domingo, 22 de julio de 2018

Verdad posible


El viaje es la distancia más corta
entre el recuerdo y el olvido
Eduardo Langagne (2014: 72)

Verdad posible (FCE, 2014) es uno de los recientes libros de Eduardo Langagne (Ciudad de México, 1952). En estos cincuenta y pico poemas breves, el ganador del Premio Aguascalientes en 1994, conjetura el devenir de la lírica sin desatender el poso cultural de la segunda mitad del siglo xx.

            No conocía al excelente conversador que es Langagne hasta que hace unos años lo vi en la Feria del Libro del Zócalo. Me enganchó la cercanía de un discurso que en ningún momento desatendía las referencias clásicas del género literario que nos ocupa. Estos días releo su obra y me doy cuenta de la capacidad que aún tiene la lírica para mostrar sin alardes superfluos las posibilidades de la escritura.
            Verdad posible se divide en cinco secciones: «Fotos en la portada», «Amigas misteriosas», «Árbol, hijo, libro», «Canción del viaje» y «Oficio». Quien empezara recibiendo el Premio Literario Casa de las Américas por su poemario Donde habita el cangrejo (1980), en Cuba, destaca por su lucidez lúdica para explotar el lenguaje en su mínima extensión. A Xavier Oquendo Troncoso en La Estantería, este recurso le recuerda a Ernesto Cardenal. Por su parte, a César Benedicto Callejas, en Cisterna de Sol, le parece «honesto». Dicha coherencia se advierte en la narración de una serie de vicisitudes, reales o no, que uno de los traductores de Pessoa extrae de la conocida portada (Sargento Pimienta) del disco de Los Beatles. De esta manera sitúa en México (Teotihuacan, Oaxaca o Acapulco) a personajes que permean en la generación de los cincuenta y que, pese a la nostalgia y, a veces, hasta la melancolía, se atisba un color para la esperanza:

[…]
¿Y cuál es la que busca a una hija extraviada en la frontera?
‒Si creemos que lo único que ha perdido es la juventud
estamos equivocados‒.

La muchacha que en la foto no sonreía
es la única que está sonriendo ahora (34).

La memoria que despierta una fotografía y la complejidad de las fronteras conectan con la poética que veíamos en Balam Rodrigo. El habla coloquial dialoga con el verso clásico que pocos (pensamos en Fernando Fernández) se atreven a recuperar. La oralidad tiene en sus referentes, también para México, a Violeta Parra. Las metáforas se van desplegando con una voz que va de la primera a la tercera persona, pasando en ocasiones por la segunda, y conectando directamente con quien lee y alcanza ese tema universal e infinito que es el paso del tiempo en el manriqueño modo: «Y aquí vamos / al encuentro de un mar / que es el sueño de todos» (90).



Podemos leerlo en Latin American Literature Today, Lexia, Círculo de Poesía o en su reciente No todas las cosas: antología personal, 1980-2015 (2016). El director de la Fundación para las Letras Mexicanas ancla con rigor y pulcritud lo que supuso la poesía mexicana y lo que puede, cada vez con más motivo, ser.

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