Tengo ganas de estar libre de mi
prisa.
Manuel Romero
(10)
Todo esto se dirá
(Fondo Editorial de Baja California, 2008) es un poemario de Manuel Romero (Tijuana,
Baja California, 1964): cual muro estudiado por Alejandro Higashi en PM / XXI / 360º, las imágenes encriptadas conforman una poética al norte
del país.
Podríamos
pensar que este libro que comienza con un poema titulado «El muro» auguró hace
diez años la obcecada idea del gobierno estadounidense; y por ello, considerarlo
de manera implícita bajo el rubro de poetas en la frontera, como Luis Cortés Bargalló, quien firma la contraportada que acaba de la siguiente manera:
estos
poemas, llenos de humores ambiguos, imágenes complejas y aun abstractas,
exhiben un destello a ras de piel y suelo: el sitio preciso de la respiración,
el aliento, acaso su manera de transparentarse; el inasible espacio de una
nada, de un silencio que no sólo son consustanciales al poema y las palabras,
sino a nuestra propia existencia.
Al mismo Bargalló dedica el primero de los
poemas; ya mencionado y presente en Periódico de Poesía, donde también se publicó una reseña de Eduardo Silva:
todo
acto de fundación posibilita su destrucción, pero también inaugura la
posibilidad a partir del derrumbe. En el libro Todo esto se dirá de
Manuel Romero, se reflexiona sobre la fragmentación de la realidad a través del
sujeto y sobre la crisis de éste ante la pérdida de la certidumbre.
Veamos de qué manera, en estos cuarenta y
ocho textos (divididos en cuarto partes: apertura, interiorización,
creación y exteriorización, según Silva), se construye sobre la
nada un palimpsesto de imágenes que, al cabo, son una poética;
es decir, una reflexión sobre la poesía desde el mismo poema.
Y
es que el oficio que resulta de poner en común textos de diferentes poetas,
como recogemos al final, se encuentra en los últimos años ante los obstáculos
de la burocratización que detalla el poema «Informe» en cursiva, como
estribillo y palabras ajenas: «Mañana se decide la edición de su libro /
Se destinaron pocos recursos / Para este ejercicio fiscal...»
(11).
Menos
cómico es el final de «A orillas de la montaña», dedicado al también poeta
tijuanense Víctor Soto Ferrel; así como en el siguiente, sin título:
«Soy el aire que ensucio con mi aliento, / siempre, desde quién sabe cuándo; la
nada / que brilla en mis ojos, el hueco donde vivo» (16). Y ese hueco, ese
vacío que perfora el poema sangra al final de «El aire nuestro»: «Estoy aquí el aquí respiro» (46).
El
tono que sostiene la lírica de Romero va de la exhumación de un cadáver en «Un
trámite sencillo» (37) a «Los trozos de una vasija / disperos y olvidados» (64)
que veíamos con Diana del Ángel en Vasija
(2012) o Barranca
(2018) o los «Escarabajos» (65), símbolo de Fernando Fernández en Oscuro escarabajo (2018) y Lorena Huitrón en Una violencia sencilla (2017) o El oficio del escarabajo (2019). Es un modo de tañer las palabras con un tacto
más áspero que el de Clara del Carmen Guillén. Así concluye «El mismo sitio»: «De norte a sur, //
extraño al extranjero que soy, // en ese sitio siempre el mismo, / no lejos de
aquí» (58); precedente de Omar Pimienta, Manuel Iris e Isabel Zapata en , Escribo desde aquí (2009), «Soy de aquí»
(2017) y Una ballena es un país (2019), respectivamente.
Manuel
Romero se inscribe en una poética que conecta con demás autoras y autores
contemporáneos. Cada uno de sus textos va sirviendo de cohesión para la serie
de ideas que, de dentro a fuera, le dan coherencia a su quehacer.
Pude
comprobarlo hace justo un año, cuando recibí algunos ejemplares de la Hoja
que comparte en Baja California desde los ochenta:
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