Concha Urquiza (1910-1945)
resulta con El corazón preso
([1990] 2018) uno de los casos más peculiares de la poesía mexicana, estudiada por
Eva Castañeda en la introducción de esta segunda serie del Archivo Negro de Poesía Mexicana de Malpaís ediciones
con la colaboración del Seminario de Investigación en Poesía Mexicana Contemporánea,
coordinado precisamente por la también poeta y crítica.
La
michoacana nació el día de Nochebuena en el año de la Revolución. De alguna manera
que quizá tenga que ver con algo más que con el azar, su poesía iba dirigida a
Dios, dentro de la temática religiosa, mediante una cuidada imitación de los
metros y autores clásicos, entre los que destaca San Juan de la Cruz.
Paradójicamente, el primer poema suyo que incluye El corazón preso es el más
rompedor, dentro de los límites que sigue marcando el soneto. Lo escribió con
doce años y se lo dedicó a su hermana, tal como lo señala Castañeda (14); con
algunas variantes que recoge Gabriel Méndez Plancarte en la edición de 1945 y
que continúan en la que presenta José Vicente Anaya en 1990. Esta es la primera
estrofa de «Tus ojeras», presente en los poemas dispersos que para Malpaís
recopila Anaya: «Hay en tus ojeras luna diluida / y olor de jazmines, y triste
cantar, / la nostalgia en ellas quedóse dormida, / disuelta en las perlas de un
dulce llorar…» (237). Como en el Marqués de Santillana o en Cervantes, el serventesio
(ABAB) dará paso al cuarteto (ABBA) con el que Boscán fijó la composición
italiana en lengua española. Los textos que le seguirán a este se acercarán a
lo divino. No obstante, comparto el juicio de Castañeda, más que de mística,
debido a lo difícil que resulta acreditar tal experiencia en la autora, habría
que hablar de poesía religiosa. Lírica que, en cualquier caso, y pese a los
postulados convencionales, se preocupa tanto por el decir como «por el
hacer, es decir, por el deseo de transformar su realidad y por la búsqueda
constante de sentido» (20).
Sin
duda considero que, dentro del Archivo Negro, la obra de Urquiza es la
más difícil de introducir; pues presenta una serie de rasgos que podrían parecer
anacrónicos y con los que ya en el tercer milenio resulta complicado conectar.
No obstante, Eva Castañeda, como especialista en la coloquialidad, hace uso de
una serie de preguntas empáticas que nos llevan a pensar en el concepto de lo
contemporáneo que también trabaja Israel Ramírez en el comentario de la semanapasada sobre Aurora Reyes. De tal modo se configura la herencia, la tradición y
la renovación de los milagros y los romances con la silva o la lira: «los
poemas se renuevan a partir del diálogo que establecen con el pasado y con el
presente, es decir, se recrean y se actualizan» (30). Igualmente, antes de fijarnos
en algunos textos particulares, puede ayudarnos a aproximarnos a Urquiza el
trabajo de Margarita León en Cervantes Virtual o en Acta Poética.
La
recopilación se organiza del siguiente modo: unos «Poemas» sobre El Quijote,
los romances o Berceo y los Milagros de nuestra señora marcan la tónica de
aventuras, cantos y deseo espiritual que seguirá Urquiza. «Sonetos bíblicos», «Variaciones
sobre el evangelio», «Sonetos de los cantares», «Liras», «Églogas» y «Romances
y canciones» muestran el abanico de recursos de los que hace gala Urquiza y
continuará, también en la segunda serie del Archivo Negro, Juan Bautista Villaseca con Variaciones de invierno; o, más adelante, Vicente Quirarte con «Variaciones sobre un tema de Perrault» o Alejandro Tarrab en «Variaciones a un pasaje de W. Rathenau», respectivamente. Ya con
el motivo del título El corazón preso purga el sentimiento en las
secciones «Del amor doloroso», «Paisajes michoacanos», «Cinco sonetos en torno
a un tema erótico» y «Nox», amén del «Apéndice» de Méndez Plancarte y los «Poemas
dispersos» de Anaya que ya señalamos.
A
la manera de poetas castellanos de la Edad Media, con las grafías propias del
español que ajustaba Alfonso X en el siglo xiii,
la mexicana cultiva el endecasílabo enfático con el acento en la primera sílaba
(47, 215), algún verso extra al final del soneto o particulares versiones de la
estrofa clásica con «Soneto en dos rimas» (74); lo que décadas después
explotará el yucateco Raúl Renán.
La
obra de Urquiza va dirigida a un público que deguste los andamiajes básicos del
verso y de la vida y, al mismo tiempo, la pizpireta imagen infantil que repite
rimas y cantos o la digresión poética de «Invitación al amor (Ensayo de rima
interna)» (176-179). El inicio de este poema, para terminar, puede ser un
claro ejemplo de las distintas tradiciones que conviven en El corazón preso,
cárcel de amor desde Diego de San Pedro:
Para María del Rosario Oyarzun
Amigo,
ten el paso presuroso;
mira
este valle umbroso, esta pradera
donde
la primavera se derrama
y
su sagrada llama va agitando,
el
cáliz desatando de las flores
que
escondidos amores enardecen.
Mira
cómo se mecen en el viento
con
leve movimiento rama y nido.
Pon
atento el oído al son del agua
donde
el paisaje fragua un espejismo,
amándose
a sí mismo en ser ajeno.
Gusta
el soplo sereno de la brisa,
y
la tierna sonrisa de este cielo,
y
el misterioso anhelo de las cosas (176).
Se encabalga la rima interna en una
referencia que perfectamente podría entrar en «La fundación del idioma español y los cambios en sus tradiciones».
La michoacana murió un
día antes del solsticio de verano del año en que acabó la segunda guerra
mundial. El hecho de que la mayoría de sus textos estén fechados en vacaciones de
verano (especialmente en junio y julio) y de invierno (en diciembre), muestra
el tiempo que la poeta dedicaba a tal oficio en el segundo cuarto del siglo
pasado.
Urquiza
es la bisagra que explica el paso de Contemporáneos y Estridentistas a la
dispersión actual. De la influencia galaicoportuguesa de Francisco Cervantes al
peso de Santa Teresa de Jesús en Silvia Tomasa Rivera y su poemario En el huerto de Dios se da El corazón
preso.
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