Azules versos negros
(Monte Venus Ediciones / Instituto Griselda Álvarez / Instituto Municipal de
Cultura Manzanillo, 2019) es el reciente poemario de Grace Licea (Colima, 1976),
que leí gracias a Iván Vázquez: configuración humana ante la naturaleza que
cuestionamos porque nos interroga.
La ópera prima de Licea
viene reseñada por Karina Ortiz en la Radio de la Universidad de Colima con ideas como esta inicial: «Las
vivencias, los momentos, las experiencias son esos destellos que nos dan
sentido, distinguen el transcurrir de los días, casi siempre no se trata en sí
de lo que nos pasa sino de cómo lo apropiamos». En ella es posible advertir esa
reconfiguración del espacio personal como actividad colectiva (la escritura)
que también muestra el colimense Carlos Ramírez Vuelvas.
La
infancia y los momentos particulares que entretejen la memoria de un lugar, en
contacto con la gente y los elementos que ahí se suceden, establece, pese a lo
que se pudiera inferir del título del poemario, una lúcida escala cromática. Si
esta obra fuera llevada a la pantalla, como sería posible hacer en una sucesión
de imágenes con interacción pero sin diálogo, veríamos el horizonte, el azul (incluso,
por momentos, sonoramente dariano) que concentra esos puntos (no siempre oscuros,
con el sentido negativo que tiene en el ámbito hispano), cual constelación que
guía la vida y también la escritura, la poética. Escribir podría considerarse,
por tanto, una su(per)posición de puntos; en el agua como elemento natural
básico para la vida de la materia inerte: «el agua salpica las piedras» (4)[1].
A
partir de la figura de la abuela y de los placeres curativos de la cocina, se
ofrece desde el poema un sujeto femenino emergente, tal como lo estudia Diana del Ángel. Pensemos, si no, en el poema «Mi tía es un fuerte»:
[...]
Mi
tía
esa
mujer indomable
que
siempre tiene un no
un
no se puede
un
es imposible
un
jamás quise algo
[...]
(8)
Pese a la fuerza, la soledad de la mujer
que muere «a solas» está vinculada tanto con la nostalgia como la narración de
una intrahistoria común a buena parte de la sociedad. Cual carta al padre, la
poeta reclama en su quehacer, en la escritura, el reconocimiento que
tradicionalmente no se ha dado a esos ríos, continuando con el tópico
manriqueño, que no dan al amar.
Seguidamente
se entiende la estructura del libro como poemas que van conectando y construyendo,
como decimos, la historia, la narración. El símbolo de la llama, de Octavio Paz
a Homero Aridjis, cobra un nuevo significado en la cosmovisión de Licea: «que nos va
invadiendo / cual raíz de fuego / que no pudiera detenerse / en el abismo de la
tierra» (11). Ese socavó en la tierra, en la existencia, crece del mismo modo
con el hermano, o el padre, ante la muerte, ante la vida no dada, onírica, agreste.
He ahí el innegable cambio:
[...]
Las
mujeres de mi casa
hablaban
fuerte
amamantaron
niños
y
lavaron diariamente la ropa
la
mujer que yo soy
alimenta
a la muerte niña
entre
sandías encendidas
y
cardos sobre el follaje
[...]
(17)
La poesía mexicana contemporánea, como apunta
Alejandro Higashi, debe de leerse desde el presente, atendiendo a las causas que la
conforman y de las que depende: «aquella niña cándida / es ahora / una mujer / de
ojos celestes / y entrañas de cenizas» (19). Estamos ante un poema de amor que
repiensa lo doméstico: la innovación parece estribar en el contacto con la
naturaleza, la vida que nos envuelve para no encerrarnos.
Grace Licea es una
apuesta por la construcción del sujeto femenino en la poesía, con atrevimiento,
intimidad y pulsión de lo dicho y por decir. Quizá por ello recibió la Presea
Griselda Álvarez Ponce de León 2019, otorgada por el Congreso del Estado de
Colima a mujeres colimenses que se hayan distinguido en las letras y la
literatura.
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