domingo, 22 de diciembre de 2019

El oficio del escarabajo


La espera se capitaliza.
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El oficio del escarabajo (Ediciones El Humo, 2019) es el libro que Lorena Huitrón (Xalapa, Veracruz, 1982) publicó el mes pasado. La convivencia de la coloquialidad y la narrativa comprometida que mostraba en su anterior poemario, Una violencia sencilla (2017), así como en trabajos precedentes que recoge el archivo de Poesía Mexa, queda patente en esta poética de la inmunda enfermedad, de los desechos deshechos, de la sociudad que estudiamos dentro de la dimensión cívica, la habitabilidad urbana, a propósito de la sugerente presencia del bestiario en la literatura mexicana.
            Este escarabajo no simboliza la crítica kafkiana de quien para subsistir se somete al trabajo con frío y hambre. Tampoco parece una metáfora de la tradición que ha pasado desapercibida pero que ha sobrevivido en caso o a pesar del desastre. Pienso en ello por el libro que comentaré para cavar el año, Oscuro escarabajo (2018), de Fernando Fernández. Nada es gratuito. Nada se pierde. El oficio del escarabajo es un registro detallado, cuidadosamente lírico (con ese lirismo que están trabajando tan bien las poetas mexicanas), de lo que engloba a quienes han decidido dedicar su tiempo a la escritura, a la actualización de la metáfora y demás figuras literarias; representadas de manera plástica e incisiva por Irasema Fernández en las ilustraciones.
            Los poemas de este libro arrancan con citas de María Auxiliadora Álvarez y Sylvia Plath que tienen que ver con el dolor y el amor, fundamentales para comprender la influencia explícita de tales poetas en México. Se trata de un genuino ejercicio de poesía documental e intertextualidad. «Poco se ha estudiado a esta especie en México» (43). Las notas que se detallan justo antes del índice cierran una estructura que en sus cinco partes deja entrever el problema que verbaliza la veracruzana: «Padecer y dignificar», «Responsables», la que da título al libro, «Técnica para auscultar todas las mañanas de lunes a viernes» y «Parque España». De este modo, se detalla el ciclo de la enfermedad, la culpa, la sepultura, el pálpito, la coloquialidad de la muerte.
            Los límites de la fe están en el cuerpo, también en la página, en la escritura: «La oración no existe cuando en el estómago bulle la sangre» (16). El sujeto poético se construye con la destrucción, en boca de la sobrina que siente el sufrimiento de su tía, mediante una tercera persona aparentemente aséptica. Y esto termina siendo el logro de la poética de Huitrón: evidenciar el padecimiento, la cura y llanto sin estridencias ni lugares comunes, a través de la sutura e incluso el efecto que supura, digno. Es un paso más en el tiempo de Una violencia sencilla. La relación familiar va despersonalizándose con la forma pronominal: «Se comparte habitación. Si se quiere se despliega la cortina para asegurar la privacidad, pero es simbólica, aparente» (26). El espacio ya no es siquiera reducto. El cuerpo está invadido por instrumentos que dañan con el objeto de sanar. Es la penetración en su sentido asexual, casi inerte, insensato.
            El oficio del escarabajo es, sin embargo, también la transformación: las palabras que elige quien acompaña al paciente, también paciente de la acción que es esperar, pensar, perder la sensibilidad y ofrecerla a la poesía. ¿Qué ocurre con la herencia, la tradición y la renovación que estudiamos? Este poema (cercano a la prosa) sintetiza la historicidad a una escala social, humana, vívida:

Del siglo XIII al XVIII, el testamento fue el medio que todo el mundo tenía para expresar, a menudo de forma muy personal, su apego a la gente amada.

No todos los moribundos confiesan o piden perdón. No fue su voluntad.

O no pudieron. Como aquellos que van camino a otro país incierto. O quienes van por dulces o al mandado y días después aparecen en un terreno baldío.
A ellos les quitaron su derecho a confesar (30).

El drama personal, de manera inductiva, llega a reflejar un problema global. Desde México se reivindica el derecho a decidir las últimas palabras de quien va a morir mas continuará con vida por el escarabajo: símbolo de la resurrección para el Scarabaeus sacer egipcio. La desaparición es una pérdida en todos los sentidos. Ahora bien, la poesía, no; y entonces el oficio del escarabajo es enterrador, rendir homenaje aquí al más allá.
El oficio del escarabajo, al valerse de citas, paráfrasis y motivaciones de obras como Vientre, manos y espíritu: Hacia la construcción del sujeto femenino en el Siglo de Oro (Universidad Veracruzana, 2000), de Dámaris M. Otero-Torres, justifica la investigación que se lleva a cabo en la Universidad de Alicante sobre las recuperaciones precolombinas y novohispanas en las escritoras mexicanas contemporáneas. Por ahí seguiremos.
            Continúen leyendo a Lorena Huitrón, por ejemplo, en esta selección que coordina la también poeta mexicana Stephanie Alcantar en la revista La Otra. Sin duda, es una de las poetas que enriquecen este oficio que nos toca.

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