domingo, 15 de marzo de 2020

También la noche es claridad


No hay olvido:
seremos piedras resonantes, cargadas de agua (229).

También la noche es claridad (1984-2015) (Fondo Editorial del Estado de México / Secretaría de Educación del Gobierno del Estado de México, 2016) es una cuidada selección poética de Félix Suárez (Ixtlahuaca, Estado de México, 1961) en orden inverso desde sus poemas recientes a La mordedura del caimán (1984). La bella edición (se nota que el poeta es editor) termina con un CD en que el ritmo clásico se acentúa en alejandrinos que encabalga el mexicano.

            El SIPMC estudia el presente de la lírica por la necesidad de partir del ahora para repasar, como Poesía en movimiento, lo que se lee en la tradición desde lo contemporáneo. Por eso destaco que dicho trabajo arranque de algunos poemas recientes para llegar, como su ascenso a las raíces, al oxímoron con que a cava.
            La letra perfora la tierra, el cuerpo, la escritura. De ello dan cuenta la revista Marcapiel, Círculo de Poesía (en más de una ocasión), Poetas Siglo XXI La Otra, de la que recogemos al final un video de su participación en el Festival Internacional de Poesía de Bogotá.
Conocí a Félix Suárez gracias a Gabriela Aguilar y Blanca Aurora Mondragón (que también comparte en el FOEM su obra, pero esta vez narrativa). Recuerdo que, como apunta Hernán Lavín Cerda en el prólogo, Félix Suárez es un poeta de los pies a la cabeza (que entonces rememoro con un sombrero como base de su planta). Esta crece por el dolor y la otredad, recordando a Kierkegaard, quien inaugura el epígrafe inicial junto a Marco Antonio Campos; autor de la contracubierta que dedica al «fino artífice del poema breve».
Un segundo prólogo lo firma Porfirio Hernández a tenor de la herencia que renueva un poeta que comparte con Quirarte el amor en la limpidez del verso. Hernández entrevistó a Suárez recientemente en Cadena Política. Los méritos con los que empieza la nota –«El 27 de octubre de 2017, [...] recibió el prestigiado Premio de Literatura “José Fuentes Mares” por También la noche es claridad [...] y galardones nacionales de enorme relevancia (por ejemplo, la Presea Estado de México “Sor Juana Inés de la Cruz”, el Premio Nacional de Poesía Joven “Elías Nandino” y el Premio Internacional de Poesía “Jaime Sabines”) por la alta calidad de su obra»– dan paso a respuestas como esta: «la poesía vino casi siempre de la mano de la melancolía».
Antes, Antonio Cajero Vázquez reseñó la antología en la Revista de la Universidad Autónoma del Estado de México (2009), siguiendo la edición de Praxis hace ahora diez años: «la antología que publica como celebración de sus 25 años de poeta –mejor dicho, de la publicación de su primer poemario, La mordedura del caimán– no es más que la piedra de toque de un largo experimento que ha ido de la reescritura (como se desprende del palimpsesto de cada nueva edición) a la decantación, por no emplear el término corriente de supresión: de versos, de tiradas o de poemas enteros a lo largo de un cuarto de siglo» (146). De tal modo, Cajero Vázquez destaca, desde su primera lectura entonces hace diez años (ahora, veinte), la capacidad del mexiquense por renovar la tradición grecolatina que estudia Carmen Alemany Bay a propósito, por ejemplo, de los epigramas; así como el polvo: elemento existencial que apuntábamos con Gabriela Turner Saad.
De las palabras de Lavín, Hernández, Cajero y Alemany se advierte la presencia que tienen referentes para la poesía como Jorge Teillier, Luis Cernuda, Rubén Bonifaz Nuño o Ernesto Cardenal. Existe, además, por el juicio de Hernández, una precisión oriental con la que convive la tradición mexicana: desde el Kokoro, equilibrio y unidad entre la mente, el cuerpo y el espíritu, razón y pasión, entre lo apolíneo y lo dionisiaco.
Los seis libros que integran También la noche es claridad (Poemas recientes, El amor incluso [2011], Legiones [2004], En señal del cuerpo [1998], Peleas [1988], Río subterráneo [1991] y La mordedura del caimán [1984]) arrancan con textos tan breves (que en la voz de Suárez semejan, más que versos partidos: un aforismo, hibridez genérica) como «Spoon River»: «A solas / con mi corazón / estuve / en medio / de la noche inmensa» (34).
La paranomasia villaurrutiana de «Abrasados» (43; «abrazados» en la página 220) se enriquece por el seseo un par de veces a lo largo del libro. Este juego verbal se combina con la alegoría de los elementos naturales, hallazgo del Eclesiastés. Cual tópico manriqueño invierte el curso de los ríos, del agua, para «Reconvenir» (61). Asimismo, parodia el uso de las antologías desde la misma antología. Dice el poema que dirige al abogado y escritor romano, «Antología»:

En efecto, Gelio, he vivido fuera,
fuera del orden, de la norma, de los lábiles
favores del senado,
y ahora también sin remedio,
fuera de tu antología.

Es natural, Gelio: no acudo a tus fiestas,
no me ves en tus lecturas
ni me siento a conjurar con tus amigos en las plazas.

Con justa razón entonces, Gelio,
puedes decir de mí que no existo (87).

La sátira del hecho de antologizar continúa en nuestros días, según el número que coordinan Eva Castañeda y Alejandro Higashi en la revista Signos Literarios. Los textos de este mismo libro de Legiones terminan con «Céfiros» (112), pista para la nostalgia que en la poesía mexicana (y en forma nuevamente de «perro amarillo») parece resonar desde Cernuda.
            Seguidamente el cuerpo, el coito y el deseo de poemas eróticos continúan en nocturnos; de nuevo en la «Melancolía»:

Cruje la hojarasca.

Y el polvo,
                                removido,
se estremece
humildemente
mientras
pasa (195).

La fijación de Suárez se antoja reescribir sus lecturas, dialogar con obras como la de Octavio Paz, en el acápite de «Calamar»; y, de algún modo, también en los primeros versos: «Se niega el calamar, / riega su tinta, / empaña el agua, / oscurece la llama / mientras huye» (203). Solo el río subterráneo parece colarse en el revés de la cronología, cual «Cocina para solitarios»; ejemplo de la poética que se puede desarrollar a propósito de la gastronomía.
            Terminamos con la idea quirartiana (y esta, quizá, de Owen) del ascenso que existe en todo descenso. Esta parte del final, que fue el inicio de Suárez, llamada «Descenso» comienza con un verso de Miguel Hernández. «Nadie me salvará de este naufragio»; y también, seguramente, está presente el oriolano en la dedicatoria de trazo espigado y elegante, en las «aladas» (almas de las rosas) palabras.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario