfr. 46).
El poema «Glasses», breve, nos
recuerda, si pensamos en la filmografía, a las cuencas de Luis Buñuel o al
verbo de Eliseo Subiela: «Qué ganas de quitarte/ esos vidrios tricolores/
Introducir mi lengua áspera/ por tus ojos de arena/ Y volar….» (30). La
suspensión final recoge la puntuación del resto de versos. Los ojos y la boca
serán fundamentales para aprehender estos Sonidos
errantes «cada madrugada de sal» (35).
Tal como ocurre en Mara Pastor (San
Juan, Puerto Rico, 1980) o Armando Salgado (Uruapan, Michoacán, 1985),
poetas coetáneos a Daniela, el tono autobiográfico resuena casi tanto
como el de los referentes literarios y culturales. Ejemplo de ello es «Remembranza»
(cfr. 43), dedicado a sus padres. En el otro extremo (o no), en el poema «Sueñoneto»
(cfr. 45) oímos un canto onírico desde la forma clásica de la poesía.
Las ilustraciones en ambos libros son de Daniela Rodríguez. Esta pertenece al primero, de 2014 (pág. 27) |
El olor a pescado enmudece
mi garganta.
[…]
de este túnel
de escamas pegajosas?
[…]
Desaparece en mi lengua
de hierro (54-55).
Este ciclo anfibio
concluye con el «Intervalo» (cfr. 58-59), a su hijo; y «Regreso» (cfr. 62-63),
donde se reúnen las que podrían ser las claves de Sonidos
errantes (y de Daniela Sol): «el Tarot, el Sol, el
Ermitaño» (62).
En Postales y Espejismos la imagen ilustra estos sonidos, agrupándolos
en realidad y ficción, real o surreal. El «Preludio», de Paola Susana Solorza, nos aclara que «la poesía irrumpe en la cotidianidad con la fuerza de lo inesperado» (11); mientras que Dámaso Rabanal Gatica estudia «Fractura» (ya presente en Alauda, 2015), segunda parte del poemario, y llega a la siguiente conclusión en el «Postludio»:
Lo que ha hecho el neoliberalismo y el capitalismo
sobre lxs sujetxs de la sociedad representada tiene relación directa con la
anulación de la capacidad reflexiva, por lo tanto la prioridad es lo inmediato,
lo instantáneo, contribuyendo a sostener el discurso político del asistencialismo
y la premura por resolver situaciones que, si bien pueden sobrellevar la problemática
inmediata, no instalan una política real para la resolución de los problemas (61).
Creemos que tal
planteamiento es uno de los hilos conductores que une el espacio entre lo real
y lo imaginado, es decir, entre Postales
y Espejismos.
El primer texto de este reciente
libro conecta con las (72) bolsas de té que veíamos en Sonidos errantes. Así empieza «Sonata»: «Lentamente se disipa el/
olor metálico del té:/ ha regresado un fantasma que creía olvidado» (21).
Como María Baranda o David Huerta, entre otros, Daniela Sol dedica un poema «A los 43 de Ayotzinapa». Nos referimos a «Espacios
abiertos». La poesía purga «el d(olor) de la agonía/ y del silencio» (24); se
enfrenta a un mundo en el que conviven y se soportan la ternura y la incisión,
la delicadeza y la brutalidad, la vida y la muerte.
Si pensamos en un poema cuyo
inicio sea «Me gusta», enseguida nos viene a la memoria el poema XV del joven
Pablo Neruda o, en esta sociedad complaciente, imaginamos la aprobación o reafirmación de las redes sociales. En cualquier caso, la chilena lo emplea, también de forma reiterativa,
para componer «Mazurka»; donde, igualmente, el mutismo es un valor invisible: «si
el pasado regresa/ con hedor a risa/ demos la cara, mostremos los colores/ y
quedemos en silencio» (25-26). Como todas las
cosas, la tragedia se sostiene (prueba de ello serán los «versos egóticos»
de «Pornorisa») con humor y amor.
«Crisálida» está dedicado «A mi hijo Gabriel,/ el segundo
(poema)» (27). Una vez más (recordemos el «Intervalo» de Sonidos errantes), el tono autobiográfico condiciona la creación;
aunque, en este caso, no tenemos claro si estamos ante una postal o un
espejismo. Quizá lo mejor sea la mezcla de ambas visiones.
De nuevo pensamos en Neruda al leer «Confieso que he stalkeado[1]» (30), donde Sol describe y (re)crea un contexto digital habitado por: «tus generosos likes»,
«un masturbado mouse» y «fantasmas fracturados en la/
crónica agonía del mapa». Este resulta un ejemplo diáfano de herencia,
tradición y renovación en la poesía mexicana contemporánea. Además, la
alteridad, como recurso indispensable, se logra con «tu imprescindible máscara»
(30).
«Gran angular» está compuesto en
gran medida por estrofas de tres versos. Tales cápsulas concentran la escalera
que sube o baja del corazón a la mente de Daniela: «Luminosidad/ Contrastes/
Curvas en los pies» (34). Hay versos de «Impromptu»
que se acercan al aforismo: «Cerrar los ojos es un acto/ político» (36). Ahora bien,
Daniela, si los cierra, es para abrirlos y abrirse con más fuerza. En este
sentido repite en «Pornorisa» que «la poesía social no sirve para nada» (40); para,
a continuación, demostrar lo contrario: la poesía social todavía tiene mucho que decir. Los tres últimos textos de Postales y Espejismos son, tristemente,
postales. La poesía desarrolla la Historia hasta explicar la intrahistoria que
causa un (re)vuelo. Vemos, pues, la necrosis en el tejido de la memoria de la que nos habla Enrique de Santiago en la revista Escáner.
«Receta de cocina» (cfr. 42-46) está
compuesto por seis cantos. Cada estrofa semeja un paso de
cualquier proceso culinario, pero en este caso la crueldad viene de un hecho
verídico y reciente (¿cuál de los dos adjetivos sorprende más?). El sujeto poético encarna en
primera persona el p®o(bl)ema. Los sentidos nos guían en la atrocidad: «tu lengua
[…] tus oídos de/ egoísmos y cegueras» (44). De nuevo, el tránsito es vertical:
La
cocina es el refugio a mis temblores
el
rincón donde canto libertades
donde
le miedo se sosiega
y
donde el poder habita mis pies (44-45).
Mediante los
detalles de una escena conjetural, pero doméstica, y por tanto cercana a
nosotros, nos identificamos con un hecho que deja de ser aislado. Daniela logra
la empatía poética.
Por su parte, «Fractura» está
formado por tres actos, como si de un teatro se tratara. Es un drama en el
sentido actual. La noticia de un joven ladrón
humillado en la plaza pública, también cercana en el tiempo, nos recuerda prácticas y mitos clásicos:
la
ciudad amarilla reproduce
cruces
y símbolos del pasado
queriendo
vomitar justicia
[…]
La
cuidad onanista
ilegítima,
inmoral y patológica
empapada
de hedonismo
con(su)mismo
fascismo
cierra
sus labios resecos (50-51).
El conflicto origina
un poema para el debate, íntimo y global. La fuerza que tiene Sol en los tonos de sus imágenes nos impacta y nos atrae por la precisión de su lenguaje y el compromiso con surrealidad hasta unir dos espacios aparentemente lejanos, como son Chile y México, en dos poemarios que se comunican y demuestran que el arte sana.
A finales de 2015, Daniela Sol nos
habló de algunas inquietudes, por lo que nuevamente le agradecemos su cariño y disposición:
−¿Qué
es o qué son Postales y Espejismos?
−Postales
y Espejismos es un poemario muy breve. Surge de la necesidad de sanar ciertas
cosas. Al igual que en mi poemario anterior, que lo escribí hace dos años (Sonidos errantes), intento escribir
poesía como un ejercicio de sanación o, incluso, como autoperdón. La
particularidad de Postales y Espejismos
es la dualidad o el juego entre los acontecimientos reales (que vendrían siendo
las Postales, como una captura de la realidad) y los fantasmas que me
traicionan, invento o sueño: los Espejismos. En cuanto a las Postales, siento
muy marcada esta poesía que parte de hechos reales (como es el caso de la mujer
que coció al marido, de los estudiantes en México). Son la visión o la denuncia
que yo quiero o intento hacer de una realidad inminente. Por otro lado, los
Espejismos son sueños, sensaciones o suposiciones: son fantasmas. Entonces la
fantasía se enfrenta a la realidad. Postales me gustó por ese sentido de la
captura de la imagen. Y me encanta la palabra Espejismos. Está ahí y
desaparece, como latente.
−Hay un
verso que se repite: «La poesía social no sirve para nada». ¿Crees que es así?
¿La poesía social no sirve para nada?
−Es una ironía. A mí me encanta el tema de la
poesía social. Y precisamente está tocando un poema que es un espejismo. Trato
de quejarme contra de este personaje irreal, porque es un sueño; y lo trato de
situar en el contexto, precisamente, de la poesía, como si esta persona fuera
un poeta. Me quejo entonces de que él solo habla de su poesía, de él, de su
historia o de su alrededor; y no se fija en la otredad. Por eso, pareciera que
«la poesía social no sirve para nada». La poesía social es un arma que en este
momento podríamos utilizar, mucho mejor. Creo que con la poesía social
podríamos salvar vidas incluso.
−Muchos
poemas tienen una intrahistoria. Las Postales reflejan un espacio y un tiempo
concretos. ¿Crees que tales poemas se leerían de otra forma en caso de que
adjuntaras una nota explicativa, como hace, por ejemplo, Mónica Nepote al final
de Hechos diversos?
−No, porque en el prólogo se presenta brevemente
el origen de estas historias. Me interesa la sutileza para que no se desvíe la
atención. Al final de «Fractura» se adjunta una reseña de Dámaso Alonso que
desarrolla esta idea.
−¿Qué
vinculo tienes o existe en tu obra entre México y Chile?
−En México pasé los años más importantes de mi
vida. Marca un antes y un después en mí. Sonidos
errantes lo dedico a México. Lo escribí casi todo allí. Postales y
Espejismos lo hice estando aquí, en Chile. Para mí México significa aparte de
una carrera académica, significa una dependencia emocional, un desapego hacia
mis prejuicios, un aprendizaje tremendo. Me ha costado mucho, de hecho,
regresar a Chile y volver a adaptarme; porque yo estuve en México ocho años. Entonces
fue cosa (y sigue siendo) muy fuerte. Yo llevo un año y medio en Chile y, a
pesar de estar en mi familia, ya me había acostumbrado a una autonomía, a estar
sola, con mis amigos. Esa soledad es sana. Me ha costado tenerla aquí. Casi
nunca estoy sola (se ríe). Y ha sido muy extraño. Para mí, México es
aprendizaje. No sé cuándo pueda volver. Allá dejé muchas cosas: casi toda mi
biblioteca… Hay un poema de Sonidos
errantes que trata de eso: de haber dejado toda una vida allá.
Recientemente, Romy Bernal publicó una entrevista a la poeta en Helena Ediciones. La autora de Postales y Espejismos es un ejemplo de la estrechísima relación que existe entre México y Chile. Resulta, pues, un caso idóneo para integrar la jornada internacional «Del Río Bravo al Bío Bío: intercambios literarios, artísticos, históricos Chile/ México (Siglo XX-XXI)» que organiza la Université du Littoral Côte d´Opale (Francia) para principios de abril. Estemos atentos
a Daniela Sol. En México, Chile, España..., su poesía tiene sed y sedes.
[1] Daniela Sol ofrece una nota al
pie que explica dicha forma verbal y versal: «Stalkear(anglo): espiar,
indagar. Dícese del ejercicio de husmear en redes sociales, en especial a las
ex parejas» (2016: 30).
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