Iveth
Luna Flores (2017: 74)
Comunidad terapéutica (FETA, 2017) es
el poemario con el que Iveth Luna Flores (Monterrey, 1988) verbaliza el dolor ante los feminicidios, la
violencia, el cómputo. Recibió el Premio Nacional de Poesía Joven Francisco
Cervantes Vidal 2016.
Para Elías David, en Suburbano, «Iveth
Luna Flores es sin duda una poeta que se entiende, entiende su lenguaje en
medio del caos y la locura a la que éste a veces nos arrastra». Escribir sobre el
trastorno mental requiere básicamente comprensión. El trastorno de quien agrede
o asesina es también el que deja a la víctima (si se recupera) y a sus seres
cercanos. Visibilizar tamaño problema es la manera de hacer comunidad y terapia.
Alguien con un conflicto de este tipo puede creer que «siendo un animal entre cazadores
/ no me queda otra que huir» (D. L.).
Las cuatro partes («Sala de agudos»,
«Comunidad terapéutica», «Terapia individual» y «Alta médica») estructuran la
historia que va incidiendo en abstracción del problema. Pese a avanzar en la
recuperación, sus personajes (y cualquier persona que lo lea) requieren ayuda,
expresión y comprensión colectivas. Ese parece ser uno de los pilares del
feminismo. Cada vez se enriquece mejor la lírica con la convivencia de la
narrativa, la crónica, el ensayo o el teatro; sin embargo, el inicio de un
libro solo resulta memorable o digno de recordarse cuando arranca en una novela.
En contra de este cliché, es chocante y atrayente el inicio: «Poema a 1.5
interlineado», donde lo banal y lo trascendente se sincronizan con el arte y la
tragedia. Las dos voces se entretejen también en «Un gorrión completamente jodido»,
presente en la revista Levadura.
Más allá de la descripción sin
tapujos de la intrahistoria que define la compleja dimensión cívica, la técnica
fragmentaria permite evidenciar la cruda realidad sin figuras retóricas: «Hay
imágenes / que no merecen ser / traducidas a metáforas» (39). A la vez que se
denuncia el crimen, se reflexiona sobre el contenido, la forma y la urgencia o utilidad
de la poesía. Lo coloquial incentiva un escenario paliativo por rechazo no
exento de sarcasmo: «todos dicen que la libertad / es una cadena de comida
rápida» (54). Huir de la metáfora nos hace volver a ella para recordar la
fuerza del lenguaje y el poder de la enfermedad: «un conjunto de
características / que sólo servirían / para que este libro / se escribiera por
completo» (91).
El jurado de este premio estuvo formado
por Rocío Cerón, Josué Ramírez y Efraín Velasco. Dichos poetas reconocieron que «su unidad temática y su lucidez de
construcción del verso logra crear atmósfera en la que su personaje nos
transmite una experiencia que revela una condición humana de violencia con base
en un sustrato literario que fortalece su sentido e intención», según se señala
en El Universal de Querétaro. El sustrato literario lo encontramos en
Alejandra Pizarnik o Angélica Freitas, referentes para poetas actuales que se
enfrentan al dolor, pensamos en Vicente Quirarte (hasta La miel de los felices), Xhevdet Bajraj, Alejandro Tarrab o Clyo Mendoza: «El tiro de gracia en el pecho de un poema» (65).
Como Esther M. García (distinguida con este mismo premio por una temática cercana en 2014),
Iveth Luna Flores tomó talleres de creación en Saltillo, Coahuila. Se formó con
Óscar David López o con Julián Herbert, quien parece que le dio forma a su poemario. De ello habla Marcos
Daniel Aguilar, en Crónica, donde
entrevista a la poeta: «Yo leí mucha poesía mexicana contemporánea y noté en
ella un rechazo hacia esta onda naturalista, entonces me preguntaba ¿por qué
estos poetas hablan solo de la primavera?». La violencia ejercida en el ámbito
familiar, en las calles y en las redes sociales le hizo narrar desde la poesía el
horror que, como vimos con Diana del Ángel y Procesos de la noche,
no requiere más retórica que la misma escritura del dolor. El feminismo que estudiamos con Dolores Dorantes resulta ya una urgencia que también reclama Esther M. García en «Sobrevivir a un intento de feminicidio». A la chihuahuense radicada en Coahuila le
rechazaron este trabajo por «el lenguaje violento». A la regiomontana la
reconocieron por Comunidad terapéutica
porque el lenguaje violento no está en la poesía, está en la sociedad; y hacer
un libro con él sin desatender la estética y sin caer en el dramatismo, como
veíamos con Daniela Sol o Camila Krauss En las púas de un teclado,
es algo que debemos entender y difundir.
Recientemente, Yolanda Segura publicó en El periódico de las Señoras un artículo que profundiza en el sujeto poético de Iveth Luna Flores y Anaclara Muro, «Decir yo para decir nosotras: sobre Comunidad terapéutica y No ser la power ranger rosa».
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