GIF de la revista El Humo |
Gerardo
Arana
Gerardo Arana
(Querétaro, 1987-2012) es autor de varios libros que se encuentran
en el Archivo de Poesía Mexa: Bulgaria Mexicalli (Herring Publisher, 2011), Pegaso Zorokin (Radiador Magazine, 2012) y Met Zodiaco (Radiador Magazine, 2012). Aunque murió a los
veinticinco años, ofrece algunas lecturas que enriquecen la poesía mexicana.
El queretano aparece en numerosos
portales digitales, ya sea por su labor como poeta, narrador, muralista, artista
plástico, DJ, editor o profesor. Lo advertimos en Punto en línea de la UNAM, en Tierra Adentro, Cultura Colectiva o la más completa, de Chencho, en Anormal. Asimismo, destaca el recuento que le dedica la indispensable revista El Humo. En esta última referencia el también fallecido Luis Alberto Arellano recordaba a Gerardo Arana como un
representante del oxímoron u oximoron
«New Age riguroso». Excelsior lo homenajea por su inclusión en la antología México 20. Palabras mayores: nueva narrativa
mexicana (2015). Cristina Rivera Garza, parte del jurado de la selección anterior, reivindica la
presencia del poeta en el blog de El País «Papeles perdidos».
Lo define desde su poemario Bulgaria
Mexicalli (2011):
No es extraño que un poema que pone en cuestión
geografías y tradiciones nacionales, que un poema a cargo de producir contextos
como tierras movedizas y palabras como caretas de otras palabras, se apropie y
juegue y caiga en grandes poemas cívicos de las tradiciones que invoca y, luego
entonces, al menos en este caso, convoca.
Y es que el poeta
mexicano integra visualmente al país búlgaro en el centro de su república. El
poema de México, La Suave
Patria, continúa en el trabajo de Arana. El artista que a veces firma como
Saúl Galo se pone en la piel de una identidad nacional desencajada. Desde la
tradición replantea el sentido del texto: «Sacrificado / Santificado //
Significado» (8); y hace lo propio con su país o con el concepto de nacionalidad:
«Grave Patria: / Estrangulada en la selva hambrienta. / Antes de la caída de
las hachas / Gritan muertas de miedo las muchachas» (26). Estamos ante una
peculiar forma de domeñar el tono clásico de la colectiva modernidad: «Todos en
el tren entrenados» (30). Al final, Ramón López Velarde y Geo Milev ilustran el
paralelismo entre dos países vinculados con la violencia.
Pegaso Zorokin (2012) continúa con la idea de proyecto
artístico público e independiente. Es considerada una novela por entregas;
concretamente, cinco son las partes. Lo tratamos como poesía mexicana tanto por
el ritmo característico de su coloquialidad o por los temas que aúnan dolor,
droga, suicidio, trastornos de todo tipo y crítica social. Como hizo con el
jerezano, el queretano parte de la tradición francesa para deconstruir o
desescribir lo que ha leído, pues «[d]estruir es narrar a la inversa» (4). La
droga que protagonizará su poemario de ese mismo año, Met Zodiaco (2012), inspira la reflexión literaria desde el ensayo,
con tintes poéticos que reactualizan, me parece, los poemínimos de Efraín
Huerta en una losa narrativa que procrastina el resultado final (o mejor,
inicial) de quien no se sacia fácilmente. El heterónimo de Galo protagoniza la
máquina de hacer poemas que vimos con Eugenio Tisselli.
Así termina el cuento o la prosa que Arana incluye en esta primera entrega,
«Cámara de luz blanca»: «El doctor Galo levantó las hojas del suelo, las
estudió sin mucho interés y se lamentó intensamente diciendo que había
inventado una máquina de hacer poemas. El doctor se encerró en su habitación.
Entonces empezó el libro» (7). ¿Podemos pensar en que es autobiográfico?
Seguramente, como caleidoscopio; así se inclina por uno de sus personajes: «Admiraba a los suicidas» (10).
Esta primera entrega forma parte del número 6 o de la Twitteratura (marzo de 2012) y termina con unos versos de la
revolución que también plantea tan callado el coahuilense Joel Plata.
La técnica de copiar y cortar –como collage en negativo o mural (des)bordado en
la reversa de un mantel sucio– estructura este último libro que apuntamos de
Arana gracias a la distribución en red que ofrece el Archivo de Poesía Mexa. La tachadura y la borradura lo acercan al
estudio de las emociones, del fondo y la forma de la lírica mexicana reciente
que vemos con Alejandro Higashi. El poeta capta momentos de la historia
cotidiana, popular, doméstica, minificciones: «La virgen maría. Gringas
enseñando las tetas. Las extrañas películas de TV UNAM» (5). Enseguida
pervierte la figura del narrador y la forma de narrar nos engancha definitivamente al «hilo negro» que nos tendió desde su patria: «Créame. Siga
leyendo esta novela. Va arrepentirse. Voy a cambiar su vida» (6). El relato nos
sitúa en una ciudad de México que rodea la librería Gandhi de Miguel Ángel de
Quevedo. El texto, la literatura, el arte, focalizan la verosimilitud de un
relato que cuida el lenguaje que se desmembra como el país o un taller
literario:
Wow. Hack era súper listo
Yo estaba súper pacheco.
Entocnes, em pdió qeu ol amcopñara la mtero.
Y em pse a escribir rapido rápido
Sin poner acentos (28).
Una historia puede
contarse varias veces si se dice que se va a contar varias veces. Un poeta es
poeta por lo que escribe y no por lo que dice que va a escribir. Sigamos leyéndolo,
un caso «coherente» del suicidio. Con el reciente aniversario luctuoso, Tierra Adentro le dedicó un dossier de la mano de su amigo Horacio Warpola.
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